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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Paramio y las mujeres

Las expresiones que utiliza Ludolfo Paramio en su artículo No hay política sin riesgo (EL PAÍS, 6 de diciembre de 1985) para enjuiciar los abortos realizados por las feministas en Barcelona deshonrarían a su autor si las injurias contra las mujeres no se consideraran siempre con divertida indulgencia. Todo un militante de izquierda hablando de la lucha de las mujeres por sus derechos en el mismo tono despectivo, sarcástico y paternalista que empleó siempre el fascismo. Es para creer que desde el momento en que se trata de mujeres es el hombre quien habla, no el político. Según sus comentarios, las intervenciones de las mujeres como ciudadanas en los procesos políticos que les afectan se hacen con el pérfido fin de llevar a la ruina a los bonitos varones. Al mencionar a los políticos parece olvidar que entre éstos se cuentan buen número de mujeres, y que muchas de ellas, en consonancia con su partido, estuvieron contra las actuaciones de Barcelona.En cuanto a la supuesta sordidez e inconveniencia de nosotras y nuestros actos, comprenderá que las 'mujeres no tenemos nada que enseñarle a los varones. Ahí está la Historia. En todo caso, hasta ahora, han tenido ustedes más oportunidades, ya no sólo de ser sórdidos e inconvenientes, sino de ser y hacer cualquier cosa. Su artículo, más que un análisis político, parece una rabieta. Quizá debido a que fue un acto exclusivamente feminista, al margen de lo que los partidos, dirigidos por caballeros, quisieran, paternalmente, indicarnos. Para él, todos los hombres, por el sólo hecho de serlo, tienen derecho a tratar a las mujeres como las eternas menores de edad, que necesitan que se les regañe, y así dice: "A estas alturas todos deberíamos saber ya que regañar a las mujeres es tiempo perdido". Parafraseando a Ludolfo Paramio, las mujeres podríamos responder que comprendemos su hostilidad; comprendemos que por haber nacido varón se ve atacado de una terrible enfermedad: la incurable necesidad masculina de supremacía, que obliga a muchos a creer indispensable ser superiores en todo, y para ello han escogido el camino más fácil y degradante para ambos: rebajar al otro.-

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