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LA OSCURA MUERTE DEL 'BANQUERO DE DIOS'

El nuevo 'rey Midas' se lleva sus secretos a la tumba

"Si un día hablo, haré temblar a mucha gente", había declarado Michele Sindona

Juan Arias

En la rápida agonía que ha precedido a la muerte de Michele Sindona -envenenado con cianuro-, el banquero siciliano apodado el rey Midas -porque convertía en oro todo lo que tocaba- y el banquero de Dios, Italia se ha preguntado atónita por los misterios que deja atrás el gran dictador de la escena económica de los años setenta y asesor financiero del Vaticano. Varios partidos políticos han pedido ya que una comisión parlamentaria indague sobre las últimas horas de la vida de Sindona, mientras la gente de la calle, escéptica y decepcionada, se pregunta si servirá de algo. Porque sobre este personaje increíble ya se desarrolló otra investigación de diputados y senadores, en el aflo 1982, que no llegó a ninguna conclusión, a pesar de las 5.000 páginas de informes recogidos y de las 770 sesiones de debates.

Michele Sindona era un joven abogado de provincias, experto en tributos, que dejó Sicilia a los 26 años con 3.000 liras en el bolsillo y se fue a probar fortuna a Milán con una maleta de cartón, de emigrante. Y, enseguida, de la oscuridad saltó a la luz. Una estrella del mundo bancario, con una especialidad concreta: comprar empresas y bancos en crisis para salvarlos. Y llegó a ser bautizado por Giulio Andreotti -el político más fino e inteligente, y, según muchos más maquiavélico de este increíble país de misterios y de grandezas-, como "el salvador de la lira".En 20 años, fue considerado como el banquero de éxito no sólo en Italia, sino también en Suiza y en Estados Unidos, donde llegó a controlar el Franklin Bank, una importante institución financiera de Wall Street.

Repartía millones a manos llenas, como calderilla o chocolatinas. A Nixon, para ayudarle en la campaña electoral, le dió un millón de dólares de aquel tiempo. A la Democracia Cristiana italiana le regaló 200 millones de pesetas para financiar en parte la campaña del referéndum contra le ley del divorcio. Y se piensa, pues nunca ha habido pruebas fehacientes, que engrasó a todos o casi todos los partidos políticos italianos y a numerosos hombres de Gobierno.

Mafia y P-2

Pero, como suele suceder en estas ocasiones, cuanto más daba, más necesitaba; cuanto más necesitaba, más pedía. Y para mantener su mito necesitó buscarse apoyos poderosos. Primero lo hizo en el mundo político oficial; después, en los poderes ocultos, como la Mafia y la logia secreta de Licio Gelli, Propaganda Dos (P-2).

Cuando empezó a hundirse, hasta el Vaticano, que le había respaldado a través de Pablo VI y de su banquero, el arzobispo Paul Marcinkus, se olvidó de él.

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Sindona había sido llamado por el mismísimo Papa para que sacara las castañas del fuego a las finanzas pontificías en un momento delicadísimo. El abogado siciliano recibió carta blanca para trasladar las empresas propiedad del Vaticano al exterior, a través de una serie de operaciones que, al parecer, dieron buenos dividendos a la Santa Sede, pero de las que también se sirvió Sindona, como haría más tarde Roberto Calvi, para sus especulaciones peligrosas.

La puerta del Vaticano se las había abierto su fama de anticomunista empecinado. De hecho, en varias entrevistas afirmó que su finalidad última de hacer dinero era ayudar a la causa del anticomunismo. Y se declaró creyente en Dios y en la vida eterna hasta en su última entrevista en televisión, esta semana, el día de su condena a cadena perpetua por el asesinato del abogado Giorgio Ambrosoli.

Del arzobispo Paul Marcinkus solía decir que sabía tanto de finanzas como él de mecánica, pero que le atacaban también por su lucha contra el comunismo. Solía decir: "Somos los dos últimos anticomunistas de Italia".

Cuando llega el momento de la quiebra, pirimero de su Banca Privada de Italia y después de la Franklin, de Nueva York, muchos de sus viejos amigos y mecenas empiezan a temblar. Todos saben que en los armarios de Sindona hay escondidos demasiados esqueletos y fantasmas. Sobre todo cuando, indagando sobre la quiebra de sus bancos y tirando del hilo, salió a la luz toda la podredumbre de la logia clandestina P-2, de Licio Gelli, con la cual estaba fuertemente emparentado. El trío eran Sindona, que representaba a la Mafia siciliana; Roberto Calvi, que cubría el hueco del Vaticano dejado por Sindona, y Licio Gelli, que garantizaba el apoyo de la peor masonería.

Un preso respetado

Aun en la cárcel, en Nueva York, Sindona fue tratado con enorme respeto y tuvo relativa libertad de movimientos. Y como hombre de honor de la Mafia, desde su celda enviaba mensajes en código a sus amigos y enemigos. A los primeros, para que lo sostuvieran si no querían ser puestos en un brete; a los segundos, amenazándoles veladamente de muerte, como al abogado Giorgio Ambrosoli, encargado por el Banco de Italia de liquidar sus bancos, o a Enrico Cuccia, administrador delegado de Mediobanca. O a Ugo la Malfa, el líder republicano que había sido su gran opositor político. Pero nunca reveló nombres.

Y sus amigos le habían debido ofrecer protección, porque se había limitado siempre a amenazar: "Si un día hablo haré temblar a mucha gente en Italia y en Estados Unidos". Pero nunca lo hizo. Ni siquiera en el último proceso, que acabó condenándole a cadena perpetua por asesinato.

¿Por qué no lo hizo? Casi todos los observadores coinciden en que esperó hasta el último momento que los políticos más comprometidos en su aventura le iban a salvar. Pero topó con unos jueces incorruptibles, que denunciaron la soledad en la que los había dejado el poder ejecutivo, "que no quería que se condenara a Sindona", como ha afirmado el fiscal del proceso, Guido Viola.

Ahora que ha acabado envenenado está aún más claro, si cabe, que sus amigos, que no habían podido salvarlo, han temido que, decepcionado, solo y traicionado, pudiera por fin hablar.

¿Cuáles son hoy los enigmas y misterios que deja la desaparición violenta e inesperada de Sindona?

En primer lugar, la famosa lista de 500 personajes evasores de capital, todos elles de alto rango. Sindona se fue sin querer revelarla. Y sabía que era una bomba en sus manos. Después, su misteriosa fuga de Nueva York a Palermo y la ficción de su secuestro y posterior atentado, cuando resultó herido en una pierna. Se ha hablado de que había ido a Sicilia para ponerse en manos de la Mafia o para estudiar un golpe que diera la independencia a la isla. O para evitar la llegada de los comunistas al Gobierno de la región. Pero sigue siendo todo un misterio.

Sindona estaba, además, considerado como el único personaje que habría podido revelar todos los misterios del suicidado Roberio Calvi y del mismo Licio Gelli, que se habían formado a su sombra. Como también hubiese podido descifrar, el misterio de las finanzas vaticanas, del Banco Ambrosiano y del Instituto de Obras de Religión (IOR), o banco del Papa.

Es curioso que el sicario pagado con 110.000 dólares por Sindona para asesinar al el abogado Ambrosoli, fuese un personaje italo-americano, William J. Arico, de 36 años, padre de siete hijos. Le llamaban Bill el Exterminador, porque se dedicaba a vender en un barrio de Nueva York cianuro para matar ratas y escarabajos.

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