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La 'costa de la muerte' asturiana

Nueve marineros han perecido en los cinco naufragios ocurridos este mes

El litoral asturiano ha arrebatado a Finisterre, durante los primeros 25 días de enero, el oneroso título de costa de la muerte. Persistentes temporales del temido noroeste, confabulados con la vejez de algunos barcos, la ausencia de medios suficientes de auxilio ante los siniestros en el mar y los errores de algunos navegantes han dado por resultado la muerte de nueve marineros, el naufragio de cinco buques y la rotura del enorme granelero Castillo de Salas frente a la playa gijonesa de Santa Catalina, con el riesgo de una marea negra de cisco de carbón sobre la costa. La pesca, la industria y el turismo de Asturias se han estremecido en estas cuatro semanas de infortunio.

Cuarenta millas de la costa es la distancia a la cual han acaecido casi todos los naufragios. Olas de hasta 10 metros de altura han golpeado sin misericordia los cascos de madera de algunos pesqueros, como el Pico Pienzu, abriendo en sus bajos las fatídicas vías de agua."Desde las dos y media de la tarde del 23 de enero hasta las nueve y media de la noche, estuvimos intentando achicar el agua frenéticamente", dice el pescador madrileño José Calzacorta, de 45 años, padre de dos hijos, cocinero y superviviente del Pico Pienzu. "Las dos bombas hidráulicas de las que disponía el barco, capaces de achicar 24.000 litros de agua por hora, trabajaron sin parar mientras toda la tripulación, con cubos, luchaba por dominar la masa incontenible de agua que penetraba a raudales por los bajos del pesquero. Siete horas después, ya sin luz, agotados por aquel esfuerzo que resultó inútil, decidimos abandonar el barco y saltar. Nuestros equipos de salvamento estaban recién comprados. El Nuevo Carmenchu, que había estado faenando junto a nosotros, nos recogió. Gracias a la ayuda de nuestros compañeros y al tesón de los ocho hombres del Pico Pienzu nos hemos salvado", dice Calzacorta.

El mismo día

También el Tepín, de Tapia de Casariego, se fue a pique el mismo día. Un helicóptero Superpuma, del Servicio Aéreo de Rescate, con base en La Coruña, acudió en auxilio de los 14 tripulantes. Todos sobrevivieron. José Antonio Mariñas, patrón y dueño del barco, se abrazó fuertemente a su hijo Manuel Francisco cuando ambos eran izados en una cesta desde el helicóptero del SAR. Llorando a lágrima viva, padre e hijo contemplaron desde el aire cómo su barco perdía la batalla contra el mar tras 23 afíos de pelea.

Lo mismo sucedió con el buque británico Stanley Bay, con 17 tripulantes de nacionalidad india, que, cargado con 5.280 toneladas de concentrado de cinc, se hundió el miércoles pasado a nueve kilómetros de Avilés. Dos de sus tripulantes murieron y uno más desapareció. Buceadores de la Cruz Roja del Mar no consiguieron hallar más que su chaleco salvavidas, tras arriesgarse peligrosamente en las aguas del Cantábrico.

El Servicio Aéreo de Rescate (SAR) ha jugado un papel decisivo en algunos de estos salvamentos. Sin embargo, carece de bases estables en Asturias. Mediante las ayundantías militares asturianas o merced a un satélite francés Sartra, Madrid recibe la información de los barcos en apuros que surcan las aguas del Cantábrico. La base del SAR en La Coruña entra en acción, siempre que sus dos pilotos, dos mecánicos y un ATS se encuentren libres de los menesteres que el salvamento de naúfragos exige a lo largo de los 2.752 kilómetros de costa que tienen bajo su responsabilidad.

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Los barcos tardan casi siempre unos siete minutos en hundirse desde el momento en que las vías de agua alcanzan los motores y anegan las máquinas. "Es un tiempo muy corto para tener que esperar el único salvamento verdaderamente eficaz, el que procede de helicópteros", dice Ángel Meana, directivo de la cofradía de pescadores de Avilés. "Necesitamos que exista un contacto permanente y directo entre la tierra firme y las embarcaciones, así como una infraestructura que permita la máxima agilidad para el salvamento de naúfragos" agrega. "Hay una gran desproporción entre la amplitud de la costa asturiana, la importancia de sus puertos y el bastidor de apoyo con el que ahora contamos", sentencia Meana.

Julio Vicente, un joven avilesino, se turna con sus cuatro compañeros en atender una emisora de la cofradía, para escuchar los mensajes de emergencia y transmitirlos velozmente, como sucedió durante el hundimiento del carguero Luchana el 15 de enero. Cuatro de los tripulantes de este buque perecieron en el naufragio, ocurrido cerca de Avilés. Los cuerpos de tres de ellos permanecen todavía atrapados en la sala de máquinas.

"Todos los medios para el salvamento son pocos", dice Carlos Gago, responsable de la ayundantía militar del puerto de Avilés. "El temporal es el principal causante de estos desastres. Las instituciones, con los medios con que cuentan, hacen todo lo posible para mitigar los efectos del mar sobre la navegación. Todos los años se hunden barcos, aunque nunca con la siniestra frecuencia de este mes de enero".

En Gijón, la preocupación es creciente. La amenaza de una marea negra de 100.000 toneladas de cisco de carbón, que las bodegas del Castillo de Salas contenían, más las 1.000 toneladas de fuel y las 200 de gasóleo de sus motores, hace cundir entre la población gijonesa sombrías perspectivas para el turismo y la pesca en la zona. "El episodio del Castillo de Salas es, verdaderamente, un caso de concatenación de desgracias", asegura un experto portuario de Gijón.

Un mes negro para la navegación

R. F., El presente enero ha sido un mes negro para la navegación. Los siniestros registrados son los siguientes:

Día 1. Naufraga el yate francés Green Flash en aguas del Cantábrico asturiano. Desaparecen sus dos tripulantes.

Día 11. El granelero español Castillo de Salas, cargado con 100.000 toneladas de cisco de carbón siderúrgico, 1.000 toneladas de fuel y 200 toneladas de gasóleo, encalla frente al cerro de Santa Catalina, en Gijón. Cuatro días después, el 14 de enero, se parte en dos y comienza a verter su carga al mar, que ennegrece las playas gijonesas.

Día 15. El carguero español Luchana se hunde cuando esperaba en las inmediaciones del puerto de Avilés. Veintinueve personas viajaban a bordo. Cuatro tripulantes mueren. Los cadáveres de tres de ellos, José Luis Urrutia, Fernando Iglesias y José García, permanecen aún atrapados a 100 metros de profundidad dentro del casco. El contramaestre, Abel Santiago Prior, murió tras ser rescatado.

Día 23. El carguero británico Stanley Bay, con 17 tripulantes, se hundió frente al puerto de Avilés. Dos de sus marineros, de nacionalidad india, mueren ahogados; y otro desaparece. Ese mismo día naufragan los pesqueros Terín, de Tapia de Casariego, y Pico Pienzu, de Avilés. Los 14 tripulantes del Terín y los ocho del Pico Pienzu sobrevivieron.

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