Católicos en la vida pública
La pregunta está en la calle. ¿Sigue siendo España católica? ¿Dónde están y qué hacen esos nueve millones de católicos españoles que acuden semanalmente a las iglesias? ¿Pueden delegar su actuación colectiva en los obispos? ¿Cuál debe ser su comportamiento, no sólo como cristianos, sino en cuanto tales cristianos? La objeción y el riesgo de un nuevo neoconfesionalismo se perciben a lo largo de toda la declaración, que ocupa 68 folios y se organiza en cuatro capítulos. En este análisis primerizo sólo podemos ocuparnos de las ideas o preocupaciones fundamentales que parecen haber inspirado un documento que puede ser citado y aun manipulado en la campaña electoral que se nos echa encima.Siempre se ha echado en cara a los católicos españoles su insensibilidad por lo social. Tampoco es aceptable ninguna de las dos alternativas en boga: ni la de los que quieren que la Iglesia se valga de la presión o coacción política para imponer sus normas a toda la sociedad, ni la de aquellos otros que, invocando la aconfesionalidad del Estado, prohíben que se tenga en cuenta la opinión católica en los asuntos públicos. El católico no es un ser de otro mundo. Su esperanza en la vida eterna le obliga a responsabilizarse del mejoramiento de esta sociedad en la que vive.
Impera entre nosotros un juicio negativo contra toda actividad pública y aun contra quienes a ella se dedican. "Nosotros", dicen los obispos, "queremos subrayar aquí la nobleza y dignidad moral del compromiso social político y las grandes posibilidades que ofrece para crecer en la fe y en la caridad, en la esperanza y en la fortaleza, en el desprendimiento y la generosidad". Se trata del amor eficaz a las personas. Las fuerzas del bien y del mal actúan también en la vida social y pública. No es posible hacer un mundo más justo, más fraterno; sin intentar cambiar las estructuras sociales, económicas y políticas. Las realidades e instituciones sociales, como todo lo humano, deben ser interpretadas bajo categorías éticas. El carácter central de la persona, principio y fin inmediato de la vida social, permite a los cristianos encontrar una base común de diálogo y de acción con todos los hombres.
Quizá sea ésta la preocupación fundamental de la declaración episcopal. ¿Cómo proceder asociativamente los católicos sin volver a los clericalismos trasnochados? La respuesta no es la cuadratura del círculo. En primer lugar porque hay muchas clases de asociacionismo. Ninguno de ellos puede pretender someter el mundo profano a la Iglesia ni a su jerarquía.
Voto democrático
Los obispos piden a los católicos españoles que participen activamente en las instituciones y asociaciones civiles. Se refieren especialmente a los seglares. Primero individualmente y, además, de forma asociada. Mediante el ejercicio del voto democrático. Al elegir el partido político o la asociación vecinal, sindical o cultural tiene que valorar no sólo los fines, sino también los medios y procedimientos previstos. Y tiene que actuar con libertad y responsabilidad. La autoridad eclesiástica sólo podrá orientar el sentido del voto "en situaciones muy excepcionales".
Otra forma de participar individualmente es el ejercicio de la propia profesión. No debe servir únicamente para recabar recursos económicas, sino para dar testimonio del respeta a la vida, de fidelidad a la verdad, de laboriosidad y honorabilidad, de rechazo de todo fraude, de sentido social. Señalan los obispos "la importancia social y cristiana que tiene en estos momentos el espíritu de iniciativa y de riesgo".
Dentro del asociacionismo es clara la distinción que debe existir entre asociaciones eclesiales que se ocupan de las realidades temporales y aquellas otras que son propiamente "asociaciones seculares". Como ejemplo de las primeras citan la de carácter docente o benéfico-social. A lo largo de la historia la Iglesia se ha hecho presente entre los enfermos, los ancianos, los cautivos, los ignorantes y los indigentes. El voluntariado católico intenta ahora atender especialmente a las víctimas de la drogadicción, a las madres solteras o abandonadas y a los ancianos desasistidos. En el campo de la enseñanza, los obispos postulan un trato de igualdad y exhortan a los padres y profesores a participar en la dirección de los centros docentes públicos y privados.
En partidos políticos, sindicatos y cualquier asociación secular, en los que la ideología marca los fines y las estrategias, hay que proceder con mucha más cautela. Porque "la actuación social y pública de los cristianos no procede únicamente de imperativos y consideraciones religiosas y morales, sino que requiere también la concurrencia de otras muchas consideraciones intelectuales, técnicas y coyunturales, que forman un complejo haz de mediaciones". Y "la complejidad de este proceso explica que de una misma inspiración cristiana puedan nacer, en hombres, grupos y coyunturas diferentes, fórmulas y procedimientos distintos para conseguir objetivos éticamente coincidentes".
De ahí la necesidad de que ninguno de esos grupos o partidos se arrogue para sí la interpretación única de la moral evangélica, ni trate de confundir sus intereses de partido con los de la Iglesia. No se trata por tanto únicamente del uso del nombre cristiano o católico, sino de no mezclar o responsabilizar a la comunidad cristiana o a la autoridad eclesiástica en tales opciones, por otra parte legítimas. Los proyectos concretos y aun los mismos resultados obtenidos no pueden tener carácter confesional.
El documento en sí ya es novedad. La historia y las experiencias del catolicismo español no sirven como modelo para las formas de presencia del catolicismo en la sociedad actual. Acentuar la dimensión social y el compromiso con toda la sociedad, más allá de los intereses institucionales de la Iglesia, es una clarificación necesaria para los católicos españoles. Volver al asociacionismo de los católicos, sin el clericalismo y el confesionalismo anacrónico, devolvería la paz religiosa a nuestra democracia. Es como reconocer la ciudadanía de lo católico, sin privilegios, y sin caer en hostigamientos que producen reacciones intolerantes perturbadoras de la convivencia democrática. Una buena carta de marear para muchos navegantes que ahora se adentran en el proceloso mar de las elecciones generales. En toda acción asociada e institucional, los ciudadanos actúan libremente desde unos presupuestos ideológicos o doctrinales. Los católicos no van a ser menos, ni más.
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