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UN SUCESOR PARA EANES

Soares o la legitimación póstuma de la revolución portuguesa

N. GUARDIOLA/ R. MTNEZ. DE RITUERTO, La elección de Mario Soares como presidente de la República Portuguesa significa un triunfo personal y la culminación de la carrera política del líder histórico del socialismo luso. Una carrera que, según los cronistas oficiales, empezó en el año 1943, cuando Soares tenía menos de 20 años y militaba en las filas de la Juventud Comunista, pero que, para los medios políticos influyentes, se inició 30 años después, en la República Federal de Alemania (RFA), con la fundación del actual Partido Socialista portugués (PS), bajo la protección del ex canciller Willy Brandt y del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD).

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Un amigo en la presidencia

La historia política de Soares hasta la revolución de los claveles pertenece a la mitología de la resistencia del pueblo portugués al Estado Novo y a la dictadura, paternalista y retrógrada, que Antonio Oliveira de Salazar impuso a Portugal desde 1926, sobre el desprestigio acumulado en 16 años por la primera República lusa.Hijo de un republicano ácrata y masón, según los cánones de la época, Mario Soares pertenece a la pequeña minoría de los portugueses que recibieron la "revelación democrática desde la cuna" Estudiante mediocre, más aficionado a la literatura que a la aridez del Derecho, Soares fue el animal político por antonomasia, el mesías prometido y esperado en las catacumbas del salazarismo: Sus encarcelamientos, su destierro en Sao Tomé, su exilio en París, su matrimonio con María de Jesús Barroso, una joven y bella estrella del teatro portugués de los años cincuenta, la defensa de la familia de Humberto Delgado, ex candidato de la oposición, asesinado en Badajoz en febrero de 1965, todos estos episodios de la vida de Soares forman parte de la iconografía de la resistencia antisalazarista, en pie de igualdad con los 11 años de cárcel de Álvaro Cunhal y su fuga novelesca del penal de Peniche.

El destino ha sido no obstante ingrato para el fundador del PS desde la restauración de la democracia en 1974. Por dos veces un puñado de militares -hacia los cuáles Soares siente un desprecio muy natural en un heredero del republicanismo antimilitarista y anticlerical de principios de siglo-, le robó el papel de protagonista y de padre de la democracia. Fue en 1974, cuando, consumada la revolución de los claveles, regresó a Portugal en el tren de los exiliados, y en 1975, cuando un anónimo coronel de Infantería le despojó de los laureles de la resistencia al asalto comunista al poder, haciéndose elegir como "primer presidente legítimo de la democracia portuguesa" desde 1926.

Esta doble frustración explica, mejor que las divergencias ideológicas y personales, las feroces rivalidades entre Soares y el general Antonio Ramalho Eanes, que dominaron los 10 últimos años de la historia lusa.

Con obstinación y voluntarismo, Soares trabajó durante estos 10 años en reescribir la historia para limpiar la democracia lusa de su pecado original y apagar el recuerdo del golpe militar que le dio origen. El resultado de los comicios del domingo es la consagración de estos esfuerzos, al tiempo que la coronación de la carrera política de un hombre que fue, probablemente, el último representante de una generación de políticos profesionales, más instintivo que racional, y definitivamente reñido con la tecnocracia.

Tres veces presidente del Gobierno, líder insustituible, pero no incuestionable, de un Partido Socialista que bajó del 38%, alcanzado en las primeras elecciones libres de 1975, al 20% en los comícios legislativos de octubre de 1.985, Soares es un político que no deja a nadie indiferente en Portugal. Odiado y amado con la misma intensidad, ha conseguido el raro privilegio de una identificación total con los vicios y las virtudes de un sistema. La izquierda, que le considera un traidor y le negó su voto en la primera vuelta de la elección presidencial del 27 de enero, le otorgó el perdón en la segunda vuelta en nombre del pasado común. La derecha, o sectores de ella, aún reconoce en el líder del PS al campeón del anticomunismo, del atlantismo y de la reconciliación nacional.

En enero de 1985, Soares, primer ministro de un Gobierno de coalición socialista- socialdemócrata que disponía del apoyo del 75% de los escaños del Palamento de Lisboa, era considerado en los medíos diplomáticos occidentales como el único candidato válido a la presidencia de la República lusa.

En octubre del mismo año, rota la coalición y con un PS reducido a su más baja expresión electoral de siempre, Soares era considerado como un político acabado.

Vencido, pero no convencido, Soares se aplicó, contra todos y contra todo, a salvar su imagen y prestigio personal de la desbandada general. En la primera vuelta jugó hábilmente al anticomunismo para hacerse elegir como el único candidato posible de la izquierda, y en las dos semanas siguientes ha manejado el miedo involucionista de la izquierda para derrotar al candidato conservador.

Un zigzag que sólo se pueden permitir los grandes líderes, pero que ha dejado, como contrapartida del triunfo, heridas profundas en la sociedad portuguesa. Esta elección ha sido el plebiscito que Soares esperaba hace 10 años.

Con la salida del palacio de Belem, del último capitán de abril y la llegada de Soares, el cambio adquiere un sentido retroactivo: la clase política civil recupera la legitimidad revolucionaría usurpada por los militares. Legitimada, la revolución de los claveles pasa a la historia y deja campo libre al pragmatismo. Como dijo Soares en la campaña, "nada volverá a ser igual", ni en la izquierda ni en la derecha, a partir de la elección del primer presidente civil de Portugal de los 60 últimos años.

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