El español y el voto
El español es un pueblo educado en la irraciorialidad por la Iglesia, por sus tías solteras, por Santa Teresa y Unamuno / El español, secularmente, ha utilizado el voto como mercancía o como puñalada contra el suegro o el cacique / Vota a la contra más por espíritu de contradicción que por espíritu revolucionario / España se adelanta en conceder el voto a la mujer, que es concedérselo al confesor / De todo hacemos una Contrarreforma y Fleming hicimos una aportación a los toros / Se votó a Suárez porque creíamos que iba a ser un Franco joven / Hoy se vota a González por continuista y no por revolucionario / Políticos como Sartorius prefieren la influencia al Mando / El español ya no pone en la papeleta el nombre de Olvido Alaska.
Al español, hablando históricamente, le concede el voto un señor y luego viene otro señor, o el mismo, y le dice que se lo compra.-¿Y por qué me compra el señorito lo que me ha dado?
Muy complejo, este, de la democracia. España es uno de los primeros países en conceder el voto a la mujer. La derecha sabía que la española/española, con su tipo de manola, votaría siempre aconsejada por su confesor o director espiritual. O por el párroco del pueblo. Era conceder doble voto a los sacristanes del alma. Lo que caracteriza a España no es ninguna clase de retraso en la recepción de la modernidad y sus hallazgos, sino una utilización peculiar, arbitraria, imaginativa y anárquica de esos hallazgos. De todo hacemos una Contrarreforma. De la teología hicimos un teatro, con Calderón. Del tren expreso hicimos una aventura amorosa, con Campoamor. De la vacuna hicimos una oda, con Quintana. De la libertad hicimos un "Vivan las caenas". Del adelanto de las ciencias hicimos una zarzuela: "Hoy las ciencias adelantan que es una. barbaridad". De la liberación sexual hicimos una palabra espuria, "sicalipsis", que no quiere decir nada. De los golpes de Estado hemos hecho un puente fin de seirnana. Del Glorioso Alzamiento Nacional, hicimos una paga extraordinaria. De Franco hemos hecho un fascículo. De la penicilina, una aportación a la fiesta nacional, con los monumentos taurinos a Fleming. De Fleming hernos hecho una "costa" de la prostitución. Y en este plan. Ya en la democracia, de Suárez se quiso hacer un rojo. Y de Felipe una Isabel II de izquierdas. Como dice Cela, "somos un país excesivo". Incluso, este artículo, puede que resulte excesivo.
Yo pienso que se votó a Suárez porque creíanaos; que iba a ser un Franco con 40 años de edad. Un Franco para siempre. Estos pueblos inestables buscan siempre gobernantes, muy estables. Desarbolado Suárez, votamos a Felipe González (el plural es histórico) porque era el mundo al revés, ponerlo todo patas arriba. Ahora, FG nos mola menos, pues que es un político lleno de cauciones, colierencias e incoherencias, coino todos. En el 31, cuando la proclamación de la República, el pueblo madrileño rodeaba el Palacio de Oriente, quizá dispuesto a asaltarlo. Iban a forzar las grandes puertas con unos camiones. Sólo los socialistas, organizados y con sentido histórico, protegieron el palacio, pararon el golpe. Me lo decía ayer el taxista que me traía de mi dacha, al pasar por la Universitaria:
-Mire usted, señor Umbral, en este descampado montó Felipe el número anti/OTAN, con canciones y cosas, ¿se recuerda? Luego pegó un salto de cien metros y, se instaló ahí, en la Moncloa, para hacerse otanista.
A Felipe, la primera vez, lo votó el español porque era el revés die la trama. Ahora lo van a volver a votar porque tiene el Poder, todo el poder que ellos le dieron. Este pueblo, es anarquista y gubernamentalista alternativamente. A lo que no se resigna el español medio es a utilizar el voto sobria, correcta y burocráticamente, como otros pueblos europeos. Quizá sea falta de uso. Votar extrema izquierda o extrema derecha es lo mismo que no votar. Es ponerse en la situación electoral límite. O todo o nada. Sólo así se comprende que Fraga, tan español en lo bueno y en lo malo, promoviese noes y abstenciones en el referéndum OTAN.
