Spinelli, la idea de Europa
La muerte de Altiero Spinelli ha vestido de luto a Europa.El 14 de febrero de 1984, el primer Parlamento Europeo elegido por sufragio universal directo adoptaba el proyecto de tratado de la Unión Europea, y hacía suya así la iniciativa de, aquel anciano que, súbitamente rejuvenecido, corría entre los escaños para alcanzar su tarjeta de voto. Desde el club del Cocodrile, desde la presidencia de la Comisión Institucional, Altiero Spinelli supo contagiar su fiebre europeísta a un Parlamento que no legisla, que no controla, que ocupa el papel de comparsa de lujo de las instituciones comunitarias. Fue la varita mágica de la euforia spinelliana la única que ha inspirado a la Asamblea la necesidad de tener conciencia de ser un parlamento.
Se hace difícil hablar en pasado del hombre que personifica la institución que él mismo convirtiera en clave de la transformación de Europa. Durante dos años, ese Parlamento ha luchado a brazo partido con un Consejo paralizado hoy por un Estado, mañana por otro.
La historia de la Comunidad es un proceso ejemplar; nunca en tan poco tiempo se había hecho tanto por acercar naciones y realidades tan diametralmente diferentes, pero es también un proceso en el que se advierten carencias profundas. Las políticas sectoriales no avanzan. En el plano social se permanece en el campo de las grandes declaraciones de principios, mientras que los proyectos de directivas se acumulan en los cajones. La política agrícola se ha convertido en un monstruo distorsionador del mercado que devora el 70% del presupuesto comunitario mientras las regiones más deprimidas sufren la ausencia de un política estructural que sirva para paliar los desequilibrios.
El Parlamento Europeo siempre ha dado la batalla queriendo ir más allá, exigiendo siempre más de los egoísmos nacionales. Pero fue Spinelli quien diagnosticó la enfermedad: las carencias de la base institucional. Era esa la idea que latía en el fondo de su actividad parlamentaria, la normalización institucional. Y hablo de normalización porque las actuales estructuras de poder de la CE no responden ni a las necesidades y aspiraciones de, los ciudadanos europeos, ni a la acumulación enorme de competencias que inexorablemente ha ido asumiendo.
En una Europa que concentra tanto poder como algunos modelos federales, el esquema de democracia representativa, pilar indiscutible de las naciones que la componen, se encuentra en entredicho. El poder legislativo vuelve a manos de los Ejecutivos. Las competencias sujetas a control parlamentario en cada Estado miembro se traspasan, en el nivel comunitario, a un consejo de composición gubernamental. El Parlamento Europeo sólo de lejos recuerda una Asamblea legislativa. Y no olvidemos que en la construcción de la gran Europa no hay parada sin retroceso.
La entrada de España en la Comunidad ha coincidido con el final del sueño. En palabras de Spinelli, "la montaña europea dio a luz un ratoncito: el Acta única". Un eurotopolino, a todas luces insuficiente. Los últimos meses han visto languidecer la euforia, y quién sabe si la Comisión Institucional sobrevivirá a su presidente. Habrá que encontrar nuevas banderas para seguir su lucha. Montesquieu -diga lo que diga Alfonso Guerra- sigue vivo tras dos siglos. A Altiero Spinelli tampoco le dejaremos morir.
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