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EXTRANJEROS EN MADRID

Nómadas del Rastro

Una colonia variopinta de exiliados políticos y económicos sobrevive gracias a este mercado dominical

Una colonia variopinta, mixtura exótica de culturas y razas, se instala cada mañana de domingo en el Rastro para desaparecer a mediodía. Africanos, suramericanos y asiáticos se mimetizan en este reducto madrileño conformando la estética cosmopolita del mercado dominical. El exilio económico y político obliga a veces a estos mercaderes trashumantes a convertir el Rastro en el tránsito perpetuo del destierro.

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"Qué barato que se vende, es increíble". El insistente reclamo verbal de Arnaldo, argentino con nueve meses de antigüedad en este mercado, traspasa la apretada barrera humana de paseantes dominicales para estrellarse, una y otra vez, en el rostro esculpido en silencioso ébano de su vecino ocasional, Gonar, senegalés, de 28 años, que permanece atento al trasiego tras su improvisado escaparate situado a ras de suelo. Abalorios africanos, piezas marfileñas, relojes, casetes, radios... se muestran a la vista de posibles compradores. "Oye, esto no funciona, ¿cómo se pone en marcha?"', inquiere un viandante. "Sí, sí, es bueno... barato", responde presuroso Gonar, disfrazando con maniobras en el aparato de radio su desconocimiento del idioma castellano.El Rastro ofrece múltiples caras de una misma moneda cualquier mañana de domingo. Decenas de ocasionales vendedores foráneos se mezclan con baratilleros, ropavejeros, chamarileros y demás mercaderes establecidos desde hace tiempo en el lugar. Colonias de los países árabes del África negra, Asia y Suramérica componen la cambiante fisonomía policroma y multirracial de los más de 3.000 puestos del mercado, convertido en el termómetro social de la ciudad y el reflejo ambiental de la situación internacional.

A espaldas del mudo testigo de la historia del Rastro, el héroe de la guerra de Cuba inmortalizado en piedra, se extiende el enjambre multicolor y plurilingüe. La Ribera de Curtidores es, domingo a domingo, el exponente más claro del éxodo africano hacia Europa. Desde Marruecos a Suráfrica, pasando por Senegal, Camerún, Cabo Verde o Irán, las miserias políticas y económicas del continente negro se asoman al Rastro cada mañana de domingo. La creciente diáspora africana en Madrid se entiende como una tregua en el camino hacia Europa. Las dificultades idiomáticas y culturales marcan el desarraigo y la nostalgia de los centenares de mercaderes africanos instalados en este mercado. "Voy a regresar pronto a Dakar. En cuanto tenga dinero, vuelvo", afirma, convincente, un senegalés de 22 años situado a pocos pasos de la comisaría de policía del Rastro. No quiere su nombre en los papeles, chapurrea desconfiado en castellano y francés, mientras contempla el devenir de los transeúntes dominicales ante su puesto abigarrado de piezas de marfil, maderas talladas y abalorios africanos entremezclados con relojes, bolígrafos o radios.

Daniel Nkaa, camerunés, de 29 años, no tiene reparos en contestar en casi perfecto castellano cualquier pregunta sobre su estancia en España, orgulloso de su integración en Madrid. Daniel, exiliado político tras el último golpe militar en su país, reconoce que es un caso atípico. "Al principio me costó adaptarme. Llegué de polizonte hace tres años en un barco desde Douala a Valencia, aunque yo no sabía a qué país se dirigía. Luego me vine a Madrid y pedí la carta de refugiado político y la convalidación de los estudios Ahora curso delineación en el instituto de formación profesional Virgen de la Paloma, donde tengo amigos", explica sonriente. El recelo de la mayoría de sus colegas de continente a hablar de su situación o a integrarse en Madrid lo achaca al desconocimiento lingüístico y al bajo nivel cultural de los emigrantes de color, la mayoría de países más pobres que el suyo

Submundos

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"El temor por su situación temporal en España les hace ser reacios a las declaraciones y las entrevistas", afirma Daniel; "algunos se defienden mejor, por ejemplo los iraníes, que tienen establecido un grupo, y los senegaleses, que están organizados para ayudar a los emigrantes que llegan de su país".

Bisutería y abalorios traídos de lugares originarios componen los objetos de venta de la mayoría de los africanos mercaderes en el Rastro, cuya edad oscila entre 20 y 30 años, y su tiempo de permanencia, entre 12 y 36 meses. Marroquíes e iraníes forman submundos aparte y extienden sus redes de uno a otro lado del mercado. Artículos de importación eléctricos son ofrecidos a la venta por la colonia marroquí, que se las ingenia para trasladar los productos hasta España. El ingenio se troca en astucia al pasar otro tipo de producto de venta libre y abierta en el Rastro, la droga. Desde el más inofensivo chocolate hasta la papelina hay toda una gama al alcance del viandante ocasional, "Hay que vivir ¿no?", afirma H. K., inmensos ojos verdes en un cuerpo adolescente mezcla de italiana y marroquí.

