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FERIA DE VALDEMORILLO

Toros en la nevera

Como ver la televisión metido en la nevera, así son las corridas de Valdemorillo. Y cuando está despejado, tal que ayer, aún es peor, porque hiela; hiela al raso de la placita serrana, hiela el tendido, y brotes de escarcha brillan en la arena del redondel.Atruena pasodobles la banda de tres músicos, patalea el cotarro los compases para activar el pie, aplaude la afición, las peñas bailan y trasiegan de la bota cuanto haya que trasegar, sí, pero los puntos de congelación aparecen donde menos se espera; por ejemplo, en la boina. Decía uno: "Me ordena el jefe que venga, con este frío, y le llevo a magistratura, por canacha; y en cambio he pagado 1.700 pesetas por estar aquí".

Mil setecientas pesetas por ver una novillada en la nevera. Se trata de una afición insólita, cumbre, mundial. Sin embargo, pataleando pasodobles y tiritando es dificil degustar el toreo. Los novillos saltaban ayer a la arena aporreando tableros, al galope la hermosura de su trapío, catapultando terrones con la briosa pezuña. Los toreros se hacían presentes y templaban con el percal la fuerte embestida. Pero luego venía la realidad de la lidia. Los novillos se ponían malos, porque las cuadrillas no la hacían buena. Capotazos inútiles en cualquier terreno, recortes, carreras, que descomponían al novillo. Y aquellos puyazos...

Plaza de Valdemorillo

5 de febrero. Segunda de feria.Novillos de Concha Escolar, con genio. Juan de los Reyes, silencio y oreja. José Luis Seseña, oreja y silencio. Alberto Ballester, oreja y vuelta.

Sin otro criterio el matarife del castoreño que lacerar, cuanto más mortífero mejor, los novillos llegaban a banderillas violentos, a la defensiva; y como este tercio se convertía en capea, para dominar a los alborotados animales con la muleta hacía falta la presencia de Domingo Ortega.

El viejo maestro no estaba, por suerte para él, pues la nevera le habría dado un pasmo. En su lugar, los novilleros emplearon con pundonor la aún escasa técnica que conocen. El mejor lote le correspondió a Alberto Ballester, que imprimió estilo a los derechazos y naturales. También es cierto que amaneraba los tiempos más de lo que conviene a su gran estatura. Pero los novilleros es lógico que tengan defectos y ese de Ballester es fácil de corregir.

Toreo de escuela apuntaba Juan de los Reyes, aunque no lo podía lucir pues se afanaba en repetir pases, antes que en dominar al novillo. Estas precipitaciones también son propias de los que empiezan. En cambio José Luis Seseña, más placeado, añadía un cierto sentido lidiador, que le dio resultado cuando tuvo que enfrentarse con el quinto, al que la mala lidia había convertido en reservón y avisado.

Estos novilleros, y otros muchos de su promoción, dan la medida del momento prometedor en que se encuentra la fiesta. Pueden tener futuro y si hubiera también una inteligente política organizativa del espectáculo, se darían novilladas en todas partes, y no solo en la nevera. Claro que los empresarios jamás han imaginado que pueda haber una inteligente política organizativa. Lo de inteligente les suena poco.

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