La lengua de los dioses
En la especie humana, la lengua es un músculo oral que sirve a tres propósitos bien diferenciados a saber: a la función nutritiva, a la función erótica y a la función verbal. Aquí voy a fijarme en la última de ellas, que es la que por su sofisticación_distingue al homo sapiens / homo loquens del resto de los animales, incluyendo entre ellos al loro parlanchín.El lenguaje constituye, como es sabido, la memoria transgeneracional que permite a los miembros de una colectividad compartir sus conocimientos y experiencias. Pero ya, Platón, adelantándose a Umberto Eco, nos advirtió de que el lenguaje sirve sobre todo para mentir, para ocultar o desfigurar los pensamientos.
Cuando Platón escribió sus cautas advertencias, la cultura hebrea había instituido ya con su cosmogonía el logocentrismo de En el principio era el Verbo y el Verbo era Dios. Esta cosmogonía se asentó en la. palabra, pues Jehová creó el universo nombrando a sus seres y objetos, a comenzar por el famoso fiat lux. Naturalmente, se trataba de una metáfora mosaica (aunque hasta nuestro siglo no ha sido leído el Génesis como metáfora) que ponía los pilares de la cultura verbal y aicónica del pueblo judío. Los griegos, que crearon, en cambio, una riquísima cultura icónica, hicieron por ello a los dioses a nuestra imagen y semejanza. Y por ello no tuvieron más remedio que dotarles también del don de la palabra. En realidad, si los dioses fueran de verdad dioses, no necesitarían de la plabra, como los ángeles no necesitan del sexo, a pesar de la larguísima controversia, metafísica. Pero emociona percibir la profunda fe en el hombre que llevó a la cultura de Atenas a dar a sus dioses el rostro, el lenguaje y las flaquezas de los humanos, con su estela de envidias, celos, adulterios y otros engaños típicamente humanos realizados gracias a la función de la palabra.
Como producto humano, que no divino, el lenguaje es un instrumento insidioso. Cuentan de Franco, quien no permitía que fumaran cerca suyo, que tras un relevo ministerial le tocó en su primera reunión a su vera un nuevo ministro que desconocía este tabú y cuando iba a encender un cigarrillo le agarró suavemente del brazo y le susurró: .¡No! ¡No! Que aquí no dejan fumar". La sabiduría gallega del dictador conocía bien el valor de la persona verbal en función del sujeto gramatical. La lengua no es inocente, como han repetido hasta la saciedad los sociolingüistas, y cualquier feminista sabe que mancebo significa joven del sexo masculino, mientras que manceba significa ramera.
Antes de Freud, Lewis Carroll había pensado bastante en las ambigüedades polisémicas del lenguaje, como demostró en varios párrafos célebres de Alkia en el país de las maravillas. Pero Freud sistematizó sus intuiciones, sobre todo en La interpretación de los sueños, Psicopatología de la vida cotidiana y El chiste y su relación con el inconsciente. Se cuenta por ahí el caso divertido de una chica que se encuentra con un amigo por la calle y sonriendo le espeta: "¡Hola, Pollardo!.¡Ay, Gerardo! ¿En qué estaría yo pensando?". El lapsus freudiano de la muchacha en celo venía a demostrar una vez más que el sexo está dentro de la cabeza. y no entre las piernas, como cree la mayoría. Y que el lenguaje -y no sólo el verbal- es el más eficaz embajador de la pulsión sexual.
El Jacques Lacan deje persevere / je père sevère haría del lenguaje el instrumento central de su indagación y de su terapia. Pero, por desgracia, la difusión del lacanismo ha coincidido con una deflación generalizada del valor del lenguaje en la sociedad posindustrial, castigado por la cultura discográfica anglosajona y por la hegemonía de los medios audiovisuales en el ecosistema comunicacional. La reducción del número de signos verbales utilizados- y el correlativo y necesario ensanchamiento de su polisemia (¿cuántas cosas quieren decir hoy rollo y enrollarse?) ha creado una situación inédita.
Para colmo, la expansión informática de matriz angloamericana ha acabado por complicar las cosas, con su pobreza telegráfica y su estereotipación lingüística. La generalización de la informática, coincidente con el declive en las enseñanzas humanísticas por su escasa relevancia para el poder militar, puede conducir a lo que el profesor Weitzenbaum denunció como analfabetismo informatizado, propio de los analfabetos competentes en informática, y que debe distinguirse cuidadosamente del analfabetismo informático, que excluye a sus víctimas preinformáticas de las tareas de la sociedad posindustrial.
En esta situación de deflación lingüística, las viejas advertencias de Platón resultan cada día menos pertinentes. Pero este empobrecimiento reactualiza, siquiera como deseo, el mito arcaico de los dioses que descienden hasta los hombres para enseñarles la producción del fuego y el lenguaje. Nuestra cultura tardoverbal de final de siglo, opulenta por un costado y flaca por el otro, está esperando, como los personajes de Beckett, la imposible llegada de su Godot lingüística
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