Exportaciones ilícitas
Me encontraba en París cuando acerté a contemplar, por primera vez, el cuadro de Goya del que tanto se habla, pues pretenden sacarlo a subasta en Londres, el próximo mes de abril, en una conocida galería. Si la memoria no me falla, sucedía mi primer encuentro con La marquesa de Santa Cruz al comienzo de los años sesenta, cuando todavía quería comerme el mundo. Un prestigioso museo de la capital francesa que lleva el nombre de su fundador y mecenas anunció una exposición de pintura española y fui invitado a la inauguración con otros periodistas, críticos de arte, autoridades locales y una nutrida representación, venida desde Madrid, en la que figuraban eminentes conocedores de nuestro mundo pictórico.La pieza maestra que ocupaba lugar preferente era el polémico retrato en cuestión. Pertenecía entonces a un hombre de negocios bilbaíno, que lo cedió gustoso para la exhibición. Muchas fueron las crónicas periodísticas que se ocuparon del acontecimiento, y casi todas pusieron el énfasis en un pequeño adorno de la cítara que sostiene la marquesa retratada. Efectivamente, se adivina en la marquetería del instrumento un disco solar, que fue el símbolo de las culturas prerromanas célticas y al que se llamó lábaro, esvástica y rueda de la vida, entre otras cosas. Parece que alguien descubrió en Madrid, alborozado, en los años de la guerra mundial, este signo mágico al contemplar el lienzo y pensó que sería un buen regalo para que se lo ofreciera Franco a Hitler. La marquesa del retrato era, por lo visto, una "nazi" avant la lenre. Claro que también podría habérselo regalado el exiliado presidente Leizaola, para quien la esvástica era el dato identificador de los vascos primitivos, como lo demuestran algunas antiquísimas estelas funerarias que existen en el territorio de Euskadi.
Confieso la enorme decepción que sufrí al contemplar la famosa obra de arte. La aludida marquesa es, a mi parecer, un cuadro poco atractivo y estéticamente insulso. Recostarse una mujer en un diván para ser pintada fue un gesto dieciochesco que perdura hasta nuestro siglo. Desde madame Recamier hasta la condesa de Noailles vista por Zuloaga hay una larga serie de damas que se acostaron frente al artista. Después de Freud, el diván se convirtió en instrumento terapéutico para confesiones laicas y sirvió también para que se tumbaran frente al médico las damas de alta sociedad aquejadas de dengue.
Pero Goya pintó maravillosamente a otra mujer en el sofá disfrazada de maja. Cualquier visitante de nuestro primer museo conoce el inmenso valor erótico, invitante e insinuante que poseen las dos majas del Prado, sobre todo la vestida. Pues bien, hay que estar bebido o alienado para encontrar un adarme de atracción sensual en la marquesa en litigio. Todo es rigidez teatral en la composición del cuadro, artificiosa y falsa. La señora marquesa se disfraza de diosa -¿de Terpsícore?- en su atuendo, en su peinado con guirnalda florida y hasta en un instrumento musical que enarbola sin ninguna gracia. Está incorporada hacia adelante, en un gesto ambiguo que le hace sentirse incomodísima, y su mirada no dice nada al espectador. Es el menos goyesco de los Goya ése que ahora se intenta subastar en Londres y cuya situación legal se discute. Junto a mí, el día de la inauguración, se hallaba la, Commère, una sutil y maliciosa redactora de chismes de la capital francesa, que me dijo en voz baja: "Du Goya, ça? Plutôt de mauvais David". A otro crítico español le oí decir en esa misma noche: "Pudiera pasar este retrato por un Esteve".
En fin, sea cual fuere la autenticidad, el retrato que también está en duda es, en el mejor de los casos, un Goya malo. A pesar de la novelesca versión del caballero mallorquín que saca a la marquesa en un avión desde Madrid hasta Zúrich para enseñarla a un eventual comprador. En la ciudad suiza, la marquesa de la cítara pasó, a través de las manos de un conocido marchante, a poder de un noble británico que tiene un club privado en París y un domicilio fiscal en las islas de la Mancha, que tanto inspiraban a Víctor Hugo en su destierro. El lord inglés lo entregó a una empresa de subastas de rango internacional y se habla ahora de 1.700 millones de pesetas como posible cifra de remate del mediocre lienzo. ¿Es verosímil esa altísima evaluación como precio de mercado? ¿0 estamos quizá ante una inflación deliberada estimulada por una fundación testamentaria del extravagante millonario norteamericano que, por razones fiscales, debe invertir en obras de arte su inmensa renta corporativa anual?
