Mi homenaje
Conocí personalmente a Enrique Tierno Galván en Lisboa, el año 1975, con ocasión de una reunión de la Junta Democrática; antes había mantenido una relación con él desde París por mediación de Rafael Lorente. Durante dos días que permanecimos en la capital lusitana, dedicamos mucho tiempo a intercambiar informaciones y puntos de vista sobre la situación de España. Posteriormente volvimos a vemos con frecuencia en París y Estrasburgo y ya después de mi regreso a España mantuvimos una sincera amistad.Recuerdo que en el año 1976, cuando yo andaba con peluca, tuve varias reuniones con él, y una en Aravaca, en casa de don José María de Areilza, en la que participaban igualmente Felipe González, Joaquín Ruiz Giménez y Antonio de Senillosa, donde examinábamos el desarrollo de la transición, llegando a un consenso en lo esencial. Después colaboramos en la llamada comisión de los diez, que representaba a la oposición democrática en la negociación con el entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez.
Siempre vi en Tierno Galván un hombre de la unidad, no sólo de las fuerzas democráticas, sino de socialistas y comunistas; un pensador, un destacado representante de la cultura, que hacía honor a la Universidad española. Y en la política, una especie de lujo que contrastaba con el utilitarismo imperante.
El mejor alcalde
Cuando pensó en ser candidato a la alcaldía celebramos una amplia entrevista en casa de un amigo común. Debo confesar que en aquel entonces yo veía al viejo profesor como un posible gran ministro de Cultura más que como el gerente de una administración tan compleja como la madrileña, y así se lo dije a él, y hasta llegué a sugerírselo a un jefe de Gobierno. Sin embargo, poco después me convencí de que Tierno Galván era un excelente alcalde y, con el tiempo, de que era el gran alcalde que necesitaba Madrid.
Este hombre afable, discreto, reflexivo, brillante, ha cambiado en muchos aspectos la ciudad. Ha sacado al pueblo a la calle en fiesta, ha impulsado las relaciones sociales entre los madrileños y ha fomentado las actividades culturales. Él, aún más que el acuerdo con la Comunidad Europea, ha hecho de Madrid una ciudad europea, abierta a todos los vientos, sin fronteras de bloques. Ha viajado por todos los horizontes y ha recibido gentes de los cuatro puntos cardinales. El alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, fue una personalidad conocida universalmente.
Yo siempre he contemplado con sorpresa y curiosidad su arte de hacerse querer y respetar por la gente de izquierda, centro y derecha. Para un hombre político ésa es una hazaña prácticamente imposible. ¿Cómo lo lograba? Sin duda poseía la capacidad de cumplir gestos que en otro hubiesen dado ocasión a desconfianzas y recelos. Pero nadie veía en ellos las artimañas del político; los rodeaba de una sencillez y una naturalidad que desarmaban toda suspicacia. Llevaba las relaciones públicas en la sangre. No he conocido en todos estos años a nadie que le viera con animadversión, con hostilidad. Si la enfermedad traidora que nos le ha arrebatado no hubiera sobrevenido, Enrique Tierno Galván habría sido votado permanentemente por los madrileños, habría sido el alcalde perpetuo de esta ciudad.
Al rendirle hoy mi homenaje de amistad tengo que hacer punto y aparte para encomiar algo que siempre me ha inspirado los mayores respetos en un hombre: la dignidad con que ha sabido encarar la cita con la muerte, como un accidente normal al que nadie escapa.
Fe en la humanidad
Sus últimos meses de vida, a partir de la operación que sufrió, han sido verdaderamente ejemplares. Sin duda sabía que tenía el tiempo contado y sin embargo no se apartó ni de su función ni de su comportamiento sereno y equilibrado de todos los días. Nos encontramos dos o tres veces. Yo veía reflejado en su rostro los estragos de la enfermedad, pero siempre era el mismo: aquel profesor que conocí conspirando en Lisboa, tranquilo, equilibrado, transmitiendo a todos un mensaje de seguridad y confianza.
Parece que en algunas de sus últimas declaraciones habló de la fe como una apoyatura para encarar el fin, El viejo profesor no tenía fe religiosa; asumía el materialismo y se declaraba agnóstico. Pero, ¿acaso carecía de fe? Se puede tener fe religiosa, pero hay otra fe capaz de mantener entero al hombre ante cualquier adversidad, ante la misma muerte: la fe en el futuro libre de la Humanidad.
Creo que ésa es la fe que ha sostenido hasta el fin a Enrique Tierno Galván.
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