Un lujo para el espintu
La concurrencia quedó levitando. Costaba dar crédito a los sentidos. Acabábamos de contemplar un concierto trascendental, arrasador, brillante, matizado, tenso, comunicativo. Mágico. Por mi parte, uno de los conciertos pop más impresionantes y perfectos que he contemplado jamás. Unir a la exquisita calidad de todos y cada uno de los miembros de la banda el fascinante juego escénico que recreó una genial luminotecnia son palabras mayores. No sólo musicales, sino en el ámbito más amplio e impreciso del mundo del espectáculo. Arte musical en mayúsculas y espectáculo dentro de una misma función. Inolvidable.La apuesta artística de Sting ha sido temeraria. Observando su ya larga trayectoria uno diría que es de la cuerda esa del más difícil todavía. A poco que se mire con detenimiento, no resulta osadía menuda reunir a una insuperable banda de solistas, la flor y nata del joven jazz americano, y embarcarse en un sueño como el de las tortugas azules. Pues bien, Sting emerge del embite con la cabeza muy alta y sin perder ni un palmo de terreno. Le siguen los de Police se le apunta algún ciudadano mantenido a régimen exclusivo de jazz, y apabulla a tirios y troyanos. Allá se las compongan los diseñadores de trincheras estancas. Mal que les pese, en su negocio, Sting ha logrado la alcurnia de realeza. Después de su concierto del lunes por la noche, Barcelona le esperará siempre con los brazos abiertos.
Sting, voz y guitarra
Omar Hakim, batería; Darryl Jones, bajo; Kenny Kirkland, teclados; Brandford Marsalis, saxos y percusiones; Dolette MacDonald y Janice Pendarvis, coros. Palacio de los Deportes de Barcelona, 10 de febrero.
Hito del "pop"
La comunión entre audiencia y músicos estalló de inmediato. El Palacio de los Deportes abarrotado como poquísimas veces. El sonido, excepto en las partes altas del recinto, de lujo asiático. Brandford Marsalis combinando saxo soprano con abalorios percutivos, marcajes a las chicas del coro, unas pinceladas de rap, algo de tenor y mucha sal y pimienta. Darryl Jones bailándose el concierto de cabo a rabo. Omar Hakini implacable; con luces y fumatas incluidas, una verdadera alucinación. Kenny Kirkland, la auténtica piedra angular de los arreglos. Las voces, y los cuerpos que las sustentaban, de muy agradable disfrutar. Los sensores de láser, marcándose diabluras con la luz. Y planeando por encima de todo, por delante de todo, por debajo de todo, la música y la voz de Sting.Se propuso rodearse de los mejores músicos y lo ha hecho. Con ellos su personal voz, sus inspiradísimas canciones y su garra escénica, no hay quien le tosa. El espectáculo musical de Sting en ese momento es uno de los hitos importantes en la historia del pop.
Dos horas de magistral. concierto. Coreos armónicos y generalizados a cargo de un público que en no pocos momentos alcanzó su punto de ebullición. Aquí y allá, la luz se torna tenue y Sting suspende el pulso de los relojes abrazándose a un tempo lento. De inmediato la máquina arranca arrasadora. Como si al mejor Weather Report de todos los tiempos le hubiese crecido una voz de las que marcan época.
Sting y su banda transitan desde Prokofiev al heavy jazz sin inmutarse, empastando sonido, engarzando espléndidos textos, en un medido y efectivo balanceo de clímax y anticlímax. En lo que a ese cronista se refiere, Sting tiene el cielo ganado. Emocionar cerca de 9.000 personas con cinco jazzmen, hacerlas bailar, sonreir, chillar, cantar, palmear, temblar, es un lujo al alcance de pocos.
Y además, un vicio para el cuerpo. Muchas gracias. Quizá alguien lo iguale. Tal vez. pero en su género, uno muy personal e intransferible, el de Sting, es insuperable.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.