Es un tema que no quiero tocar aquí porque se halla imbricado en otras inflaciones paralelas a las que ahora les toca la hora de su estrepitoso deshielo. Me refiero a la aparatosa caída del precio del crudo, subido artificialmente en 1973, con el pretexto de una guerra en Oriente Próximo, a más de 34 dólares por barril, con lo que se desencadenó la grave crisis mundial, cuyas últimas consecuencias no han terminado todavía.
Los millones de trabajadores españoles en paro no podrán sino exultar de júbilo al ver cómo se derrumban los precios exorbitantes del petróleo y con ello se pone fin, entre otras cosas, a la
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insultante exhibición de los enriquecidos con ese escándalo, que han estado poblando las riberas europeas del Mediterráneo de falsos templos, imaginarios palacios de las mil y una juergas, y yates con bañeras de oro y grifos de platino para fregar a las huríes del paraíso que llevan a bordo después de la lluvia de Danae.
Pero, volviendo al canapé de la marquesa, resulta que, al parecer, hay razonables dudas sobre la licitud de su exportación, llevada a cabo hacia Suiza y Londres por el comprador balear. La documentación que los subasta dores y el lord comprador manejan ¿es, en efecto, auténtica, como ellos aseguran? ¿Existen en realidad documentos que permiten probar que la marquesa del sofá salió de España con los papeles en regla? ¿El comprador mallorquín -que se halla, por lo que dice la Prensa, detenido en Buenos Aires- convenció a los compradores del club privado de que ese extraordinario documento de exportación lo había otorgado, hace muchos años ya, una personalidad que le debía muchos favores políticos? ¿Qué pensar de ese ruidoso affaire, tan complejo, oscuro y enmarañado, sobre un Goya mediocre y dudoso que se dice que vale 1.700 millones de pesetas?
Los papeles pueden ser auténticos, y el Goya, cierto o atribuido, y, sin embargo, la operación puede resultar ilícita. En mi larga vida de paseante exterior recuerdo otro caso parecido.. Llegaba yo, al final de un viaje por Estados Unidos, a la metrópoli neoyorquina. Me enviaron al hotel donde residía una amable invitación para la exposición de una galería de arte en la que había piezas de pintura clásica española en venta. Era propiedad de un anticuario austriaco de estirpe judía, de traza aristocrática y bien relacionado con el entonces atroz mundillo del esnobismo cultural de Manhattan. El dueño explicaba a sus invitados las diferentes obras de que constaba la colección. En esto, nos paramos ante un sorprendente y bellísimo retrato de El Greco que representaba un fraile trinitario de bonísimo talante y nada grecoide en su figura. Al terminar el acto pregunté al propietario cómo había logrado hacerse con tan soberbio retrato. "Se lo he comprado a los actuales dueños. Y pagué el precio que me pidieron sin regatear, a cambio, naturalmente, de tener los papeles en regla para la exportación". Me los mostró y no parecía haber duda sobre su autenticidad documental. La noticia corrió por los mentideros artísticos de la gran ciudad norteamericana y de allí saltó a un diario de Madrid, quien tituló la crónica Un expolio. El dueño de la galería salió en avión hacia Madrid para aclarar la cuestión de su corresponsal y justificarse. Fue detenido nada más llegar y procesado. En vano enseñó sus papeles auténticos que permitían la exportación y fue además acusado de falsario. Logró por fin salir de España y se le prohibió regresar a la Península y hacer negocios en nuestro país. Mientras tanto, vendió el cuadro a un museo del Medio Oeste, donde es admirado hoy día por miles de visitantes. Me encontré unos años más tarde al anticuario por casualidad, en una comida, en París. Le pregunté cómo había acabado aquella picante historia y me contó que la prohibición de regresar a España se había levantado al cesar el ministro que la ordenó, en una de las crisis de los Gobiernos de Franco. Quiso entonces averiguar, en Madrid, la sinrazón que había motivado el escándalo y su detención, siendo así que los documentos eran auténticos. Una alta autoridad del Estado le contestó, entre irónico y solemne: "Sí, eran auténticos. Pero la exportación era ilícita. Y decir toda la verdad hubiese causado perjuicio a otro fraile que no pertenecía, como el del retrato, a la orden trinitaria. Ya sabe usted que en las grandes cuestiones de Estado hay que elegir entre inconvenientes. Meterle a usted en la cárcel era la solución menos mala".
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