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Oskar Kokoschka, último heraldo de la Viena fin de siglo

Ayer se cumplió el primer centenario del nacimiento del artista

El 1 de marzo de 1886 nacía en Pochlärn, localidad enclavada junto al Danubio, Oskar Kokoschka, representante de la última generación de la mítica finisecular, últimamente tan celebrada mediante exposiciones espectaculares (Venecia, Viena y París) y otros productos de la industria cultural. Estamos, pues, ahora ante el centenario de su nacimiento, al que por muy poco casi pudo haber llegado con vida el propio homenajeado, que murió recientemente, como quizá recuerden; para ser exactos, a finales de febrero de 1980, cuando el artista estaba a punto de cumplir los 94 años.

Llegar a rozar el siglo de existencia y hacerlo en plenitud de facultades es, desde luego, un portento de vitalidad que reduplica su efecto, al tratarse de una personalidad que es encuadrada en el contexto de una cultura crepuscular, hermosamente fantasmal, agonizante. Esta paradoja, en cualquier caso, habrá que cargarla a la cuenta de ese fascinante universo de la contradicción que fue la Viena finisecular, capital del imperio austro húngaro, ejemplo de un mundo irremisiblemente condenado a la desaparición, pero que, en medio de la decadencia más completa, alumbra una consciencia y una sensibilidad cuya trascendental influencia cultural en nuestra época difícilmente halla parangón. En realidad, sea cual sea el campo de creación cultural que elijamos, resulta difícil toparnos con uno en el que esta Viena desfalleciente no haya aportado algún nombre decisivo. Es algo tan evidente que el consabimiento no resta un ápice de admirada sorpresa al recuento de figuras célebres, entre las que se encuentran S. Freud, E. March, L. Wittgenstein, O. Weininger, K. Kraus, Hofmannsthal, S. Zweig, R. Musil, E. Canetti, H. Broch, J. Schlosser, Mahler, Schönberg. A. Berg, H. Wolf, C. Sitte, O. Wagner, A. Loos, J. Hoffman, J. M. Olbrich, G. Klimt, E. Schiele, O. Kokoschka, F. Wotruba, etcétera. En psicología, filosofía, literatura, música, arquitectura, pintura, qué más da, reconocemos en seguida la importancia decisiva de cualquiera de estos nombres.

Todo este fantástico florecimiento intelectual, que duró aproximadamente desde 1860 hasta la anexión de Austria por Hitler, en 1938. Se llevó a cabo, en efecto, no sólo sobre la ruina objetiva de un imperio, sino precisamente como una lúcida y patética reflexión sobre su final moral ineluctable. Esta Austria católica e imperial, política y económicamente atrasada, alimentaba un cáncer en el interior de su brillante, alegre y sensual aspecto. En ese mismo país imaginario que con el nombre de Kakania describiría cruelmente Robert Musil en su Hombre sin atributos como una hermosa pompa de jabón incapaz de resistir un soplo de sarcasmo. Es allí donde se debe producir el imposible equilibrio entre el atolondramiento vital y el sentido más agudo de la crítica, con lo que muchos, claro, cayeron del alambre...

El sociólogo de la cultura C. E. Schorske nos ha proporcionado un lúcido diagnóstico acerca del trasfondo de la crisis de esta Viena fin de siglo, una crisis que no es otra que la escenificación de una modernización fracasada: el drama no épico de un liberalismo burgués que no logró imponerse por sí mismo y que fue consecuentemente incapaz de generar ilusiones de vida para sus herederos, y la tragedia de éstos, que se encontraron sin identidad y tuvieron que inventársela en una batalla en la que los fantasmas de Saturno y Júpiter les marcaron como generación fatalmente envuelta en la dialéctica de crímenes expiatorios y dolorosas culpabilidades.

Es imprescindible conocer este trasfondo para comprender la figura de Oskar Kokoschka, miembro al fin y al cabo de esa última generación de rebeldes herederos de un fracaso, impulsados por las circunstancias a la destrucción, o, como los denomina Schorske, los despiadados verdugos del jardín vienés, al que hicieron volar por los aires no sin pagar el precio de una autoinmolación.

Risueño boato

Enredada en el risueño boato rococó, la tradición artística austriaca inicia su ingreso en la época contemporánea sin otra cualidad que un superficial edulcoramiento. De hecho, el primer gran movimiento polémico de ruptura, la Secesión Vienesa, se quejaba de la ausencia de una tradición con la que poder enfrentarse: "No hay polémica", se afirmaba en Ver Sacrum, el órgano de expresión de este grupo renovador, entre dos concepciones artísticas, sino entre el arte y la vulgaridad".Las dos primeras exposiciones del joven Kokoschka, que tuvieron lugar en el Kunstchau de Viena los años 1908 y 1909, fueron recibidas de manera hostil, salvo por el pequeño círculo de amigos, entre los que se encontraba, eso sí, la mejor inteligencia vienesa. Saludado por F. Holder como un "nuevo Rimbaud", Kokoschka, que se dio a conocer como poeta, autor dramático e ilustrador a la vez que como pintor, asumió desde el principio el drama de la crisis de identidad. En este sentido, es curioso observar cómo trata de relacionarse pictóricamente con la tradición del barroco local y sus revivals, cuyos ritmos enloquecidos y audaces atrevimientos cromáticos incorporará definitivamente a su estilo. Ha conocido y admirado la refinada y morbosa pintura de Klimt, pero a ello añade una violenta pasión por Van Gogh, que le lleva directamente hacia el expresionismo. Existencialmente, entiende asimismo la vida como el grito aterrorizado que permite respirar al recién nacido, predestinado a luchar en una constante afirmación agónica, la de quien se ve impelido a devorar para no ser devorado.

Sus primeras obras fueron una serie de impresionantes retratos, realizados con violentos trazos y contrastes cromíticos insólitos. El aire desesperado y patético de estas figuras alcanzará su máxima intensidad expresionista cuando recorten su temblorosa silueta sobre un océano de embravecidos colores.

La vida misma de Kokoschka es un continuado arrebato de pugnas afectivas y luchas ideológicas, una vida inquieta, constantemente puesta a prueba. Fueron notorias sus tormentosas relaciones con Alma Mahler, preludio de una existencia encendida por grandes pasiones amorosas. Movilizado en la I Guerra Mundial, consiguió sobrevivir milagrosamente tras recibir una bala en la frente. Inquieto y rebelde, sin militar en ninguna fracción, abrazó comprometidamiente todas las causas políticas, que le obligaron a huir de un sitio a otro cambiando incontables veces de residencia. De hecho, exiliado o no, Kokoschka llegó a vivir durante temporadas en Viena, Dresde, Praga, París, Londres y, ya en la última tapa de su biografía, en Suiza. En este continuo vaivén me parece reseñable su visita a España en 1925, así como su activa solidaridad con nuestro país, envuelto en la guerra civil, que se reflejó en una célebre serie litográfica, cuyos títulos hablan por sí mismos: Ayudad a los niños vascos, García Lorca, La Pasionaria. Este mismo impulso ético le hizo enfrentarse con valentía al nazismo, que le persiguió e incluyó en su lista de artistas degenerados.

Para terminar esta evocación. quiero recordar que en 1974 la Fundación Juan March organizó una amplia exposición sobre la obra de O. Kokoschka, en cuya apasionada violencia hemos de reconocer el grito de rebelión desesperado de quien, en medio del jardín vienés, vio cernirse la sombra demoniaca del apocalipsis venidero.

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