A los 10 años de democracia, parece que empezamos a utilizar el voto correctamente, urbanamente. Se vota a Felipe porque es continuista y no se vota a Fraga porque es revolucionario. FG supone la continuidad de un progresismo moderado, y Fraga supone la revolución hacia atrás. Así pues, dentro de la aparente paradoja del irracionalismo residual de España (que es lo que me interesa estudiar en esta serie), la rebelión de las masas vota al socialismo, no por socialista, sino por continuista. Han probado que saben seguir. Y no vota a Fraga, o le vota menos, no por reaccionario, sino por aventurerista en su política de coaliciones. Por zigzagueante. El anarquismo natural del país vota, irónicamente, "lo estable". Y lo estable es el PSOE, no la plural aventura de la derecha. Los papeles están cambiados, pero esto no es un análisis político, naturalmente, sino una crónica más del irracionalismo nacional.
En cuanto a las minorías de izquíerdalderecha, van a verse incrementadás, probablemente, por votos que les llegan como virutas del natural desgaste de lo partidos grandes. El pecé, en un complicado proceso de pluralización/unificación, puede conver tirse en una entidad crítica, testimonial, correctora de algunas cosias, con más influencia que pooler. ¿Pero, qué es más importante en política, el poder o la influencia? El Poder es Mando y mandar es todo lo contrario de influir. Uno diría que hombres como Sartorius prefieren influir a mandar. El español vota a las minorías porque el español es minoiitario y le gusta ir por libre.
Eso que la Academia y Jesús Pardo llaman "cantidades discre tas" (las discretamente repartidas, como el trigo en las espigas, por ejemplo) es, entre otras cosas, el ideal de la democracia. Pero el español no es un pueblo de cantidades discretas, empezando por el presidente González, que ama los grandes números y la macroeconomía. El pueblo español le da diez millones de votos al PSOE, de golpe, y luego se queja de que el PSOE gobierna en solitario. ¿En solitario con diez millones de votos? El uso de la papeleta es un largo aprendizaje. Lo más confortativo de las inminentes elecciones generales es que el español/tipo ya no usa la papeleta para quemarla, para echarla en blanco, para poner en ella el nombre de Olvido Alaska o para limpiarse el culo, ni mucho menos para vendérsela a un cacique, porque no hay.
El español, por fin, se decidió a usar la jeringa para poner inyecciones, y no lávativas. A usar los desodorantes para oler bien, y no para obviar la ducha. Ahora, el español se ha decidido a utilizar el voto para votar. Pero hay un gran contingente de abstención. Curiosamente, no se trata de quienes no creen en la democracia, que ésos votan derecha, sino de quienes no creen en la política, o en la política actual. Por la grieta de la abstención pierde fuerza la democracia española, como Chernobil. pierde energía nuclear. La abstención no suele nacer de la ignorancia, sino del escepticisimo o del asco. La alta abstención prevista revela en España un amplio espacio de marginalidad, una general huida de la Historia, una renuncia a la identidad personal o colectiva. Este "suicidio" cívico es tan grave como el otro, en España y el mundo. Pero todo suicidio es siempre un asesinato colectivo.
La democracia parece que es la manera más racional de organizar la irracionalidad colectiva. El español es un pueblo educado en la irracionalidad: educado por la Iglesia, por su madre, por sus tías solteras y por los grandes maestros del irracionalismo nacional, de Santa Teresa a don Miguel de Unamuno.
El español, secularmente, inercialmente gobernado por la derecha, entiende más las elecciones, generales y municipales, como, una fiesta ritual que como un análisis grupal. El español de hoy, tras diez años de democracia, sigue acudiendo a las elecciones como a la gran ordalía del personalismo o vuelta de la tortilla, sigue recibiendo y utilizando el voto, en buena medida, como una patente para echar los pies descalzos por alto y llevarle la contraria a la Historia. El español, en lo poco que ha votado a través de los tiempos, ha utiliza do el voto como puñalada trapera contra el vecino, el suegro o el cacique. Ha vendido el voto por que se lo compraban. Y, mayormente, ha votado a la contra, más por espíritu de contradicción que por espíritu revolucionario. El español tira el voto y no vota, imperando así en su independencia, o vota en blanco, haciendo circular la palabra de su mutismo, o espera sentado a que pase por su puerta el cadáver del cacique, para veilderle el voto al cacique nuevo. El español ha tardado años en resignarse a meter el voto en una urna, discretamente, con un nombre viable. Eso le parecía que era desperdiciar el voto. El español, que nunca había tenido voz, con su voto quería incendiar el mundo. Limitarse a cambiar los concejales le parecía poco.
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