Claudio Prieto y su 'Concierto imaginante'
Orquesta y Coro de Radiotelevisión Española
Director: Pascual Ortega. Escolanía del Recuerdo. Director: César Sánchez. Lynda Russell, soprano; José Foronda, tenor; Stephens Roberts, barítono. Agustín León Ara, violinista. Obras de Prieto y Orff. Teatro Real. Madrid, 3 y 4 de abril.
Cuando un premio no se justifica desde la misma obra que lo recibe tenemos derecho a desconfiar del acierto de un jurado. Pero cuando, tras el fallo y la entrega del galardón, escuchamos una página tan hermosa como el Concierto número 2, Imaginante, de Claudio Prieto, el aplauso entusiasta alcanza al tribunal que la distinguió.Bravo por esta vez, señores del jurado, para el Premio Reina Sofía 1984. Enhorabuena al no habersé visto obligados a exiliar la distinción que la Fundación Carlos Ferrer Salat instituyó para apoyar y propiciar la música en España.
Extraña en principio ese participio activo -imaginante- escogido por el autor para su concierto. ¿Influencia del deseante, de Juan Ramón Jiménez? No lo sé pero en todo caso me satisface aplicar a los pentagramas de Prieto estos versos del Dios deseado y deseante: "Gracias, yo te las doy siempre. ¿A quién las doy? / A la belleza inmensa se las doy, que yo soy bien capaz de conseguir, / que tú has tocado, que eres tú. / Si la belleza inmensa me responde o no, yo sé que no te ofendo ni la ofendo".
Bien sé que estoy haciendo una trasposición tan arbitraria como suelen serlo todas. Mas no me resisto a esa idea de la "identificación de su alma, el dentro (donde reside el Dios deseado de siempre) con el fuera, el mundo con la belleza externa -cielo y mar-, que es lo que él llama Dios deseante", según explica Sánchez Barbudo.
No es el concierto, sino Claudio Prieto el que en primera instancia es imaginante. Si tal condición la oculta o disimula tras su talante, renuente a los brillos igual que a las ideas fáciles se debe sólo a su condición de artista sustancial.
Hablar de "ostinatos", "estilos fugados", "escritura virtuosística" o "diseños motívicos" resulta obligado en la jerga de un compositor. Pero apenas dirá nada al público profano. Más alumbradora es la alusión de Prieto a la lucha para encontrar solución y cauce a lo que la intuición demanda o esa sugerencia sobre el "carácter deambulante -como si flotara en el ambiente- inmerso en el terreno de lo mímico", datos explicativos de lo que no tiene mejor explicación que la misma música aquietada en el espacio, inquietada en el tiempo.
El milagro, el encuentro
Cuando en la parte central el violín alza su canto, sin retórica, sobre una vibrante atmósfera, se produce lo que Falla denominaba "el milagro" y otros "el encuentro". Desde este pasaje, cual espíritu del concierto, me complace entender la obra. Ni en el momento de más alta encumbración virtuosística a la que se entregan violín y orquesta en un enfrentamiento sin contienda -al contrario, deseoso de acercamiento, comprensión e integración- los pentagramas se alejan de la sustancia que los mueve y origina.
Esta sustancia que metafóricamente podemos denominar con el autor imaginante -término de acción- y no imaginada, lo que cierra la acción al darla por conseguida, o imaginativa que a lo sumo apunta a proyección.
Música activa y desasosegada que exige una escucha igualmente activa. Mejor aún: la provoca, como sucedió en la tarde del estreno, protagonizado espléndidamente por el violinista Agustín León Ara, que renovó la reciente y suprema consecución de su concierto de Alban Berg, y apoyado en la seguridad, acaso demasiado métrica, de Gómez Martínez al frente de la Orquesta y Coro de RTVE.
Sólo con esta obra el Premio Reina Sofia quedaría justificado por mucho tiempo. Lo pudo comprobar, con la atención que dispensa a lo musical, nuestra reina, oyente discreta desde un proscenio.
Conformidad
Todos aplaudimos a Claudio Prieto, que saludó en el escenario junto a sus intérpretes. Pienso que es muy necesario programar de nuevo el Concierto imaginante, pues está hecho de esos preciosos materiales que ganan a, cada nueva escucha.
Tras la inconformidad de la obra de Prieto, la brillante conformidad de los Carmina Burana, de Orff, reinvención casi "para uso del delfín" del goliardismo profano y religioso, culto y, popular, tuvieron en Gómez Martínez, la sinfónica radiotelevisiva y los coros, así como en la escolanía que dirige César Sánchez, traductores entusiastas, capacidad de contraste y naturalidad.
Excelentes Lynda Russell, soprano de raras cualidades, que hizo una verdadera creación de su parte; nuestro tenor José Foronda, en el práctico fragmento de falsete con el que se describe al cisne que ennegrece en el asador ante los dientes trituradores de sus inmediatos y rudos comensales, y el barítono Stephens Roberts, al que se le exige lana ampliación de la tesitura que fue capaz de lograr muy holgadamente.
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