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Tribuna:MADRID RESUCITADO
Tribuna
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Rosales

A espaldas de la ciudad, el paseo del Pintor Rosales se asoma sobre los taludes arbóreos del parque del Oeste a un horizonte preparado para la puesta de sol. Poco importa que en la hondonada discurra humilde el Manzanares usurpándole el puesto al improbable océano. Si Madrid tuviese mar, Rosales sería un magnífico paseo marítimo,El largo andén izquierdo del paseo alberga un largo túnel entoldado, que germina, cuando llega el buen tiempo, en una floración de sillas metálicas y camareros impecables, amables cupidos o insobornables cancerberos, según se trate de escurrir el bulto o presentar la cuenta.

Un anónimo genio del diseño anatómico fraguó estos asientos dobles, sin separación intermedia para favorecer el contacto íntimo, y alto respaldo que sirve para ocultar cogotes enamorados. Cuando el ojo omnívoro de la moralidad vigente castigaba, ceñudo, el mínimo arrumaco y vigilaba todos los parterres, los toldos de Rosales corrieron un tupido velo sobre los idilios incipientes, mediante el pago de una tarifa que garantizaba una coartada de silencio cómplice, camuflada en horchata de chufas. Tren del amor en cuyos compartimientos forjaran las bases de sus estables hogares futuros notarios y brillantes promesas de la Universidad, reducto de amores burgueses, pero apasionados.

Rosales tenía también sillas de alquiler, desprovistas de toldo y sin camarero, armatostes de hierro desvencijado, sillas espesas que un funcionario municipal controlaba con un talonario.

Los supervivientes añoran el Rosales de antes de la guerra; rutilantes salones de juego, ruleta, bacará y fox-trot, señoritas tanguistas y cuplés a la moda de París. El Ideal Rosales, antes llamado La Gloria Serrana, fue uno de los lugares de moda del Madrid de los años veinte.

Cerca del Ideal Rosales, el Ayuntamiento de aquella década feliz había instalado una fastuosa pagoda oriental, una pajarera de la que surgían todas las tardes los armónicos trinos de bandas civiles o militares. Los jueves y domingos le tocaba el turno a la banda municipal, que dirigía el maestro Villa.

La otra acera de Rosales no tiene nombre y no es exactamente ni calle ni paseo; sólo un torvo enemigo de la especie humana elegiría este lado ignorando los encantos del parque, por eso son aquí raros los establecimientos comerciales, y el único escaparate de la calle se dirige a una clientela muy peculiar y exhibe alimañas disecadas, mariposas clavadas sobre terciopelo, estrellas de mar petrificadas" fósiles y otros cadáveres ornamentales.

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