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Thatcher supera en la Cámara la prueba del 'caso Westland'

La primera ministra británica, Margaret Thatcher, llegó, habló y convenció a sus propios partidarios, que era la asignatura que tenía que aprobar en el crucial debate sobre el affaire Westland celebrado ayer en la Cámara de los Comunes, aunque, para la oposición, el comportamiento de la líder conservadora en todo el asunto siga en entredicho. El debate había levantado una expectación inusitada y la Cámara baja del Parlamento de Westminster estaba a tope, con los diputados compartiendo los escaños como sardinas en lata -la Cámara tiene cerca de 200 escaños menos que diputados- y las tribunas diplomáticas, de Prensa, oficial y de público abarrotadas.

Todos los comentarios de partidarios y adversarios coincidían en señalar la transcendencia del debate para el futuro político de la líder conservadora, que el próximo 3 de mayo celebrará su séptimo aniversario al frente del Gobierno. Como señaló el líder de la oposición, Neil Kinnock, el debate equivalía a "un juicio" sobre la competencia, la honorabilidad, la integridad y la ética del Gobierno.Sin embargo, no era el juicio de la oposición (laboristas, socialdemócratas, liberales, nacionalistas escoceses o galeses, o unionistas, o católicos norirlandeses) lo que más interesaba en la comparecencia parlamentaria de la primera ministra, sino el comportamiento de su próximo partido y, sobre todo, de los backbenchers o diputados de a pie sin cargos gubernamentales o parlamentarios.

Una actitud no ya desafiante sino simplemente vacilante de estos últimos hubiera provocado no la caída inmediata de la líder conservadora, hecho que con su actual mayoría absoluta de 140 diputados es impensable, sino una crisis de confianza en su liderazgo que hubiera forzado su sustitución a medio plazo al frente del partido y, por tanto, su dimisión en la jefatura del Gobierno.

Actuación brillante

Y con su propia gente, que desde hacía días se mostraba remisa e incluso contraria a la actuación de la primera ministra y exigía una explicación clara y total de los acontecimientos en torno a la filtración parcial de una carta confidencial del solicitor general (uno de los dos asesores jurídicos del Gobierno con rango de ministro), sir Patrick Mayhew, al ex ministro de Defensa, Michael Heseltine, la victoria de Thatcher fue total y absoluta.A ello contribuyeron tres factores primordiales: una actuación extraordinariamente brillante de la protagonista del drama, cuyos recursos parlamentarios son reconocidos por propios y extraños, una petición pública de disculpas por la forma en que sus colaboradores -no ella- han llevado el asunto y por la filtración -sin su conocimiento- de la carta del solicitor general, y la intervención del propio Heseltine a favor de la señora Thatcher, a pesar de que ésta le había acusado previamente de "no haber jugado en el equipo del Gobierno".

A estas tres razones hay que añadir una cuarta: la absoluta falta de brillantez de Kinnock, que abrió el debate como peticionario del mismo la pasada semana, y cuya intervención fue plúmbea, llena de fechas y horas y carente de contenido político. Para Kinnock, ha sido una bendición que la televisión no pueda todavía retransmitir desde el interior de la Cámara de los Comunes porque, como admitieron todos los periodistas y especialistas consultados, el de ayer no fue precisamente su día. John Barnes, de la London School of Economics, calificó el discurso del líder laborista de "pobre" y el subdirector del Observer, Tony Howard, consideró que había sido un error basar su intervención "en un fárrago de fechas y horas".

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Kinnock perdió los papeles al principio del debate, donde, después de afirmar que Heseltine había "dado una patada al cubo que contenía todos los gusanos de este asunto", se refirió a "la arrogante actitud de deshonestidad" por parte de los diputados conservadores que intentaban interrumpirle. El líder laborista, que tuvo que retirar la acusación de deshonestidad a petición del speaker (presidente) de la Cámara, Bemard Weatherhill, terminó diciendo que la primera ministra debería dimitir "si no manifestaba la verdad, toda la verdad y absolutamente sólo la verdad".

El discurso de Kinnock contrastó con las brillantes intervenciones de su antecesor en el liderazgo del Partido Laborista, Michael Foot, uno de los mejores oradores de la Cámara, y del dirigente socialdemócrata, doctor David Owen, que, en una intervención habilísima, puso a la seflora Thatcher en la picota al desafiarla a que despidiera a sus dos colaboradores inmediatos -su principal secretario particular, el diplomático Charles Powell, y su jefe de Prensa, Bernard Ingham- si de verdad habían tomado sin informarla la decisión de autorizar la filtración de la carta del fiscal general.

Thatcher, que habló en tono firme pero mesurado durante toda su intervención y que sólo elevó la voz al final, al convertir su defensa en un ataque en toda regla contra la oposición, insistió en que no había conocido la fuente de la filtración de la carta del solicitor general -el ex ministro de Industria y Comercio Leon Brittan- hasta que le fue mostrado el resultado de la encuesta oficial que había ordenado de acuerdo con el secretario del Gabinete y jefe del funcionariado, sir Robert Armstrong.

La primera ministra pidió disculpas, concretamente utilizó el verbo to regret (sentir), por el hecho de que su oficina hubiera autorizado la filtración de la carta del solicitor general sin el conocimiento de éste, y dijo que sentía otros aspectos del asunto.

En su típico estilo combativo, la líder conservadora acusé a la oposición de haber montado todo el debate "para desviar la atención de la opinión pública del control que ejercen los extremistas sobre el Partido Laborista".

Alabanzas de Heseltine

Heseltine, por su parte, al que sin duda no le gustó la frase de Kinnock sobre "el cubo de los gusanos", intervino para alabar "el coraje" de Thatcher y manifestó que el discurso de Kinnock era "la peor actuación parlamentaria que había escuchado en los últimos 10 años".

Tras la intervención del ex ministro de Defensa, uno tras otro, todos los backbenchers tories expresaron su apoyo al Gobierno y la renovada lealtad a su líder.

Habrá que eperar a la próxima encuesta para saber si la opinión pública considera, como los conservadores, el asunto terminado.

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