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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El continente del hambre

ÁFRICA Es el continente del hambre. No es que tenga la exclusiva de esa plaga, pero no cabe duda que la sufre en unas proporciones mayores que otros continentes. El antiguo presidente del Banco Mundial, Robert McNamara, lo expresó en noviembre de 1985 con las siguientes palabras: "Las víctimas más desamparadas son los niños; ellos reflejan más directamente en términos físicos el hecho de que decenas de millones de seres humanos estén viviendo, literalmente, en los márgenes de la vida". La Asamblea General de la ONU está celebrando en Nueva York una sesión especial dedicada a este problema angustioso, ante el cual nadie puede sentirse indiferente.El hambre no se combate con medidas de socorro, que permiten prolongar vidas un día, dos días, un mes..., pero que dejan a las poblaciones africanas sin las condiciones más elementales para poder alimentarse por sí mismas. Las ayudas internacionales de urgencia han sido decisivas, en los dos últimos años, para evitar la muerte de millones de personas. Ahora se trata de afrontar el problema a un nivel más profundo y eficaz, de buscar soluciones estructurales a largo plazo; tal es el objeto de la convocatoria de la Asamblea General de la ONU. Un hecho de suma importancia es que la Asamblea tiene como punto de partida un proyecto preparado por los propios Gobiernos africanos que ha sido presentado por el presidente de la Organización para la Unidad Africana (OUA), Abdu Diaf, proyecto al que incluso el secretario de Estado norteamericano, George Shultz, se refirió con elogios, a pesar de que luego definió una posición negativa de EE UU en cuanto a contribuir a su realización. En ese documento, los Gobiernos africanos reconocen una serie de errores en la que han incurrido y anuncian opciones nuevas en cuestiones esenciales: la necesidad de combatir un crecimiento incontrolado de la población, la prioridad de la agricultura en su política de desarrollo, la lucha contra el despilfarro y la corrupción, que en muchos casos han causado daños casi irreparables económicos y políticos.

Al mismo tiempo, los Gobiernos africanos han presentado un plan quinquenal que supone unas inversiones de unos 128.000 millones de dólares (18 billones de pesetas), orientadas sobre todo a la agricultura, de los cuales necesitan recibir unos 45.000 millones de los países ricos del mundo. También han planteado el problema de la deuda, que asfixia materialmente la economía de muchos de los países africanos. La imposibilidad en que se encuentran de pagar los intereses de esa deuda se debe, en parte, a los términos desiguales de su comercio exterior, la caída del precio de muchas materias primas ha tenido consecuencias fatales. Como ha destacado el secretario de Estado Luis Yáñez, que dirige la delegación española, el problema de la deuda "no es un problema aislado, sino que forma parte del desarrollo económico en un mundo interdependiente, y su solución es, por tanto, una tarea de todos los países".

La actitud de los países ricos en la Asamblea, General de la ONU ha combinado frases más bien positivas ante los proyectos africanos, afirmaciones generales en favor de la solidaridad, pero una negativa poco disimulada a asumir compromisos concretos tanto en cuanto a la ayuda como en el tema de la deuda. El hecho es grave. Las esperanzas que se levantaron en el Tercer Mundo después de la cumbre de Cancún, en 1982, de un esfuerzo serio para reducir las injusticias radicales de la relación Norte-Sur han sido enterradas. Pero ni siquiera un esfuerzo más limitado y concreto, centrado en los problemas de África, parece tener posibilidades de provocar una revisión de las políticas de los países ricos, en los cuales el incremento de los gastos en armamento es una constante -salvo escasísimos casos-, mientras se declaran incapaces de abordar en serio un plan para sacar a África del hambre. Felizmente, algunos países, como Canadá, Holanda y Dinamarca, han sido una excepción y han asumido compromisos concretos de moratoria en la cuestión de la deuda.

La actitud de EE UU, presentando la empresa privada como la única panacea para resolver todos los problemas, ignora una realidad africana en la que el Estado asumió funciones económicas no por doctrina, sino por necesidad, porque no había otra cosa, como ha escrito el antiguo ministro francés Edgar Pisani. Pero lo más grave ha sido su negativa a considerar la deuda como un problema político y general y su declaración de que a duras penas mantendrán su nivel actual de ayuda, ya que necesitan reducir el déficit de su presupuesto. Peor aún, por propagandística, ha sido la actitud del delegado soviético, que ha reiterado la tesis de la URSS según la cual los problemas del mundo subdesarrollado, al ser, consecuencia del colonialismo y del imperialismo, no conciernen a la URSS; es otra forma de eludir la responsabilidad de todos los países, industrializados ante un problema como el hambre de África, aunque se acompañe con frases de solidaridad con el Tercer Mundo, y de crítica a las potencias occidentales.

Una comisión de la Asamblea General encabezada por Canadá está intentando lograr la aprobación de un texto que sea, por lo menos, una especie de contrato histórico de solidaridad que sirva de documento final de la Asamblea; las negociaciones sobre las frases son enconadas, pero las respuestas de los países con mayor potencial económico han sido expresadas ya de forma inequívoca, y pocas esperanzas pueden aportar ante el terrible problema del hambre en África.

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