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La imaginación del Estado

El Estado no tiene imaginación, y no la tiene porque la ve como algo que se puede poner al servicio de alguien.La imaginación pone al escritor a su servicio; éste escribe a su dictado.

El Estado es una inteligencia colectiva. Y es así, tanto si lo constituye el comité central del partido como si es el resultado del largo proceso de elecciones primarias y secundarias en un sistema multipartidista. Cuando el Estado proyecta una visión social y no dispone de una unidad de visión más concentrada, lo hace a través de las percepciones de los planificadores, los asesores, las comisiones, los especialistas en esto y en aquello, los ministros de esto y de esto otro, los abogados constitucionalistas, representantes, políticos. La formación de la visión del Estado es un proceso de briefing. Su producto es una obra de ingeniería social.

La imaginación no puede ser jamás producto de un colectivo. Es una de las actividades cerebrales más concentradas, más exclusivas, privadas e individuales. Si tiene una explicación fisiológica, jamás he leído una que esté de acuerdo con la experiencia que yo y ustedes tenemos como escritores. Mechas del pasado -la infancia o tan sólo ayer o hace una hora, en la penumbra del tiempo, en la que el escritor se siente siempre a gusto, como un ciego que se abre camino en su oscuridad. Mechas que se van encendiendo una a una, que se siguen hasta llegar a cavernas cuya entrada pasamos de largo, en las que resuenan voces que no dijeron todo lo que había que decir; lugares que no han estado nunca abiertos a nuestros sentidos normales de percepción, o que puede que se abran en el futuro. Pues el escritor está ligado al tiempo; eso es la imaginación. El Estado está ligado a la historia; el Estado sólo tiene proyección en lugar de imaginación. Para el escritor, esas pequeñas luces se funden en una visión unitaria y se convierten en el ojo del cíclope del escritor. Es lo que ve ese ojo que no ve ningún otro. Sólo el escritor puede enfocar ese rayo de luz como producto social, poema, novela o relato. El ojo interior del Estado es una de esas bolas giratorias formadas por fragmentos de espejos que presidían los antiguos salones de baile. Destellea sobre todo el lugar, arrojando sobre todo el que pasa bajo su vigilancia la luz que decida coger de fuera para iluminarse, dando a los rostros el verde de la timidez, el violeta de la tensión o el rosa de atardecer de la felicidad.

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¿Cuál puede ser la relación entre la imaginación y la proyección? ¿Cómo se entienden entre sí el escritor y el Estado?

Sabemos que ha habido ejemplos en los que la imaginación se ha sentido a gusto con la proyección; algo muy similar a lo que Lukáacs denomina la dualidad de la interioridad y del mundo exterior, salvada. Esta unidad se convierte, pues, en el "conocimiento adivinatorio-intuitivo del significado de la vida inalcanzado y, consecuentemente, inexpresable". El tiempo y la historia se encuentran. Y, naturalmente, la filosofía del orden social, de la cual el Estado selecciona para su proyección aquello que sirva el objetivo del poder en su circunstancia concreta (una población rebelde, elevado índice de paro, hambre o abundancia); la filosofía del orden social fue primeramente imaginada, en el mundo laico, por los escritores, los escritores de la antigüedad. Fue de las pequeñas luces de la caverna de Platón de donde salieron las sombras en la pared para poner a prueba la democracia, en carne viva. Pero lo que el Estado hizo con las visiones del orden social de los antiguos pertenece al reino de la historia y no de la imaginación, y persiste en las formas de democracia que, ciertamente, existen en algunos países del Este y del Oeste, pero también en ese tipo de parodia absoluta que se da en mi país, Suráfrica, donde el Estado proyecta de manera fantástica (que no es lo mismo que imaginativa) un proceso democrático como sistema social, en el que la mayoría de la población no tiene derecho al voto.

Pero creo que, más frecuentemente, en los casos en los que el tiempo y la historia parecen haberse encontrado ha sido, por así decirlo, antes del acontecimiento: la imaginación del escritor ha visualizado un ordenamiento de las vidas humanas que parece ser alcanzable en la proyección de un Estado aún no creado. El Risorgimento es un ejemplo. La revolución rusa, en la visión de un Mayakovski, es otro. Y hay más. Pero una vez que se crea el Estado, la dualidad entre escritor y Estado se vuelve a producir. ¿Por qué? No creo que se pueda explicar enteramente por el simple hecho de que, en el mejor de los casos, resulta dificil realizar

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los ideales de una revolución, y, en el peor de los casos, porque éstos sean traicionados cuando triunfa la revolución. El escritor sabe que la única revolución es la permanente, no en el sentido trotskista, sino en el de la imaginación, en el cual la comprensión no es jamás definitiva, sino que está continuamente desintegrándose y reformándose en diferentes combinaciones, si quiere extenderse y satisfacer las terribles preguntas de la existencia humana. Lo que aliena al escritor del Estado es que el Estado, cualquier Estado, está siempre seguro; está siempre seguro de que tiene la razón. Por su parte, el escritor, esta vez Czeslaw Milosz, se encuentra en otra situación: "Incómodo en la tiranía, incómodo en la república; pues en una ansiaba la libertad, en la otra, el fin de la corrupción".

La imaginación de Brecht tenía una relación incómoda con la proyección del Estado en Alemania del Este; aunque sus ideas políticas eran las que veía encarnadas en la idea del Estado, la proyección del Estado de la idea no era la de su imaginación. Su teoría del teatro épico parecía bastante ortodoxa (la ortodoxia pertenece siempre a la proyección, naturalmente); consistía, en palabras de Walter Benjamin, en "descubrir las condiciones de vida". Ahora bien, eso es lo que la imaginación del escritor pretende hacer en todas partes; y como sucedió con Brecht, por regla general, no es exactamente lo que el Estado desea del escritor. El Estado busca en el escritor el reforzamiento del tipo de conciencia que impone a sus ciudadanos, no el descubrimiento de las verdaderas condiciones de la vida bajo el Estado, que puede demostrar su falsedad. Esto es lo que quiere el Estado, tanto en el caso de las novelas baratas, en las que el individualismo se canaliza de forma segura como un monograma en una diversidad de bienes de consumo y el ideal de la realización de los hombres no se da en la tierra, sino que es extraplanetario, como en forma del obrero incorruptible, que denuncia al estraperlista o, igual en el Este que el Oeste, es el mal final del espía que vende los planes de defensa, transformando así su destino las armas nucleares del Estado en la espada sagrada del rey Arturo.

Donde la proyección del orden social del Estado lo permite, llega incluso a encarcelar la imaginación, en la persona del escritor o prohibiendo un libro. Donde el Estado dice que agradece y fomenta los ataques de la imaginación a la proyección del Estado, invita al poeta a cenar a su casa y apoya, si no la ley, algo que invoca como la moralidad tradicional de la nación, contra las transgresíones que la marea alta de la imaginación ha llevado a cabo en la conciencia de los súbditos del Estado.

Finalmente, diría que unas palabras de Milan Kundera son las que mejor definen la oposición entre imaginación y proyección, entre el escritor y el Estado: "La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido".

La imaginación, libre en el tiempo, no olvida jamás lo que la proyección, encerrada en la historia, está constantemente reescribiendo y borrando.

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