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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La muerte de Sindona

LA MUERTE por envenenamiento de Michele Sindona en la cárcel italiana de Vorghera, calificada como de máxima seguridad, representa sin duda la última etapa de uno de los mayores escándalos de la vida política y financiera de las últimas décadas. La doble personalidad de Sindona resumía en cierto modo el aspecto más negativo de la Italia de posguerra: por un lado, una carrera brillantísima como abogado y banquero, consejero financiero del Vaticano, que tenía relaciones estrechas con muchas primeras figuras de la política y la banca de Italia, EE UU y otros países; a la vez, era un delincuente sin escrúpulos, especialista en operaciones fraudulentas de todo tipo, en la exportación de divisas y la evasión fiscal, ligado a la Mafia, dedicado a sanear los fondos procedentes del tráfico de droga, de la prostitución y de la criminalidad pura. Esta mezcla explosiva ha sido posible por diversos factores, como el largo monopolio del poder de la Democracia Cristiana, que utilizó durante mucho tiempo el entramado secreto y eficaz de la Mafia para asentar su poder en Sicilia. El ejemplo más notable de esas relaciones entre política y delincuencia es el surgimiento de la logia masónica Propaganda Dos (P-2), en la que un personaje oscuro como Licio Gelli, hoy en paradero desconocido, integró a personalidades decisivas de la política, el ejército, los servicios secretos y las finanzas, utilizándolas en una empresa subversiva asociada con el terrorismo ultra, como ha puesto al descubierto una larga encuesta parlamentaria, recientemente concluida.La carrera de Michele Sindona se inicia cuando, de su Sicilia natal, llega a Milán en la agitada época de la posguerra; de abogado especializado en temas fiscales pasa a manejar sumas cada vez más cuantiosas; con audaces operaciones logra convertirse en una potencia firianciera de primera magnitud. Su ostentosa religiosidad facilitó sin duda que, primero Pío XII, y sobre todo Pablo VI, buscasen en él consejo y colaboración para algunas de las principales operaciones financieras que la Iglesia realizó en aquella etapa; se inició así una relación duradera con el arzobispo norteamericano Paul Marcinkus, entonces responsable de las finanzas del Vaticano. Durante más de 20 años, Sindona brilla en los salones de la alta sociedad; es calificado de "salvador de la lira" en cierta ocasión por el ministro Andreotti. En los años setenta traslada a EE UU el centro de sus actividades; en su imperio italiano empiezan a manifestarse grietas peligrosas, y necesita cada vez más dar una dimensión internacional a sus operaciones financieras. Logra hacerse con el Franklin National Bank, de Nueva York; entre sus numerosos amigos en EE UU está David Kennedy, secretario del Tesoro entre 1969 y 1971; ayuda a financiar la campaña presidencial de Nixon...

Pero su estrella ya declina. Su hundimiento en EE UU es ya visible cuando la bancarrota del Franklin Bank le lleva ante los tribunales, y es condenado a 25 años de cárcel. Estalla en Italia el escándalo de la Propaganda Dos. Otro financiero italiano, que había colaborado con Sindona y que había sido, asimismo, consejero del Vaticano, Ricardo Calvi, aparece ahorcado bajo un puente de Londres en 1982; crimen sobre el que hoy permanece un misterio total. En 1984, EE UU concede la extradición de Sindona a Italia; en un primer juicio, en 1985, es condenado por fraude a 20 años de cárcel, y en marzo de 1986, a cadena perpetua por haber organizado, con un asesino profesional, la muerte del abogado Ambrosili, que había figurado como liquidador de un negocio bancario quebrado en Milán.

El epílogo de su envenenamiento ocurre a las 24 horas de su ingreso en la cárcel; estaba sometido, sin duda, a una vigilancia estrecha, pero lo cierto es que numerosas personas le visitaron, por una u otra causa, después de su última condena. Existe una tendencia lógica, por parte de las autoridades, a favorecer la tesis del suicidio; pero resulta poco verosímil, y tal es el sentir de la opinión pública italiana. En realidad, Sindona sabía muchas cosas y podía hacer mucho daño, y utilizó con frecuencia esa amenaza como arma de chantaje. La famosa lista numerada de 500 altas personalidades que le habían confiado sumas importantes para evitar el pago de impuestos no era más que uno de los muchos secretos que él detentaba. Una vez condenado a cadena perpetua, era lógico suponer que desaparecían las causas que podían haberle aconsejado guardar silencio hasta entonces. Es cómodo decir que su muerte corresponde a los métodos de la Mafia, pero eso no aclara gran cosa. Para la democracia italiana, descubrir hasta el fin lo que está detrás de ese envenenamiento es importante. Pero no será fácil, y es probable que quede como un misterio más, después de la muerte de Calvi y de la desaparición de Gelli de una cárcel suiza. Sindona ha sido una pieza de ese subsuelo extraño en el que zonas de la vida pública se encontraban con la criminalidad, lo que amenazaba seriamente la democracia italiana. En los últimos tiempos, no pocos de esos focos de infección han salido a la luz, e incluso han sido castigados. Si bien no han desaparecido, y las condiciones mismas de la muerte de Sindona parecen confirmarlo.

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