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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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Tópicos sobre los pueblos de Europa

La mayoría de los pueblos de Europa, por no decir todos los del planeta, en algún momento eufórico de su historia se han creído los mejores: más valientes, más ricos, más fuertes, más hermosos, más todo. Los otros pueblos eran, por supuesto, menos agudos y avisados y, desde luego, más cobardes y mezquinos. Esta idea elemental, con mejor o peor fortuna, se repite de forma maniática una y otra vez a través de la historia. Estas actitudes fueron (y son) tan comunes que se aceptaron por los distintos grupos humanos -desde la vieja tribu derrotada y mísera al pueblo más orgulloso de sus propias tonterías- sin oponer mucha resistencia. Siempre, claro está, que los juicios que se emitieran sobre los mismos fueran favorables.La fórmula era la siguiente: cuando estos pueblos se observaban a sí mismos, se veían sin tacha ni mácula, acaso algún defectillo. En cambio, cuando se trataba de observar a los otros, entonces la cuestión variaba ligeramente. Si esos otros eran países fronterizos y no existían buenas relaciones, se utilizaba con frecuencia el denuesto y la descalificación total. Pero si la falta de entendimiento en sus intereses era tan grande o la enemistad tan fuerte, entonces la situación se inflaba de tal forma hasta estallar en un enfrentamiento armado.

Pero, en fin, esta idea de que todos los grupos humanos defienden lo propio como lo mejor parece eterna, y ya se encontraba en el viejo Herodoto (484-420 antes de Cristo), al afirmar: "Si, en efecto, se propusiera a todos los hombres escoger entre todas las costumbres las que les parecieran mejores, cada cual, después de maduro examen, escogería las de su país; tan convencidos están, cada cual por su lado, de que las propias costumbres son las mejores" (Herodoto, III, 38). La idea de que los pueblos del norte de Europa son de "poca inteligencia" arranca o al menos es divulgada por Aristóteles (Política, VII, 1327 b). Este sabio griego sostenía también que esos pueblos eran bárbaros y groseros e incapaces de dar grandes ingenios. Estas afirmaciones fueron aceptadas como buenas (por la cuenta que les traía) por bastantes pensadores griegos y latinos durante mucho tiempo. Es cierto que muchos las combatieron o criticaron muy posteriormente, como Feijoo (1676-1764). Pero la realidad es que el tópico estaba ahí, y su utilización a la ligera, también.

El ilustrado pensador galaico, en su Mapa intelectual y cotejo de naciones, nos dice que "los alemanes, que son notados de ingenios tardíos y groseros, tienen en su defensa tantos autores excelentes en todo género de letras que no es posible numerarlos". De los holandeses, quienes desde la antigüedad tenían fama de "gente estúpida", pues entre los romanos, para expresar un entendimiento tardísimo, era proverbio: Auris batava (orejas de holandés). "Tienen hoy comprobada la falsedad de aquella nota", dice Feijoo, "y tan bien establecida la opinión de su habilidad que no cabe más".

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El agudo aunque poco caritativo fray Juan de Pineda, en su libro Agricultura cristiana (Salamanca, 1589), nos ofrece una lista de ciudadanos europeos de distintos países a los que pone de chupa de dómine, y los únicos que se salvan, como Dios manda, son los españoles, de los que dice que son "jactanciosos, pero fidelísimos a Dios en la fe y a los reyes en la justa obediencia".

En cambio, nuestros vecinos los franceses son para este superabundante autor necios, vanos, inconstantes, sin consejo, amigos de contiendas... y entraron por la soberbia y ambición de algunos principales que no pudieron tanto contra los españoles como quisieran". Pineda sostenía que "los de Capadocia, Sicilia y Creta son mentirosísimos, y engañadores y perjuros".

Fue hasta cierto punto más magnánimo el fraile con los alemanes, de los que decía que eran "duros y trabajadores, aunque dados a hurtos desde pequeños, tal es así que no lo tienen por afrenta".

Los griegos son para fray Juan de Pineda "ingeniosos para las ciencias, sobre todo los de mundo, mentirosos y lisonjeros, livianos por maravilla".

Sin embargo, el cirujano navarro Huarte de San Juan escribe en su famoso Examen de ingenios para las ciencias (Baeza, 1575) que "de Grecia nunca acaban de contar los historiadores cuán apropiada región es para criar hombres de grande habilidad; y en particular dice Galeno que en Atenas por maravilla sale un hombre necio".

