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La Iglesia y los problemas militares

La declaración del secretario general del episcopado español es un documento curioso: ve el árbol, pero no ve el bosque. El árbol es el referéndum sobre la política exterior española; el bosque es el problema de la carrera de armamentos. Con todo, este problema ha tenido, en las declaraciones de la jerarquía y en los escritos de los teólogos, si no una solución unívoca, sí al menos una formulación unívoca. La fórmula es la siguiente: ¿es posible, en la era de las armas nucleares, que se realicen las condiciones que han hecho posible el que la Iglesia hable de guerra justa? Entre las distintas condiciones que fundamentaban esta teoría no se hallaba sólo el carácter defensivo de la guerra, sino también la proporción entre el daño sufrido por el agredido y el que la respuesta del agredido podía hacer sufrir al agresor. En estos tiempos nucleares, en los que el intercambio de misiles puede llevar a daños no mensurables, ya no existe relación entre los bienes que se quiere preservar y los daños que se pueden infligir. En este marco ha comenzado en la Iglesia un amplio debate, que ha tenido su más autorizada contribución -con admirable equilibrio y sólida base teórica- con la carta colectiva del episcopado estadounidense. En el fondo, la carta parte de un punto de vista moderado: en efecto, no plantea la opción en términos ultimativos, es decir, llevándola hasta sus últimas consecuencias (como ocurre, en cambio, en el caso del aborto).Los obispos estadounidenses se limitan a afirmar la inmoralidad intrínseca de las armas de destrucción inmediata: se indican cuáles son -aunque sea en nota a pie de página-, y comprenden tanto los misiles intercontinentales MX como los misiles de tipo táctico Pershing 2. La postura del Vaticano es más general, la de los episcopados europeos que han tratado el asunto (el francés, el alemán federal y el inglés) no muestran la misma puntualidad que el estadounidense: se muestran ejemplarmente homogéneos respecto a sus Gobiernos respectivos.

Esto es particularmente grave en el caso del episcopado francés y en el del inglés, porque Francia y el Reino Unido poseen armas nucleares anticiudad, es decir, que apuntan directamente a objetivos civiles.

La postura peor es la del episcopado italiano, que prefiere no pronunciarse. La postura del Vaticano, en efecto, condiciona a la Iglesia italiana y la configura como una Iglesia del silencio.

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La declaración del episcopado español se enfrenta al problema de los límites de la justificación católica de la guerra, pero sólo para decir que el problema existe. Pero lo hace para olvidarse de: él inmediatamente, afirmando, en términos generales, que un pueblo tiene derecho a la defensa. Para los obispos no debería ser un defecto la complejidad de la pregunta del referéndum. Si hay algo realmente complejo dubitativo (y se comprende que así sea) es la presente teoría católica sobre la guerra. Debemos añadir que ésta no se ha completado todavía en gran medida y que aún se encuentra en fase de construcción. Sería converriente que los obispos españoles pusiesen la doctrina de la guerra en un catecismo (no conocemos todavía el catecismo sobre la moral que el cardenal Oddi dice estar preparando) y así verían que actualmente resultaría algo bastante menos sencillo, para la conciencia del cristiano, que lo que resulta el referéndum de González para el elector español.

En un plano moral, pues, el verdadero problema es el de la postura del pueblo español sobre dos puntos fundamentales: a) la capacidad de conservar su derecho soberano de decidir- sobre la paz y la guerra; b) la mayor o menor conexión entre España y las armas nucleares estadotinidenses que la propuesta presenta respecto de la situación pre-OTAN. Como mucho, hay coincidencia entre las posturas de la moral católica contemporánea hacia la guerra nuclear y los valores a los que se refiere la propuesta del Gobierno español. Las intenciones del Gobierno español consisten en liberar al pueblo español de un régimen en el que existen bases norteamericanas, régimen de alianza impuesto por el franquismo, e integrar a España, de manera limitada, en la OTAN. Desde el punto de vista católico, la valoración del elector debería juzgar la credibilidad práctica de la propuesta socialista.

Si lo que deseaba el episcopado católico era hacer frente a la cuestión real y relevante desde el punto de vista moral, entonces debería expresar su opinión sobre este aspecto. Así habría podido conservar al mismo tiempo la relevancia de un punto de vista ético y la autonomía de una opinión política, afirmando respecto del primer punto la competencia del episcopado y reconociendo la libertad de opinión del creyente respecto del segundo punto. Pero lo que ha ocurrido ha sido exactamente lo contrario. Sobre el problema más netamente moral (la independencia nacional y el armamento nuclear) la declaración no dice nada en absoluto. Sobre este punto, si hubiese hablado sin parcialidad, podría haber favorecido de hecho al Gobierno.

La intención del episcopado no era tratar la cuestión principal (la defensa), sino la cuestión secundaria: el referéndum. Y aquí el juego político da un vuelco. Los obispos no han sido nunca grandes jueces de la democracia: lo empiezan a ser ahora en Filipinas, de manera sorprendente, y, desde cierto punto de vista, desconcertante. Pero, sin duda, en España nunca lo fueron.

Pero que ahora los obispos hagan frente a un tema tan irrelevante desde el punto de vista moral y tan político en su estructura (la mayor o menor claridad de la pregunta sometida a los españoles en referéndum) nos hace sonreír un poco. Como dice un proverbio, "aunque la mona se vista de seda, mona se queda".

Los obispos españoles tenían una ocasión excelente para pronunciarse desde un punto de vista moral. Y la han perdido. Sus argumentos coinciden con los de Fraga. El referéndum adecuado debería haber sido: OTAN, sí; OTAN, no.

Los obispos españoles invitan al elector a llevar a cabo de hecho lo que dicen que no debería producirse en principio. Es decir, transformar el referéndum sobre la OTAN en un referéndum sobre el Gobierno. Pudiendo elegir entre una excelente ocasión para hablar de moral y una excelente ocasión de hacer política, los obispos, con su instinto secular, han elegido la segunda. Por si fuera poco, so capa de una figura lógica inventada respecto del referéndum legítimo posible; es decir, el referéndum del dilema absoluto. ¿Es cierto que la Iglesia española ha cambiado? O, dicho de otra manera, el retorno a la Iglesia política, que es uno de los aspectos que Juan Arias llama acertadamente el enigma Woityla, ¿han reconducido, acaso, las aguas de la jerarquía española, que, tras el concilio y después de Franco, habían excavado un nuevo cauce, al antiguo lecho? El referéndum tiene su importancia, porque en realidad puede ser una ocasión para aclarar cuál es el, verdadero rostro que, más allá de las formas, es realmente el de la Iglesia española en la segunda mitad de los años ochenta.

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