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Libertad y liberación

El Vaticano ha hecho público un extenso documento que lleva por título Libertad cristiana y liberación. En la introducción hace mención de la instrucción del 6 de agosto de 1984. Aquel elenco de graves advertencias sobre las desviaciones de ciertas formas de teología de la liberación anunciaba ya un documento posterior que pondría en evidencia de modo positivo el vasto tema de la libertad cristiana y la liberación. Año y medio de polémicas, contestaciones de teólogos y agrias relaciones de Roma con algunos episcopados suramericanos separan ambos escritos. Casi un año de silencio impuesto a Leonardo Boff y otros intentos de condenas parecen haber conducido a esta declaración de tono conciliador que tiene el mérito de aceptar la centralidad de la libertad y el carácter liberador de todo el mensaje evangélico.Roma saca a la teología de la liberación del estrecho marco de una reyerta de corrientes teológicas, para premiarla en su aspiración máxima de servir de clave de interpretación del cristianismo. La libertad y la liberación, entendidas según la verdad del hombre, tal como lo entiende la Iglesia, se convierten en esta instrucción, en preocupación privilegiada y en fuerzas generadoras del compromiso ético por la justicia y por la paz. La Iglesia cree que "se abre entre nosotros una nueva fase de la historia de la libertad".

"Es libre quien hace únicamente lo que quiere sin ser impedido por ninguna coacción exterior". De ahí parte la reflexión sobre ese itinerario del hombre y de la humanidad en la búsqueda de su propia liberación. El ser humano quiere más de lo que puede. Los obstáculos para la libertad están dentro de él. Una meditación profunda sobre ese largo proceso de liberación no puede quedarse en el simple dominio de los recursos de la naturaleza ni en la conquista de las libertades sociales. El hombre tiene que enfrentarse con el dominio de sí mismo. La norma moral y la misma idea de Dios no son obstáculos para esa libertad. La declaración sabe que se acusa a la Iglesia "de constituir por sí misma un obstáculo en el camino de la liberación. Su constitución jerárquica estaría opuesta a la igualdad; su magisterio estaría opuesto a la libertad de pensamiento". A estas objeciones se responde con argumentos de fe. "Desde luego", dice el documento, "ha habido errores de juicio y graves omisiones de los cuales los cristianos han sido responsables a través de los siglos".

Una exposición doctrinal como la presente crea un marco de referencias obligatorias y fundamentales. Y dentro de él deberán moverse todos los análisis sobre las situaciones injustas con las que tienen que enfrentarse a partir de ahora las comunidades cristianas.

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La teología de la liberación deja de ser un pensamiento regional dentro de la teología o exclusiva de determinados países. Ni siquiera se plantea como una teología de clase social, sino como un problema del mundo. Las exigencias de la justicia y de la paz se extienden y amplían a toda la conciencia de la Iglesia. Y lógicamente una percepción universalizada requiere una ampliación de los planteamientos de la teología de la liberación.

No puede decirse tampoco que Roma haya dado marcha atrás respecto a la polémica instrucción de 1984. Todas aquellas cautelas respecto al uso del análisis marxista, al riesgo de generalización y vinculación a un tipo de determinismo histórico, así como la condena de la lucha de clases, aunque aquí no vuelven a repetirse expresamente, se dan por supuestas en multitud de pasajes de este escrito. "La Iglesia tiene firme voluntad de responder a las inquietudes del hombre contemporáneo, sometido a duras opresiones y ansioso de libertad". "No se aparta de su misión cuando se pronuncia sobre la promoción de la justicia en las sociedades humanas o cuando compromete a los fieles laicos a trabajar en ellas, según su vocación propia". "Es fiel a su misión cuando emite su juicio acerca de los movimientos políticos que tratan de luchar contra la miseria y la opresión según teorías y métodos de acción contrarios al Evangelio y opuestos al hombre mismo". La Iglesia reclama la moralidad de los medios, se opone a la revolución y admite la lucha armada como el último recurso para poner fin a una tiranía evidente y prolongada que atenta gravemente a los derechos fundamentales de la persona y perjudica peligrosamente al bien común de un país".

Roma acaba de bautizar después de no pocos exorcismos a la que puede seguir llamándose teología de la liberación. Se ha trazado un camino. El cristianismo europeo puede con este gesto sentirse liberado de una pesadilla. Cuenta ahora con unas directrices para hacer teología de la libertad. Pero de ahí a vivir la experiencia de esa liberación necesaria resta un gran trecho. ¿Se extenderá ahora a toda la Iglesia el pathos cristiano por la libertad y la justicia? ¿Testigos como J. Espinal (asesinado en Bolivia), Helder Cámara (testigo viviente, Brasil), Desmond Tutu (Suráfrica), Óscar Romero (asesinado en El Salvador) y tantos que han sufrido la persecución por su solidaridad con los oprimidos surgirán ahora en el resto de la Iglesia inspirados en la doctrina de este documento? No sobre la legitimación de la Iglesia, sino sobre su fidelidad al Evangelio parece poner el acento el presente documento.

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