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Tribuna
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A paz por el desarme

La lucha por la paz yel desarme puede desarrollarse con mayor eficacia desde fuera de la OTAN que desde dentro, según la opinión que expone el autor de este artículo, en el que, desde la mirada del científico, intentan buscarse razones que vayan más allá del pragmatismo de los políticos.

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Apelación a la sensatez

Mi dedicación muy absorbente a la biología me priva de competencia para el análisis de coyunturas políticas concretas, pero el carácter general de lo que se pone en cuestión en el próximo referéndum me faculta, en cierto modo, para opinar sobre él, y éticamente me inclino a hacerlo. Dos razones, que me parecen de peso y apremiantes, me inclinan decididamente contra nuestro ingreso en la OTAN.La primera opera sobre mí como hombre y, en mi caso, como hombre libre de todo compromiso político. Es obvio que el desarrollo actual de la técnica hace que los hombres se relacionen e influyan intensamente y de muy diversos modos por encima de los Estados, y que correspondientemente, el estallido de un conflicto podría determinar el exterminio humano en unas circunstancias de horror inimaginables. Conforme a la naturaleza humana, la ley del progreso es resolver, a toda escala, los conflictos en cooperación. Hoy, en que la contradicción latente, impuesta por el ciego curso de la historia, está planteada a escala mundial, esta ley obliga a luchar, a la misma escala, constantemente, tenazmente, por el desarme y por la paz. Sé que, en la coyuntura que nos ha tocado vivir, ésta es mi obligación personal, como lo sería si fuese norteamericano o soviético, o de cualquier otro país. Me parece que los españoles pueden laborar eficazmente (y el instinto de conservación impone comenzar a hacerlo de inmediato) a favor de esa pacificación inaplazable que nos exige el estado de fuerzas en tensión, procurando en toda ocasión que se resuelva en entendimiento la contradicción crónica que ha llegado a establecerse entre los dos bloques mundiales, sin duda, en contra de los intereses del uno y del otro. Esta labor, que compete a los hombres informados y de buena voluntad de todo el mundo, sería cumplida por los españoles, en la escena mundial, con un grado de eficacia incomparablemente mayor fuera que dentro de la OTAN, y no puede haber un objetivo que tenga prioridad sobre conseguir esta eficacia. Aparte de la conveniencia de aplicar todos nuestros recursos a fines productivos, una respuesta negativa al referéndum sería ya en sí un paso de incalculable valor hacia la distensión y, en mi sentir, una prueba del lucidez y de libertad de juicio de nuestro pueblo no obstante estar incitado, educado, como toda la población mundial, a subordinar los intereses genérales y de largo alcance a los particulares e inmediatos a expensas de Ia gestión racional de los asuntos humanos, con la consecuencia del hambre y del despilfarro de la capacidad creadora humana.

Esta primera razón es de algún modo matizada por otra que me parece sugerida por mi actividad profesional de investigador científico, que, en mi sentir, consiste en la pesquisa de lo que cónsideramos verdadero buscando la comprensión paulatina de la realidad como objetivo prioritario, superior, al pragmatismo a corto plazo, y orientador de éste. Al hombre de ciencia se le impone que el ambiente social en que se basa su trabajo, a saber, el proceso de la experiencia social, a su nivel de abstracción más alto, no está encarnado en ningún país ni grupo humano, sino que a su desarrollo han cooperado hombres de todas las épocas y países de un modo inextricablemente tejido, y, en consecuencia, los herederos y continuadores deben ser potencialmente todos los hombres. Por otra parte, el esfuerzo de los científicos genuinos, que persigue el conocimiento y no el provecho pragmático que éste implica, está sostenido por la convencida necesidad íntimo de que el pensamiento científico provechoso que se vaya ganando terminará abriéndose paso hasta ser -asimilado por el pensamiento, general. La labor científica no se realiza con plenitud por el mero hecho de conocer algo, sino cuando el conocimiento es acogido por otros, muchas veces después de la propia muerte. Esta peculiaridad de la naturaleza humana se impone con especial claridad al científico y hace que viva por anticipado lo abominable de la posibilidad de que desaparezca la experiencia social que da sentido a todo esfuerzo humano. La contrapartida que nos ha hecho persistir en nuestra tarea es la seguridad de la fuerza lenta pero irresistible con que se impone el pensamiento racional capaz de subordinar la táctica a la estrategia, las verdades parciales a la teoría general; y, en este sentido, opino que, por encima de cualquier consideración inmediata, la influencia real que nuestro pueblo puede ejercer en e¡ marco universal de los países está en incorporarse activamente a la distensión, a la corriente que opina y trabaja por la conducta racional que, si no hay un suicidio colectivo, ha de terminar imponiéndose: conseguir una situación de paz segura, en lo posible irreversible, mediante un desarme real, socialmente controlado.

Faustino Cordón es biólogo.

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