Veneno
Cada uno por separado, estos caballeros de la guerra van bajando de un cochazo frente a la sede oficial. Por fuera parecen señores distinguidos, de esos que saben contener el flato con una sonrisa enigmática. Sin duda por dentro también están llenos de delicadeza. Algunos pueden llorar con la música de Donizetti, otros le cambian el agua al periquito todos los días con un amor desenfrenado. En este momento, cada uno por separado abandona el carro blindado abrochándose el botón de la chaqueta, posa medio minuto para los fotógrafos en la escalinata, a continuación descongela el rictus de placer y penetra en el edificio de la OTAN acomodándose discretamente la huevera. Ellos son ministros de Defensa y se conocen entre sí. Todos tienen el mismo ideal: aman la paz tanto como a las bombas, adoran la vida, pero desean que la muerte venidera sea para nosotros más rápida, masiva, venenosa y sutil. Ahora, en el vestíbulo, se abrazan entre silenciosas carcajadas y toman un martini antes de ponerse a firmar el acuerdo sobre el desarrollo de armas químicas. Es un acto académico en torno, a un veneno, nada que tenga importancia, se trata sólo de un protocolo inscrito en el marco de la servidumbre de Europa frente a Norteamérica. A todos les une la obediencia. Lo importante es que en Bruselas se come muy bien.Los ministros con su rúbrica han dado vía libre a la fumigación planetaria, y ahora, durante el almuerzo, engullen tina ración de nécoras felizmente, hablan de aficiones privadas y se intercambian pequeños conocimientos pacíficos. Cómo acabar con el pulgón de los rosales. Cómo cultivar aguacates enanos en el invernadero. Después de haber firmado el auge de las armas químicas y habiendo comido opíparamente, estos señores regresan a su país, y a cada uno en el hogar le espera una emoción distinta, aunque siempre fina: el beso de una niña rubia, un fragmento de Donizetti en el tocadiscos, unos versos de Hölderlin en la mesilla de noche bajo la lámpara sonrosada. Pero a uno de ellos el destino le reservaba un golpe muy duro: al volver a casa se enteró de que había muerto el periquito. Y para él ya no hubo consuelo.
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