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La 'Venecia iraquí' sigue en pie

Los habitantes de Basora intentan vivir con normalidad a sólo 20 kilómetros de Irán

Ángeles Espinosa

La ciudad de Basora, en el sureste de Irak, se ha hecho tristemente famosa desde que, en septiembre de 1980, se inició la guerra irano-iraquí: en todos los mapas del conflicto aparece señalada como uno de los objetivos favoritos de los misiles iraníes. No obstante, aunque los escombros inundan sus canales, la Venecia iraquí sigue en pie. Su población, bombardeada en innumerables ocasiones a lo largo de estos cinco años y tres meses de guerra, se esfuerza por vivir cada día con toda la normalidad que puede permitir el saberse a sólo una veintena de kilómetros de Irán.

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Un día en el frente

M" ÁNGELES ESPINOSA, ENVIADA ESPECIAL, Visitar Basora despierta cierta expectación. Durante mucho tiempo ha sido una ciudad cerrada debido a los combates. El tren sale a las nueve de la noche de la estación central de Bagdad. Son 11 horas para recorrer los poco más de 400 kilómetros que separan la capital del principal puerto de Irak. Aunque el material ferroviario es moderno (la locomotora, de fabricación española, y los coches-cama, alemanes occidentales), la marcha se hace dificil en las marismas.Poco antes de llegar a Basora, cuando se atraviesa la región pantanosa, la inmensa llanura que es Irak se hace más evidente. A ambos lados de la vía, la tierra se pierde en el horizonte. El único accidente geográfico destacable son las palmeras, 35 millones de palmeras, que configuran el peculiar paisaje de Irak.

Basora (del sumerio, basehada, que significa la tierra que está al lado del río) se encuentra situada en un paraje privilegiado junto a Chat el Arab -formado por la confluencia del Tigris y Eufrates-, no lejos de donde la leyenda sitúa el jardín del Edén. Chat el Arab es el foco central del conflicto bélico con Irán. Su importancia radica en el hecho de que es la única salida de Irak al mar (al golfo Pérsico), y también en que conduce a Abadán, la principal refinería de petróleo iraní antes de la guerra.

A diferencia de la capital iraquí, Basora tiene abiertas las heridas de la guerra. La visita al Museo de los Mártires es obligada.

Los sacos terreros apilados frente a las puertas y ventanas de las casas, la artillería ligera situada estratégicamente en las calles y las patrullas militares contrastan con los coloridos puestos de venta ambulante, la animación de los zocos y los cláxones de los vehículos.

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Aunque suene duro, la gente se ha acostumbrado a vivir con la guerra y se comporta con una normalidad pasmosamente anormal.

Todas las familias tienen un mártir, un desaparecido, alguien herido o un miembro en el frente. Pocas veces hay buenas noticias. El pasado domingo, el Gobierno de Teherán entregó un grupo de 97 prisioneros iraquíes, inválidos de guerra, a la Media Luna Roja turca. Se abrió para algunos una rendija de esperanza. Irán ha liberado a un total de 390 iraquíes en ocho ocasiones anteriores. Irak, por su parte, ha hecho lo propio con un número similar de iraníes.

En las casas de las víctimas, una tela negra con el nombre del soldado muerto, la fecha y la acción en la que perdió la vida honra su memoria. Recuerdan estos estandartes de la muerte a aquellas tablas negras que durante la Edad Media se colocaban en las casas de los combatientes que participaban en la Guerra Santa. Esta no es una guerra santa. Ninguna guerra lo es. Se trata de un fenómeno cruel en sí mismo, y más aún cuando se prolonga día tras día sin visos de concluir e incluso sin haber sido declarada oficialmente.

Tras la ruptura por parte de Irak en 1980 del Tratado de Argel de 1975, ambos contendientes se enzarzaron en la lucha sin llegar a romper sus relaciones diplomáticas. Aunque reducida su actividad al mínimo, la Embajada de Irán en Irak sigue abierta, y la bandera iraní aún ondea en el discreto edificio de la calle de Salihiyya de Bagdad.

El hecho de que el golfo Pérsico produzca aproximadamente el 40% del petróleo que necesitan los países no comunistas hizo que al comienzo del conflicto el mundo entero volviera sus ojos hacia esta zona geoestratégica ante el peligro de que una guerra total pudiera inutilizar la ruta marítima.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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