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Tribuna
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Políticos

Rosa Montero

Echar pestes de los políticos está de moda. Poner a nuestra clase gobernante y opositora como un vil pingajo se ha convertido en el lugar común más transitado por las lenguas de la ciudadanía nacional. Claro está que los propios políticos facilitan enormemente esta labor de despelleje, actuando ora como maquiavelos de bolsillo, ora como auténticos mostrencos. Características éstas, la mentecatez y la perfidia, que resplandecen de modo especial en estos días, en medio del desvarío de la campaña electoral y estando los candidatos tan bocazas, tan despendolados y tan chinches. Total que, entre unas cosas y otras, ser político en España se ha convertido en algo así como el colmo del encanalla miento y de la infamia. Y a mí, miren por dónde, esta opinión me parece harto preocupante y excesiva.Porque, sí, es cierto que mucho políticos se venden por un puñado de lentejas y que su catadura moral es más bien chunga. Pero díganme: el resto del país, ¿qué tal andamos? ¿Qué grosor tiene la ética de tanto ejecutivo codicioso que avanza destripando oponentes hacia la cima? ¿Y de esos empleados capaces de tragar cualquier indignidad si ésta es rentable? ¿O de los muchos que medran a lomos de la desfachatez y el atropello?

Me fastidia, por ejemplo, que médicos despiadados y abusivos, empresarios mafiosos, periodistas corruptos y demás legión de gentes sin escrúpulos, que almacenan en sus armarios un pudridero de cadáveres, hablen de la inmoralidad de la campaña como si ellos hubieran inventado la conciencia. No hay que rascar mucho en la memoria de este país, para que surja, bien gordo y lustroso, el desprecio por la política que nos inculcó Franco. Yo creo que ya va siendo hora de darnos cuenta de que los políticos, como el resto del país, no son ni ángeles ni demonios, sino todo lo contrario. O sea, que son una especie de vendedores de burras de la cosa pública, dicho sea con todos los respetos para los tratantes de ganado. Y lo que tene mos que hacer los ciudadanos es dejarnos de escándalos hipócritas y aprender a leer la edad de la bes tia en la dentadura de los asnos, para evitar ser engañados.

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