Estados Unidos llora el desastre del 'Challenger'
FRANCISCO G. BASTERRA, Las banderas de todo el país ondean a media asta mientras la nación llora el desastre del Challenger se pregunta incrédula cómo pudo ocurrir y reflexiona sobre una carrera espacial, inevitablemente interrumpida, que refleja esencialmente la idea de que en Estados Unidos todo es posible. Con la explosión del transbordador espacial sobre los cielos de Florida y la muerte de sus siete tripulantes, ese país, optimista y que no cree en la existencia de límites al progreso, asiste estupefacto al hecho de que su tecnología de punta ha fallado.
Los ordenadores, que han hecho entrar a EE UU en el siglo XXI y que le colocan militarmente por delante de la Unión Soviética, han demostrado su falibilidad, abriendo una gran incógnita sobre su capacidad para dirigir un conflicto nuclear o programar la polémica guerra de las galaxias.
Pero, por encima, del impacto psicológico inicial, que tardará aún en superarse, se observa ya un deseo de que la catástrofe estimule el espíritu pionero que creó a esa nación, y de que continúe la carrera del espacio. Para muchos, tras la primera reacción, simbolizada por la frase de Nancy Reagan, cuando contempló la explosión en su televisor, "¡Oh, Dios mío, no!", se trata de un precio que hay que pagar por mantener a Estados Unidos como número uno. Ronald Reagan, que ayer telefoneó a los familiares de los siete astronautas desaparecidos, ha sabido con gran habilidad reconducir el dolor nacional y convertirlo en un sentimiento positivo.
Reagan acudirá al funeral
El presidente ha prometido que continuará la carrera espacial, y ha manifestado que el futuro "no es de los débiles, sino de los valientes"; "y los tripulantes del Challenger", agregó, "nos estaban llevando al futuro, y les seguiremos". Hasta ahora prácticamente, con la excepción del accidente de la cápsula Apolo, el país estaba acostumbrado a una serie de éxitos en los vuelos tripulados, que han magnificado este desastre.
Ronald Reagan anunció ayer que acudirá al funeral que celebrará el viernes la NASA en el, Centro Espacial de Houston en memoria de las víctimas. Centenares de servicios religiosos se están desarrollando a lo largo y ancho del país en recuerdo de los astronautas. La vida política está prácticamente suspendida hasta la próxima semana, y los americanos se limitan a devorar la avalancha informativa y los primeros intentos de explicación de la tragedia. Los ciudadanos exigen una rápida respuesta, pero ya ayer el portavoz presidencial, Larry Speakes, advirtió que la investigación será muy compleja y pasará mucho tiempo antes de que pueda ofrecer resultados firmes.
El espíritu de aventura, muy vivo aún en un país tan joven como Estados Unidos, está siendo utilizado por el presidente, en esta hora triste, para convertir el "desastre en un acicate. El ex astronauta y senador John Glenn, que se entrevistó el martes con los familiares de las víctimas, lo mismo que el vicepresidente, George Bush, dijo ayer que los allegados de los fallecidos han pedido que la carrera del espacio continúe. Un escritor d6ficción científica afirma que los propios tripulantes del Challenger habrían calificado de locura el tirar ahora la toalla por un accidente mortal. Para comprender el sentido de sueño que tenía esta misión, hay que recordar que sus tripulantes eran, de alguna manera, una representación de la variedad de esa sociedad. Viajaban en la nave dos mujeres, una de ellas maestra; dos ex pilotos de Vietnam, un astronauta negro y el primer americano japonés en volar al espacio.
Las dos tecnologías más importantes de ese país, la de la televisión y la del espacio, se han unido para magnificar lo ocurrido e instantáneamente convertirlo en una tragedia nacional, vivida en directo en todo Estados Unidos. Todos los ciudadanos participaron en la catástrofe, que no fue percibida como real, estiman los sociólogos, hasta que las cadenas de televisión repitieron por quinta o sexta vez el trágico vuelo y la explosión. El martes 28 de enero de 1985 será uno de esos días en la historia de la nación en que todos sus componentes, como ocurrió el día que asesinaron a John Kennedy, o la jornada del bombardeo japonés de Pearl Harbour, recordarán para siempre dónde les sorprendió la noticia y qué estaban haciendo. Los grandes presentadores de televisión, que ganan dos millones de dólares al año, se pasaron más de cinco horas ininterrumpidas narrando al país la catástrofe y las cadenas suprimieron toda la publicidad durante ese tiempo.
Bernie Bradley, un profesor de
38 años de una escuela de Chicago, les dio la noticia a sus alumnos en mitad de una clase y les recordó que para él era igual que el 22 de noviembre de 1963, fecha del magnicidio de Dallas, "cuando estaba dando clase de latín cuando llegó la noticia". "Ayer les dije a mis alumnos que recordaran este día todas sus vidas". En una escuela de Texas, la profesora tuvo que advertir a los niños, que seguían el lanzamiento en directo, que "era verdad, que no se trataba de una película de Steven Spielberg".
Ayer recorrió el país una oleada de preocupación por el impacto de la catástrofe sobre la población escolar, que en muchos casos seguía en directo el lanzamiento en pantallas de televisión, para ver a la primera maestronauta, Christa McAuliffe, que tenía previsto dar dos clases desde el espacio. Los psicólogos han recomendado que en los próximos días se informe a la población escolar de los porqués y se le haga realizar ejercicios sobre los vuelos espaciales, sin tratar de disminuir el impacto producido entre los niños.
Se acabó la rutina
La catástrofe, para la que aún no hay una explicación científica y técnica lógica, ha servido para acabar con la extendida idea de que los vuelos del transbordador espacial era una cuestión de rutina. Ya las televisiones no ofrecían los lanzamientos en directo, sólo lo estaba haciendo el martes una cadena nacional de televisión por cable. Este viaje había provocado mayor interés por el hecho de que volaba la primera maestra en el espacio, Christa McAuliffe, de 37 años , pero los lanzamientos no eran ya primera página.
La opinión pública ha comprendido brusca y dolorosamente que la carrera espacial está aún en mantillas. Iniciada hace 25 años, recuerda a los expertos los primeros años de la aviación. La NASA explicó ayer que sabía que algún día ocurriría una tragedia, "Nos enfrentamos a velocidades, fuerzas y cuestiones complejas que hasta ahora no habíamos tratado. Ha sido un día que esperábamos sin embargo que retrasaríamos para siempre", dijo John Glenn.
Para el autor de ficción científica Isaac Asimov, hay que continuar adelante, pero "si el mundo no se destruye antes, habrá más fracasos en el espacio". Según Ray Bradbury, un conocido escritor de estos temas, los programas deben continuar porque "la exploración del espacio es un sustituto de la guerra
Reagan, después de que John Kennedy prometiera, y cumpliera, llevar a un hombre a la Luna en un período de 10 años, es el presidente que ha apostado más fuerte por el programa espacial, y declaró como su objetivo que EE UU sitúe una estación tripulada permanente en órbita espacial en los años noventa. Sin embargo, ya comienzan a elevarse voces en el Congreso que afirman que el programa de los transbordadores espaciales, con un coste de unos 20.000 millones de dólares, está excesivamente inflado. A pesar de la seguridad presidencial de que "nada se acaba aquí", hasta los más optimistas consideran que el accidente es un duro golpe para los planes espaciales norteamericanos. La actual batalla presupuestaria con una legislación que obliga a recortes automáticos del presupuesto, para paliar un déficit de 200.000 millones de dólares, no ayudará tampoco a mantener el programa en la velocidad de crucero prevista por la Administración.
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