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Crítica:MÚSICA CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los mimbres del Mayo

Había gran expectación ante el anuncio, dentro de la serie de grandes orquestas del mundo, del Réquiem de Verdi. A la dirección de Zubin Mehta y la actuación de la Orquesta y Coro del Mayo Florentino se añadía el atractivo de un cuarteto solista casi de lujo: Mirella Freni, Bruna Baglioni, Peter Dvorsky y Eugueni Nesterenko. Hete aquí que, como el mundo de los divos y semidivos parece funcionar con arreglo a los más estrictos principios de la anarquía (y todo lo demás suelen ser pretextos, certificaciones y buenas palabras), del lujo quedó tan sólo el casi, y aun esto extremando nuestra amabilidad: la mezzosoprano Bruna Baglioni. Creo recordarla en alguna representación romana y recuerdo perfectamente que ya a mediados de los años setenta cabía clasificarla en la clase B.A Mirélla Freni la sustituyó una soprano bien cotizada, tan bien que sus cachets alcanzan niveles que no pocos consideran excesivas. No es nuestro asunto. Sí lo es que, dado el prestigio, no cabe actuación menos lucida que la de la cantante de Rovigo. Que no fue mala es obvio; que la Richarelli domina su parte en el Réquiem resulta no menos evidente; que no se empleó a fondo o que, como los toreros, tenía una mala tarde, fue cosa reconocible por todos.

Orquesta y Coro del Mayo Florentino

Director: Zubin Mehta. Director del coro: Roberto Gabbiani. Solistas: K. Riccharelli, B. P. Baglioni, N. Wulsin y N. Ghiuselev. Obras de Verdi. Teatro Real. 9 de abril.

Peter Dvorsky pasó a llamarse Neil Wilson, un tenor fácil, de voz fresca y ligera, cuyo trabajo interesó muy escasamente. En fin, el bajo búlgaro Nícolai Ghiuselev justificó sus largos títulos: su manera de hacer, su legato un poco arrastrado, su persuasión expresiva, acaban por captar.

Lo malo es que el Réquiem, esa consecución genial del sorpresivo Verdi, exige un cuarteto de verdadera fuerza; en esto el compositor italiano trabajó como si se tratara de una ópera de las de su período maduro. Decir que de la desilusión del cuarteto nos compensó la versión de Zubin Mehta y sus formaciones florentinas es equívoco y hasta falso. Que en esto, como en tantas otras cosas, cada cual tiene su misión y su valor y cada palo debe aguantar su vela.

Es cierto que las velas del director de Bombay y de los músicos y cantores florentinos lucieron no ya como bengalas, sino con auténticos esplendores solares. Mehta ama a Verdi -quien no lo supiera, lo adivinaría- y desentraña sus pentagramas uniendo en una sola voluntad las ideas plásticas de un imaginero, los sueños colorísticos y violentamente contrastados de un Caravaggio, el gesto y la elevación del melodrama italiano en el momento más alto de su historia y la unción del hombre religioso ante la muerte: trágica, espectacular, dolorida, gritadora o ensimismada.

Flexibles

Los mimbres de que están hechos la Orquesta y el Coro del Mayo Florentino, tan ampliamente flexibles, parecen ideales para una partitura corno el Réquiem. Ya la misma calidad sonora del conjunto instrumental, su buen estilo al cantar, su atención al escucharse, su cuidado al cohesionarse, nos advierten con gran poder afirmativo: esto es Italia. La Italia de Alejandro Manzoni y de Verdi; la que está ingresando en la modernidad sin poder ni querer desembarazarse de cuanto hizo su historia y moldeó su sensibilidad.Entre la Traviata y Falstaff, entre la La fuerza del destino y Otelo, el Réquiem alza su inmensa belleza como un Apenino de la mediterraneidad musical. En esos pentagramas nos reconocemos. Mejor todavía si nos llegan tan vivos y auténticos, tan hondos en su interiorización y pujantes en las explosiones exteriores, como los transmite Zubin Mehta y le sirven la Orquesta y el Coro de Mayo Florentino.

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