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Sustos

Rosa Montero

¿Qué hemos hecho nosotros para merecer esto? Somos; simples ciudadanos europeos, huéspedes vulgares de este cuarto final del siglo XX. Acarreamos mansamente el peso de nuestras existencias sin historia, de nuestro frenesí y nuestro tedio.Cada cual aguanta la vela de sus vientos, y ahí andamios, navegantes precarios de un mar profundo en sustos. Quiero decir que, de por sí, la vida de hoy día no es exactamente una bicoca. Que si el paro, que si la soledad urbana, o el SIDA, o el cáncer. Que si no voy a poder reunir el dinero necesario para pagar el préstamo, que si mi amante no me quiere como yo quiero que me quieran, que si hoy mi jefe me ha mirado aviesamente y es seguro que ya no piensa en ascenderme. Son los miedos habituales, las angustias que acompañan nuestros días. ¿Quién es capaz de asegurar que ha vivido una jornada, una tan sólo, sin haber saludado a algún fantasma? Tememos el ladrón nocturno, el embarazo no querido, el bochornoso gatillazo, el accidente de tráfico, el suspenso del hijo. El estar barrigón y poco seductor puede ser motivo suficiente para sofocarte de martirio. No somos nadie.

Pues bien, malo es el paisaje que estoy pintando, pero, eso sí, puede empeorar drásticamente. Aburrida de atosigarnos con mediocres cuitas, la providencia parece ahora decidida a pasarse a la tragedia mundial y de prosapia. Empezó el asunto con la casi guerra americano-libia, y, no enfriada aún la taquicardia, va y revienta la central nuclear rusa y nos pone perdidos de neutrones. Puesta en tan aterradora tesitura, no sé qué suicidio prefiero, si la nube de Phantoms o el cúmulo nimbo de lluvia radiactiva. Los grupos pacifistas y antinucleares, que tanto han denunciado el belicismo y la inseguridad de las centrales, y que han sido muchas veces calificados por la oposición de catastrofistas y locuelos, se están cubriendo últimamente de una gloria que espero que no termine siendo póstuma. Cómo echo de menos mis temores nocturnos e individuales, las vulgares angustias de aquella época en la que aún no ocupaba un lugar en la historia: el papel de la víctima pasiva.

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