LOS 'SENTIMIENTOS DEL DÍA'

De todas estas opiniones, por lo demás muy comunes en otra época y aceptadas como buenas por muchas gentes, hay que tener en cuenta siempre los sentimientos del día y la nacionalidad del autor.

Valga como ejemplo la opinión del cardenal Saviatis, que "cuando vino a España por legado, hallándose en las bodas del emperador Carlos Quinto, en Sevilla, estando en buena conversación, dijo que Francia le olía a soberbia y España a malicia: e Italia a sabios; e Inglaterra a vanos; y Portugal a locos", según nos relata Melchor de Santa Cuz de Dueñas en Floresta española (Valencia, 1580).

Aristóteles, dice el mencionado Huarte de San Juan, "trata muy mal a los flamencos, alemanes, ingleses y franceses, diciendo que su ingenio es como los de los borrachos, por la cual razón no pueden inquirir ni saber la naturaleza de las cosas; y la causa de esto es la mucha humedad que tienen en el cerebro y en las demás partes del cuerpo".

Los españoles, según Huarte, al ser "un poco morenos, el cabello negro, medianos de cuerpo, y los más vemos calvos. La cual disposición que nace de estar caliente y seco el cerebro. Y si esto es verdad, forzosamente han de tener ruin memoria y grande entendimiento".

En cualquier caso, son curiosas las dife-

Tópicos sobre el pueblo de Europa

rencias que establece Huarte entre españoles y alemanes; a los últimos les encuentra mucha capacidad para la inventiva mecánica, mientras que a sus compatriotas este ingenioso médico les ve "más delicadezas" para la "dialéctica, filosofía, teología, escolástica, medicina y leyes".En cuanto a las barbaridades que se dijeron fuera sobre los españoles, que varían según las tomas, se podía hacer un tratado enciclopédico por países. Los dicterios van desde la crueldad, pasando por la pereza y decadencia, fanatismo religioso, fanfarronería, fatalismo y bastantes más lindezas.

La Spanish cruelty, de Milton, o la España decadente, de la que hablaba Hume, pasado el tiempo, se ha frenado, por arte de birlibirloque, de manolas con el puñal en la liga, toreros con pasiones de fuego, flamenco, toros... y mucho color local, del que han abusado bastantes viajeros que embarrancaron en España durante los siglos XVIII y XIX, y aun después... Hasta hoy, que todavía hay turistas algo atolondrados o hispanistas a la violeta que manejan todos estos tópicos y topicazos con mucho desparpajo, creyendo sin duda que han Regado en sus investigaciones a conocer las entretelas de lo español. Estas posiciones mantenidas hoy son más míseras si cabe que las anteriores. Pero, a pesar de su maciza vulgaridad, aún cuentan -aunque parezca raro- con muchos adeptos. El carácter árabe de los españoles lo utilizaron tirios y troyanos para argumentar, desde actitudes opuestas, cualquier bestialidad de violencia atávica o fanatismo religioso, hasta los que hicieron (o hacen) interpretaciones califales de Andalucía con moros astrólogos y sabios por doquier. Las dos posiciones son tan cómicas como falsas.

Pero vayamos a épocas más lejanas para saber qué opinión se tenía de los españoles.

En 1513, en tiempo del rey católico, Guicciardini dice de los artesanos españoles que tienen en la cabeza "fumo di fidalgo". Otro italiano,de época bien distinta, Benedetto Croce, sostiene en La Spagna nella vita italiana durante la Rinascenza (Bari, 1917) que los humanistas italianos se lamentaban de la fanfarronería y el mato nismo hispánico. El clérigo alemán Juan Zahri, en el segundo tomo de la Specula phisico-mathemático historica, hace una tabla en la que intenta geometrizar "el alma de las cinco naciones más importantes de Europa". Tarea en verdad complicada.

TRISTES TÓPICOS

En esta extravagante tabla asegura el clérigo que los españoles son horrendos de cuerpo, en la hermosura son demonios, y en la fidelidad, falaces. Lo que dio lugar a la correspondiente protesta del padre Feijoo en su Mapa intelectual (Biblioteca de Autores Españoles. Madrid, 1863).

