Peluquería
A pesar de los notables avances en cosmética y atavío corporal, queda todavía en gran descuido el sector de peluquería de caballeros. Coexisten actualmente dos clases de establecimientos que demuestran el arraigo de la antigua convención. De una parte, la peluquería tipo enfermería, de azulejos, palangana y sillones anatómicos, y de otra, la del modesto salón de belleza, con revestimiento de madera de envero, que cundió en los años setenta. Ninguno de los dos modelos responde a la modernidad. El primero evoca directamente una morgue o faenas de esquilado e higiene que corresponderían a la vida epidemiológica ancestral. El segundo, el tipo de saloncito con trofeos, se alinea en el orden de los cuartos de estar que se montaban en los pisos piloto del extrarradio. En ninguna de ellas es fácil encontrar peluqueros con sentido común. A los de pared alicatada 31 palangana se les han desvanecido las ganas de aprender estilo. Y, ante los segundos, herederos del temible esculpido a navaja, el cliente habitual suele entregarse sin esperanzas. A veces invitan a un cubalibre.Visto el panorama, algunas esposas han conducido a sus maridos hasta las renombradas peluquerías de señoras. Allí es un guirigay de mujeres en rulos y bigudíes, papelitos para las mechas, mozos y azafatas vestidos de karatekas o coros de Maurice Bejart, maestros estilistas de gestos florales y un revoloteo de revistas gráficas entre los asfixiantes zumbidos; de los secadores. El marido parece un menor, una criatura sin destine, y, en el extremo, un desgraciado. No se diga ya si, además, frente a las melenas de las mujeres que están atendiendo, el marido es un poco calvo. El extrañamiento es insoportable.
No se ve, sin embargo, que exista razón para esta ignominia. Ni la tampoco para que, si las señoras encuentran frecuente consuelo y complacencia en los peluqueros, los señores sigan padeciendo el trance como una adversidad que irremediablemente perjudicará su imagen. Asombra este sadismo en que se desenvuelve una parte del sector servicios. Y aún más la su misión masculina hacia esta recurrente e inmerecida tortura.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.