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Tribuna:MADRID RESUCITADO
Tribuna
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Galileo

La reticente frase del astrónomo y físico italiano Galileo Galilei, pronunciada en voz baja y de soslayo ante sus inquisidores del Santo Oficio, se difundió a través de los manuales de historia y los anecdotarios, empañando en la memoria de las gentes sus trascendentales descubrimientos científicos. Si no hubiera sido por aquel oportuno: "Eppur si muove", Galileo Galilei no contaría en Madrid con calle tan principal, pese a que gracias a sus oficios todavía se mantiene orgulloso sobre sus cuartos traseros el caballo de Felipe II en la plaza de Oriente. Obligado para sobrevivir a la chapuza y el pluriempleo ocasional, el astrónomo Galileo ideó el delicado contrapeso por el que se alza la cabalgadura que mantiene a su augusta y noctámbula majestad.El edificio más notable en la calle de Galileo es el sombrío caseróndelos Servicios Funerarios Municipales, rescatado recientemente como centro cultural abierto, en cuyos patios, ajenos a fantasmas y conjuros, juegan los niños del barrio y se ejercitan los comediantes.

De las pompas fúnebres a los boatos del teatro, este edificio de ladrillo, grisáceo por las cenizas del tiempo, conserva su ominosa presencia, pero los lamentos de los deudos de los que embarcaran hacia la laguna Estigia han sido sustituidos por las ovaciones del público y la algazara infantil y juvenil, en una simbólica remodelación que pretendiera rescatar para la vida simulada del juego y la representación la antigua casa de los muertos.

Los blasones más refulgentes de la calle se encuentran en la fachada de La Zamorana, honrado figón, orgulloso de sus tradicionales azulejos, que exhiben una parroquia feliz ante la frasca del vino o el guiso menestral.

Frente a La Zamorana, un bullícioso restaurante chino pone el toque de exotismo en los bajos de una casa de apartamentos por semanas, horadada por cientos de idénticos cubículos que alojan una multitud de paso, tránsfugas de alguna parte, inquilinos provisionales y anónimos que apenas dejan huella de su paso con la impronta de sus cigarrillos sobre las omnipresentes moquetas.

Civilizados modelos

El ensanche madrileño trazó por fin en la ciudad informe cuadrículas regulares, calles paralelas y rectilíneas con arreglo a civiliza dos modelos, estructuras raciona les que prolongaban la ciudad con modales europeos en los. albores del siglo XX.

Entre descampados, sobre los solares de antiguos cementerios y los jardines y huertos de las fincas supervivientes a los avatares del tiempo, fue surgiendo este barrio fronterizo entre Chamberí y Argüelles, en el que ahora languidecen los pequeños comercios desplazados por la macrooferta de las galerías y los hipermercados.

Ultramarinos y coloniales de abarrotada despensa se reconvierten en pubs o videoclubes, a tenor de la época; mercerías, ferreterías, talleres y tabernas van cerrando sus puertas tras medio siglo de. acrisolada existencia, y el barrio se transforma, dejándose morir una vez más para emprender una nueva etapa.

Aquí cerca, en los Arapiles, triunfan los rascacielos y se abren las calles, es otra ciudad, otra forma de vida que no se detiene ya de puerta en puerta para el ritual diario de la compra o de las cañas. La gente tiene prisa, y en las aceras de Galileo, embutidos en sus asépticas batas, observan pasar a la clientela que huye apresurada los viejos comerciantes, que resisten acumulando nuevos productos en sus almacenes, iluminando sus tiendas con los colores chillones de los adhesivos que recuerdan efimeros programas televisivos de éxito y ofrecen importantes premíos y regalos.

Lápiz tras la oreja

Como testimonio de los tiempos pretéritos, el ultramarinos Pajón resiste en su chaflán desconchado. Don Deogracias, dueño del establecimiento, que fue fundado en 1914, declara a quien quiera escucharlo que se ha perdido la auténtica alegría del comercio porque los jóvenes prefieren la oferta impersonal de los autoservicios al trato esmerado de los profesionales del ramo, que con el lápiz tras la oreja abrumaban a su familiar clientela con la retahíla de los productos que pudieran haber omitido: "¿No se le olvida nada, doña Mercedes?; tengo judías de El Barco buenísimas, pura mantequilla; bacalao de Escocia del mejor. ¿Unas latitas de mejillones, que están en oferta? ¿Ha probado este chorizo de Pamplona especial? Café, azúcar, leche condensada...

Nada se le escapaba al ojo clínico del tendero, que anotaba sus deudas y créditos chupando la punta del lapicero en su sucio cuaderno cuadriculado, siempre repleto de pequeñas tragedias cotidianas.

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