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Perros

Rosa Montero

Hará ya un par de años que tengo perro. La peluda criatura ha cambiado y esclavizado mis costumbres, se ha comido las paredes de mi casa y me ha abrumado con sus profusos lametones. Pero la mayor ventaja que me ha aportado su presencia ha sido el conocimiento y estudio de una modalidad de ser humano que desconocía anterior mente: se trata del homo perrofóbicus o energúmeno de parque.Y que conste que no me refiero a aquellos ciudadanos que se desesperan de pisar desperdicios perrunos en las aceras: éstos tienen más razón que un santo al enfadarse. Estoy hablando de un espécimen que suele pertenecer al sexo masculino y que sufre unos espectaculares ataques de locura en cuanto que se le acerca un chucho: se pone amoratado, vocifera, se le desencuadernan las neuronas y patalea. Es la mar de entretenido.

Lo más curioso, con todo, es su discurso. Porque el sujeto en cuestión tiende a farfullar una y otra vez los mismos tópicos. Por ejemplo, se muestra particularmente preocupado con el hambre en el mundo: "¡Con tanta miseria como hay, y usted manteniendo un perro! ¡Qué vergüenza!", clama al cielo. Un pensamiento que le honra. Lo que nunca he acabado de entender es por qué no se irrita de igual modo con los múltiples signos de opulencia que nos rodean, desde el abrigo de piel al piso caro. Por que el susodicho energúmeno jamás se acuerda de los pobres cuando enchufa su vídeo o se sube a su coche último modelo, archiperres mucho más suntuarios y costosos que un animal doméstico. No es casual que las chabolas que tanto parecen preocuparle carezcan de todo, pero abunden en perros.

Pero cuando más se encocora el caballero es cuando la dueña del animal es una hembra: "¡Lo que hay que hacer es tener hijos!". Un clamor maternal sube a sus labios y la rabia de no verte parida le estrangula. Les aseguro que es un fenómeno inquietante. Se me ocurre que en la memoria ancestral que nos une al perro debe de haber un ingrediente irracional y básico, un nudo fantasmal de lo que somos. Porque de otro modo no entiendo cómo un simple chucho es capaz de sacar tanta animalidad de un ser humano.

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