Baltasar Gracián (1601-1658), un jesuita tan punzante como amargo, no dejó títere con cabeza tanto de extranjeros como de españoles de las distintas zonas del país. Dice Gracián en El criticón que "la soberbia, como primera en todo lo malo, topó en España". "La codicia, hallando desocupada a Francia, se apoderó de toda ella. "El engaño trascendió toda la Italia, echando hondas raíces en los italianos pechos". "La gula, con su hermana la embriaguez, se sorbió toda la Alemania alta y baja". "La inconstancia aportó a la Inglaterra, la simplicidad a Polonia, la infidelidad a Grecia, la barbaridad a Turquía, la astucia a Moscovia, la atrocidad a Suecia..." (El criticón, Madrid, 197 1) (La primera parte de esta obra se publicó en Zaragoza, en 1651).

El autor aragonés, tan admirado por dos gigantes del pensamiento contemporáneo como Schopenhauer y Nietzsche, tachaba en la obra mencionada al vulgo de Valencia como crédulo; al de Barcelona, como bárbaro; al de Valladolid, como necio; al de Zaragoza, como libre; al de Toledo, como novelero; al de Lisboa, como insolente; al de Sevilla, como hablador; al de Madrid, como sucio; al de Salamanca, como vocinglero; al de Córdoba, como embustero, y al de Granada, como vil.

No pensaba así, ni mucho menos, Ramón Menéndez Pidal, pues creía que "la más aguda descripción del carácter español en la antigüedad" era la del galo Trogo Pompeyo, que creía que "el hispano tiene el cuerpo dispuesto para la abstinencia y el trabajo, para la dura y recia sobriedad en todo; dura omnibus et adstricta parsimonia". (Madrid, 1954) (Historia de España: introducción).

En cuanto a la proverbial pereza de los españoles, ya Juan Sempere y Guarinos, en Historia del lujo (Madrid, 1788), se pregunta: %Un clima benigno y suave ha de fomentar la desidia? ¿En qué filosofía se funda semejante paradoja? Por razón natural debe suceder todo lo contrario: porque ni la mucha rigidez del frío entorpecerá los miembros, ni el excesivo ardor del sol los disipará; con lo cual deberán estar en él los hombres más dispuestos para el ejercicio de las artes, que en otro donde reine alguno de aquellos dos extremos".

El topicazo de la pereza de los españoles, tomados éstos en su totalidad, cuestión más que problemática, también ha frenado muchos librillos que hablaron de la "inferioridad latina" con gran convicción. Esto fue debido, sobre todo, al optimismo decimonónico de los pueblos del norte europeo, con Inglaterra a la cabeza.

Si los torpes y los groseros de ingenio eran para Aristóteles los pueblos del Norte, y este lugar común se aceptó como bueno durante siglos, posteriormente se cambian los papeles y los pueblos inferiores pasan a ser todos los del mediodía. Cuestiones coyunturales. Claro que hoy puede dársele de nuevo la vuelta al tópico. Se han publicado últimamente varios libros en los que se defiende el sentimiento y la magia de los pueblos mediterráneos como algo superior, frente a los del Norte.

Para estos autores, tanto los antiguos como los de ahora, parece que los hombres de carne y hueso no, existen, solamente el pueblo en que de casualidad han nacido.

El colmo del topicazo nos lo ofrece don Diego Saavedra Fajardo (1584-1648), que sostenía que los españoles "aman la religión y la justicia, son constantes en los trabajos, profundos en los consejos, y así tardos en la ejecución. Tan altivos, que ni los desvanece la fortuna próspera ni los humilla la adversa" (idea de un príncipe político-cristiano).

Por último, incluir un canto patriotero sobre España que hace en El caballero de Gracia Tirso de Molina (1571?- 1648), y que se expresa en esta parrafada, muy apropiada sin duda para cantar a coro en momentos solemnes: "Partid con este presente: / veréis la mejor provincia / de Europa, donde la Iglesia / da a la fe segura silla; / donde las ciencias florecen, / donde la nobleza habita, / donde el valor tiene escuela / y donde el mundo se cifra".

Siempre suena la vieja cantilena: alabar lo propio mediante las justificaciones que sean, apoyándose en grandes nombres o en viejos lugares comunes, y ver los defectos ajenos en tono mayor. Y aquí mencionamos solamente a hombres de talento, porque los autores de cuarta y quinta fila que hicieron su ensayete para demostrar lo buenos que somos nosotros y lo malos que son ellos se pueden encontrar por docenas. Claro que los buenos y los malos varían según los acontecimientos políticos, y pueden estar fuera o dentro del país; pero esto ya es harina de otro costal.

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