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LA CAMPAÑA ELECTORALCUATRO AÑOS DE GESTIÓN SOCIALISTA / 1

El hermetismo calculado de González

El presidente y sus asesores, obsesionados por mantener una imagen sin fisuras

Durante muchos meses, el presidente del Gobierno, Felipe González, se planteó la posibilidad de cambiar de residencia, La Moncloa, alegaban sus más próximos, citaba excesivamente aislada y favorecía la tendencia del presidente al encerramiento. El síndrome de la Moncloa le había afectado también a él a los pocos meses de haber tomado posesión de su cargo. Tras haber buscado y desechado posibles nuevos emplazamientos para la sede de la Presidencia del Gobierno, los proyectos de traslado se paralizaron; era todo un síntoma de que los modos del Ejecutivo no iban a cambiar.Así, Felipe González permaneció en su encierro, aunque abrió la bodeguilla, acogedora sala de estar que le permitiría, confiaba, "seguir en contacto con la sociedad" sin salir del complejo monclovita; humoristas, artistas, algunos periodistas, intelectuales, desfilaron, viernes tras viernes, por este recinto. Paralelamente, el presidente iba acondicionando su residencia, en la que en la actualidad, según comentan sus colaboradores, tanto él como su familia "se sienten muy a gusto".

No habían pasado muchos días desde que González prometiese su cargo ante el Rey en La Zarzuela, y ya los periodistas, que hasta entonces habían compartido viajes, zozobras y diversiones con el hasta entonces jefe de la oposición, habían comprendido perfectamente algo: el presidente torcía el gesto cada vez que alguien se dirigía a él con el habitual y cariñoso apodo de Felipe. González no iba, contra lo que muchos hubieran podido pensar, a escoger una vía populista para gobernar. El acceso hasta él no iba a ser fácil, y el jefe de su secretaría, Julio Feo, se encargó bien pronto de ponerlo de manifiesto: las conferencias de prensa formales se restringieron, sustituyéndose, inicialmente, por charlas del presidente en la televisión, práctica que pronto fue también abandonada. Sin embargo, la escasa afición de González por los encuentros concertados con la Prensa quedó compensada por su proclividad a comparecer en debates parlamentarios: a partir de 1983 quedó institucionalizado el debate sobre el estado de la nación.

La obsesión por evitar una repetición de lo ocurrido con Unión de Centro Democrático, donde un sector del partido aireaba abiertamente ante la Prensa sus diferencias con la fracción rival, dominó los primeros pasos del nuevo Ejecutivo. Los nuevos ministros, y especialmente el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, que aceptó el cargo tras no pocas vacilaciones, tenían como constante preocupación evitar cualquier tipo de chismes que pudiese debilitar la imagen cohesionada de los gobernantes socialistas. La frase, atribuida a Guerra, aunque luego desmentida por él, "el que se mueva no sale en la foto", se hizo célebre por aquellas fechas.

Esta obsbsión iba a impregnar el estilo de gobernar del primer y el segundo equipos de González. El portavoz gubernamental, Eduardo Sotillos, junto con Feo, el hombre que durante un tiempo gozó en mayor grado de las confidencias de González, cumplió fielmente las instrucciones de aislar al inquilino de la Moncloa; paralelamente, la maquinaria en torno a la Presidencia del Gobierno se reforzaba en silencio, y el Gabinete dirigido por el químico Roberto Dorado, directamente dependiente del vicepresidente Guerra, crecía numéricamente, hasta llegar a las 140 personas actuales. La línea caliente, intento de contacto permanente con la opinión pública, cuya responsabilidad debía recaer sobre este gabinete, jamás llegó a funcionar plenamente. Tanto Dorado como sus colaboradores gustan de trabajar en la sombra y sin publicidad, como el propio Guerra, que, a lo largo de la pasada legislatura, jamás pareció plantearse la necesidad de contratar un jefe de prensa que canalizase sus relaciones con los medios informativos, a la par que potenciaba para estas funciones a su secretario personal, Rafael Delgado, un maestro que adquirió indudable influencia en La Moncloa. Guerra alardeó abierta y frecuentemente, ante ¡os informadores, de "no leer los periódicos" y, en su última comparecencia ante los medios informativos, para presentarles la campaña electoral socialista, hace menos de dos semanas, cometió un lamentable lapsus al calificarlos de "medios publicitarios".

La crisis gubernamental de julio de 1985, casi un calco de la que fue abortada un año antes, aunque con la sorpresa adicional de la di misión del superministro de Economía, Miguel Boyer, hizo que González replantease sus esquemas in formativos. "Comunicamos poco", había dicho el presidente en numerosas ocasiones -lo volvió a repetir la pasada semana, durante la conferencia de prensa que inició su campaña electoral, mostrando así que el fallo sigue vigente-. Como consecuencia, sustituyó a Sotillos por el ministro de Cultura, Javier Solana.

Caída de popularidad

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Aquel mismo verano se produjo una de las más importantes caídas en la popularidad de González, cuando el presidente embarcó en el yate Azor para emprender una breve excursión pesquera por la costa portuguesa, y posteriormente, desafiando todas las críticas, volvió a utilizar para otra travesía de recreo el barco que fuera del anterior jefe del Estado. Sin embargo, y pese al descenso antes reseñado, los sondeos, en general, mostraron, a lo largo de toda la legislatura, que Felipe González mantenía prácticamente incólumes su prestigio y popularidad, mientras sus ministros sufrían diferentes grados de desgaste o, más simplemente, se mantenían en el semianonimato.Durante todo este tiempo, González ha mostrado su preocupación por la imagen, basándola más en una política de realizaciones que en los gestos.

Salas de periodistas

El palacio-fortaleza de la Moncloa

Según iba creciendo la sensación de que el palacio de la Moncloa y el anejo complejo monclovita continuarían siendo la sede de la Presidencia, se fueron iniciando obras de acondicionamiento de las instalaciones. El portavoz Solana materializó una idea de su antecesor, Eduardo Sotillos, e hizo instalar unas salas para periodistas que, sin embargo, apenas llegaron a estrenarse: la idea de celebrar allí encuentros informativos con altos funcionarios nunca pudo hacerse realidad. La seguridad de los miembro! del Gobierno también provocó una polémica parlamentaria cuando la oposición protestó por la iniciativa del entonces ministro de Economía y Hacienda, Miguel Boyer, de sustituir los coches oficiales por otros, extranjeros. Boyer justificó el cambio y el desembolso alegando la conveniencia de que los altos cargos viajasen en vehículos blindados. Sólo meses después, cuando se aprobó una nueva partida para blindar los automóviles -que llevaban meses en uso-, se comprobó que tal blindaje, hasta entonces, no había existido.

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