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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Secuestro en Beirut

APENAS SIETE horas después de que España e Israel establecieran relaciones diplomáticas, se produjo el secuestro de dos diplomáticos de la Embajada española en Beirut y de un miembro de los Grupos Especiales de Operaciones (GEO) que acababa de desembarcar en la capital libanesa, precisamente como fuerza policial para proteger nuestra cancillería.Por grave y grotesca a un tiempo que resulte esta noticia, todavía lo es más si se recuerda la reiteración con que se habló oficialmente sobre las precauciones a adoptar en sedes diplomáticas de esa zona y si se enumeran los pormenores de este episodio. Los GEO llegaron a Líbano a bordo de un vuelo regular de la compañía libanesa Middle East Airlines (MEA), sin un día de adelanto sobre la fecha en que se firmó el acuerdo con Israel y figurando en una relación de viajeros a la que podrían tener acceso los secuestradores. Más aun: cuando el pasado mes de octubre tres altos funcionarios del CESID y del Ministerio de Asuntos Exteriores e Interior visitaron Beirut para estudiar medidas de seguridad en torno a la embajada, adoptaron más precauciones que las que en buena lógica corresponderían a la crítica fecha en que se desplazaban los GEO. En aquella ocasión la delegación hizo el viaje por mar, cuidó de atracar en el puerto cristiano de Junieh y procuró seguir un trayecto por carretera en cuyo itinerario jamás se habían producido acciones contra extranjeros. Por el contrario, la carretera por donde discurría la comitiva de diplomáticos y geos, el pasado viernes, está considerada como uno de los puntos más negros en el número de secuestros.

Asociar esta acción como una represalia del extremismo shií tras el reconocimiento diplomático de Israel es inevitable , pese a las reclamaciones en contrario y a los objetivos concretos de los secuestradores. La reivindicación ha sido hecha por familiares de Mohamed Rahal y Mustafá Jalil, shiíes libaneses que atentaron en septiembre de 1984 contra un diplomático libio en Madrid y cumplen actualmente condena en la cárcel madrileña de Alcalá-Meco. Los secuestradores exigen la liberación de estos dos presos en el plazo de 48 horas. No es, por otra parte, la primera vez que lo hacen con estos métodos. En octubre de 1984, el embajador español en Libia, Pedro Manuel de Aristegui, fue secuestrado con el mismo propósito y por el mismo grupo familiar, y si lo liberaron horas más tarde debe atribuirse a la intervención de la milicia shií Amal. En aquella ocasión, el líder de este grupo, Nabih Berri, recibió, al parecer, unas ambiguas promesas de parte española sobre la posibilidad de que los detenidos fueran objeto de extradición. Promesa que se repetiría el pasado mes de junio, cuando, con motivo del secuestro de un avión de la compañía TWA por un comando extremista shií, se requirió de nuevo la liberación, entre otros, de los famosos reos de Alcalá-Meco.

No faltan, pues, precedentes para que el atentado de que han sido víctimas los diplomáticos y el policía español desborde de sorpresa a las autoridadel de Madrid. Las dificultades ahora para resolver la situación aparecen, sin embargo, mayores que en el pasado. No sólo es más dificil que la colaboración de Amal, tras las ambiguas promesas incumplidas y en la resonancia del reconocimiento de Israel, se repita al modo de lo sucedido con el secuestro del embajador. Es además poco probable que no se trate de capitalizar el resultado de este acto terrorista como un símbolo, más o menos significativo, de protesta árabe; y más si se tiene en cuenta que en la acción terrorista deben de haber colaborado algunos otros shiíes no necesariamente relacionados con los sentimientos familiares. La imprudencia y la torpeza unidas en el traslado de los GEO, tanto en el tiempo como en el lugar, han contribuido a generar esta comprometida situación que ojalá se pueda saldar sin víctimas.

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