Daniel no cree que en Madrid haya un racismo excesivamente manifiesto. "En Barcelona sí hay hostilidad hacia los negros según han sufrido algunos compañeros míos. En Madrid es mucho mejor. Sólo hay indiferencia". Los visitantes dominicales del Rastro contemplan con curiosidad el exotismo venido del Sur. Se paran de puesto en puesto y observan al vendedor disimulando con una pieza entre las manos. Daniel responde con amabilidad a los mirones ocasionales explicando el precio de la bisutería barata que vende, junto con pañuelos de cuello, diademas y muñequeras deportivas. Por supuesto que va a regresar cuanto antes a Camerún. "En el momento en que cambie la situación política, me marcho; en cuanto haya un nuevo golpe de Estado".

"A finales de los setenta, muchos latinoamericanos vinimos a España en un exilio político impuesto por las dictaduras del momento. Argentinos, chilenos y uruguayos formamos el grueso de los que nos instalamos en el Rastro", recuerda Teresa, uruguaya, de 40 años, nacionalizada en España tras 12 en el país. "El Rastro se convirtió no sólo en nuestro medio de subsistencia, sino también en una manera de mantener el vínculo con tu patria. Al principio se formaron grupos por nacionalidades; chilenos, argentinos y colombianos eran los más numerosos y, defendían, con agresividad incluso, sus parcelas de venta. Luego las cosas se calmaron. Ahora", declara desde su atalaya, su puesto de ropa situado en la parte alta del Rastro, en la plaza de Cascorro, "los suramericanos estamos integrados en el colectivo que conforma este mercado".

Muchos han regresado a su país en los últimos tres años, con el retorno de las democracias. Otros han decidido quedarse. Pocos, sin embargo, resueltos a asumir su instalación definitiva en España. "Garo que voy a regresar a Argentina", afirma Guillermo, de 30 años, "en Madrid estoy de paso hacia Europa, unos meses nada más mientras me renuevan la documentación", asevera parapetado tras los snoopies rojos y blancos que componen su muestrario. "Tres años es el tiempo que pienso residir en Madrid. En 1989 volveré a Quito". Julio, ecuatoriano, de 31 años y estudiante de administración en Madrid, bucea en el pasado ultramarino para recordar un mercadillo similar en su ciudad, el Tejar. "Nunca he vendido en otro lugar. Ahora me sorprendo yo vendiendo ponchos y tapicería típica del país". "El regreso es imposible descartarlo para los exiliados tanto políticos como económicos", tercia Teresa, "los que se han instalado aquí desde 1982 provienen ya de los acuciantes problemas económicos del Tercer Mundo, pero no dejan de ser exiliados. El Rastro es un pasaje breve para la mayoría, aunque lleven más de un lustro".

El paso del tiempo ha aglutinado a los vendedores por baratillos.En torno a Cascorro proliferan lo puestos die ropa nueva confeccionada en pequeños talleres artesalanes. En esta zona se instalan en las matinales del domingo los más antiguos, entre ellos argentinos con varios años de antigüedad en el Rastro. Vistosas prenodas que siguen la corriente de la moda fluctúan entre la bisutería artesanal salida de la imaginación del vendedor de turno.

Indefensos

"Pero, ¡si me han robado la cartera-T", es una exclamación integrada a en la jerga dominical del Rastro. "Es el problema más grave que tenemos todos, la mafia de los ladrones", afirma Teresa, "nos roban incluso propia y nos amenazan con pincharnos si alertarnos a los clientes; la situación es muy peligrosa. Lo hemos denunciado en llantas ocasiones que ya no sabemos qué hacer. Estamos indefensos porque los organizados son ellos. Aunque al otro lado de Cascorro algunos vendedores han decidido atajar, en la medida de lo posible, la situación y están pertrechados de pitos. Cuando se produce un intento de: robo, los silbidos del vendedor agredido hacen acudir al resto y se espanta al ladrón, pero eso no es suficiente". "Yo soy partidario de poner carteles de aviso a la entrada para que la gete sepa que debe estar prevenida contra los; carteristas", afirma Frederik, surafricano, de 38 años, con más de una década en el Rastro. "A veces, la situación excede todo límite, porque cuando roban ante las narices de mi puesto, puede que me estén quitando un cliente. No son españoles todos, también hay marroquíes y negros", acusa, convencido.

"Es peligroso, si, a veces", dice Goichí, parapetado, tras un improvisado anaquel rebosante de barrocas braguitas japonesas de todos los colores adornadas con encajes y calados. Los ojillos enrojecidos de este ex boxeador observan sonrientes a las féminas interesadas en su género. "Para mí el Rastro fue un descubrimiento hace dos años y desde entonces vendo la ropa que hago en casa, en una máquina (te coser". Unos metros más allá,, otra japonesa vende ropa interior de "su país" hecha en casa. Una inmensa sonrisa coqueta es la respuesta a, la osadía de preguntar su edad. "Llevo cinco años en el Rastro", regala a modo de despedida.

Tanako ha decidido salirse de la norma asiática en el mercado de vender ropa interior o bocadillos. Su puesto está repleto de bisutería artesana de metal pendientes originales y retorcidos de mil maneras desafían la curiosidad Femenina. "Llegué a Madrid a los 32 años, lo descubrí y, decidí quedarme. Combino mis estudios de guitarra clásica en el Conservatorio con la venta en el Rastro". No piensa marcharse. Es la pequeña colonia asiática la única que parece descartar el abandono del mercado, madrileño y del país. Para la mayoría ole los extranjeros, sin embargo, el Rastro es un pasaje efímero. Un alto en el camino del exilio.

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