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Madre hay más que una sola

Ariel Dorfman

El día 9 de mayo de 1905 falleció en la ciudad de Filadelfia una tal señora Jarvis. Nada distinguía a esa buena dama. Si la historia recoge su desaparición es porque dejó tras sí a una hija solterona y desconsolada, Anne, que había dedicado todos los años de su vida a cuidar a su madre y que ahora, al verse abandonada, la seguiría conmemorando empecinadamente más allá de la muerte. En efecto, tres años más tarde hizo celebrar servicios religiosos simultáneos en las dos ciudades, Crofton y Filadelfia, que habían sido el escenario de los dos actos más significativos de su vida: en la primera de esas ciudades su madre le había dado vida, y en la segunda, la autora de esa vida había muerto. Pero Anne Jarvis no quiso que el aniversario quedara en algo meramente personal. Inició en esa fecha una campaña para que todos los hijos pudieran honrar a sus madres, vivas o muertas, con una similar intensidad.Las obsesiones suelen generar más energía que los hábitos más normales. Anne Jarvis confirma esta observación: escribió miles de cartas, visitó a gobernadores y diputados, golpeó las puertas de sacerdotes y de magnates de la prensa. Y el 9 de mayo de 1914, exactamente nueve años después de que su madre la dejara en la orfandad, tuvo Anne Jarvis la satisfacción de asistir a un acto oficial en el que el presidente Woodrow Wilson proclamó el segundo domingo de cada mayo como el Día de la Madre. Poco después la fecha se internacionalizó: muchos otros países adoptaron el 11 de mayo como el día del homenaje.

Es probable, no obstante, que hoy la leal hija de la señora Jarvis se sentiría consternada por la evolución, no sólo de su día, sino del concepto de la maternidad misma.

En el momento en que se aprobó su celebración pública la madre parecía ser uno de los pilares inamovibles de la tradición social. Recordemos que aquella mujer a la que se homenajeaba no tenía, por ejemplo, el derecho al voto. Tampoco se consideraba correcto que las mujeres trabajaran, y se seguía pensando que en ellas debían quedar depositadas las virtudes más inmaculadas. En ese mismo año 1914, para no ir más lejos, la Federación de Mujeres de Esta dos Unidos denunciaba el tango como un baile inmoral.

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Pero también en ese mismo años se preparaban las fuerzas que iban a corroer esa imagen de la mujer y, junto a ella, la imagen proverbial de la madre. También en 1914, la feminista Margaret Sanger inventaba la frase "control de la natalidad" (birth control), insistiendo que "el cuerpo de una mujer le pertenece sólo a sí misma". Con esto, ella advertía que esa matriz no era ni del marido ni del bebé ni de la sociedad. Era la mujer la que debía decidir para qué servian sus órganos de reproducción. Así, el lazo sexo-procreación quedaba, potencialmente al menos, disuelto. El amante de Margaret Sanger, el célebre Haveloock Ellis, exploraba en esos mismos años, en varios libros de gran éxito, las variedades del erotismo y afirmaba la necesidad de que la pareja liberada experimentara en el campo del sexo. A la vez, el santuario de la familia misma estaba siendo desmitificado. Aunque sus teorías todavía no eran populares, basta recordar que en 1905 (el año en que había muerto la señora Jarvis) un señor llamado Sigmund Freud publicaba, al otro lado del océano, sus Ensayos sobre la teoría de la sexualidad. Si todos somos Edipos y deseamos a nuestra madre, si todos podemos ser Orestes y somos capaces de matarla, si la actividad sexual invade hasta los sueños de los fetos, entonces es inevitable que la madre deje de ser el refugio de la inocencia. Ya no podía estar más allá del bien y del mal.

Claro que este cambio en la percepción de lo femenino aún se reducía a pequeños grupos. Fue sólo más tarde, cuando la mujer comenzó a modificar su rol económico en la sociedad, que esas variaciones lulturales encontraron una encarnación masiva. La base verdadera para el feminismo contemporáneo no pudo florecer hasta que se produjeron cambios en la composición laboral de la socliedad. Después de la II Guerra Mundial las mujeres empezaron a abandonar el hogar en número creciente para buscar trabajo. Se piensa que, fundamentalmente, tal movimiento es el resultado natural de la sociedad de consumo: ya no bastaba con el salario del marido para adquirir el último modelo de refrigerador o de automóvil. Pero a la vez, por cierto, la familia perdía su cohesión habitual: una mujer que está fuera del hogar gran parte del día, después de todo, no puede cumplir con la imagen de la madre que se consagra sólo a sus criataras.

Es probable, por tanto, que el Día de la Madre deba su creciente popularidad, precisamente, a la necesidad de vastos sectores de la sociedad de conservar, aunque fuera por 24 horas, el concepto más tradicional, casi arcaico, de maternidad. Sólo un mundo en que ese concepto se está disolviendo y sevuelve incierto necesita segregar un día para reiterar y anunciar su vigencia. En el siglo XIX, por ejemplo, se registran diversos intentos por crear un día simílar. Todos fracasaron estrepitosamente. Nadie necesitaba ese tipo de festividad. Pero ahora, en esta época de abortos y divorcios, de bebés de probeta y mujeres que arriendan su vientre para tener el hijo de otras, parecería hacer falta un rito que permita a la madre recuperar, en forma transitoria, su reconfortante sitio legendario.

Creo que es ese sentimiento de malestar, de culpa, de desconcierto, lo que explica la creciente y paradójica popularidad del Día de la Madre. Y también explica por qué en todos los países se haya convertido en el día del comerciante. Una campaña insistente manipula al consumidor: los hijos deben demostrar el cariño a su progenitora desplegando su poder adquisitivo. Y no se trata tan sólo de bombones y tarjetas, de rosas y claveles, esos típicos productos maternos. Con ocasión del Día de la Madre todo se rebaja, todo a la calle, todo se liquida: la relación filial pasa a través de los regalos, pasa a ser algo que se puede comprar. Es una lástima que así sea. Porque el Día de la Madre no tiene para qué ser el sitio de la nostalgia ni el reino de la mercantilización. Podríamos estar celebrando -y quizá hay muchos que así lo hacen instintivamente- algo más profundo, más misterioso. Todos los seres humanos que hoy nos encontramos vivos hemos tenido que llegar hasta este momento de la historia y a este lugar de la galaxia a través del intrascendente cuerpo de un madre. Las madres, por ser el puente de una sola vía que comunica aquello que no existe con aquello que respira, pueden recordarnos la maravilla que se revela en cada nacimiento: cada niño que desciende hacia el rnundo trae consigo una promesa de renovarlo, de comenzar de nuevo. Procrear y criar y educar, llevar a un niño hasta la madurez, es una hazaña extraordinaria. Y las madres pueden recordamos también lo difícil que es dar a luz y lo mucho que hay que cuidar a sus descendientes, a los múltiples descendientes de la luz.

Resulta increíble, entonces, que el Día de la Madre se haya proclamado en 1914. Porque a los pocos meses comenzaría la I Guerra Mundial, aquella devoradora de cuerpos y de ilusiones. Quienes honraban a la madre en sus discursos mandaron a los hijos de esa madre a exterminarse en los campos de batalla. Y a esa conflagración seguiría otra, y otra mas, y nuevas guerras.

En vez de bombones, y tarjetas y flores, lo que las madres deeste mundo necesitan es que alguien les mande un regalo bastante rnás significativo. Lo que ellas necesitan es que alguien les mande ese regalo que se llama la paz.

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