Olof Palme, un hombre de la calle
Si hay un asesinato político, éste es el de Olof Palme. Un hombre de Estado, sea sueco, sea socialdemocráta, tiene seguramente adversarios. Él no tenía aparentemente ningún enemigo. Hombre de poder, quiso ser el hombre de un proyecto. Animal político ante todo, Olof Palme era de esa especie -excepcional- que aún cree que la política puede cambiar el orden de las cosas, que el mensaje no se reduce únicamente a las necesidades de la comunicación de una imagen propia para que éste tenga sentido.Sócialismo y democracia: dos ideas que, como se dice, caminaban juntas, parecen haber encontrado en Estocolmo su lugar ideal de expresión. El socialismo a la sueca es cierto que no está exento de críticas pero buscaríamos en vano dentro dela pequeña parte del planeta a la que denominamos libre una síntesis mejor acabada, más exigente, de los ideales a los que deberían reducirse todas las ambiciones políticas confesables: la justicia y la libertad.
Se discutirá todavía durantemucho tiempo el valor y los límites de un modelo sueco del que los contestatarios tanto de derechas como de izquierdas nos aseguran que no es siempre envidiable. No se le podrá discutir a su fundador y artífice el hecho de que no haya intentado imponérselo a nadie sino ser únicamente el embajador de sus ideas simples y universales (...), el rechazo a todo tipo de violencia, de todo tipo de terrorismo, el de los ricos contra los pobres.
El homenaje unánime que se le rinde demuestra su capacidad. Más allá de los pésames y de las frases convencionales en tales circunstancias, no hay ningún otro hombre de Estado al que pueden llorar tanto los norteamericanos como los rusos, los israelíes como los palestinos, iraníes y árabes, para citar únicamente algunos de los conflictos en curso.
Unanimidad tanto más notable cuanto que Olof Palme no había escogido nunca enmascarar sus ideas de fuerza por vagas perífrasis (...). Pero la idea primordial que se impone, tres días después del asesinato, es quizá la de un primer ministro tan raro en su género que creía tan firmemente en la democracia como para hacer cola en un cine de Estocolmo y volver andando a su casa. Una idea que le ha costado la vida. ¿Quién osará, por tanto, negar que es posiblemente la única que da sentido a todas las demás?
, 3 de marzo
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