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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La Constitución y el Rey

SE CUMPLEN hoy siete años desde la aprobación en referéndum de la Constitución española. Ese día marcó el inicio de una nueva realidad institucional que ha venido a transformar la escena de convivencia de nuestros ciudadanos en el marco de un Estado de derecho. Pero también algo más: la expresión de una voluntad popular que quiso acabar con la intolerancia, el enfrentamiento, la opresión y todas las demás formas de oscurantismo que secuestraban a España y a los españoles. Por todo ello, la celebración de esta fecha equivale a la conmemoración de una auténtica liberación y a la del ingreso en un estatuto de modernidad. Fue obra de todo un pueblo, pero hubo un líder indiscutible de este proceso histórico: el rey Juan Carlos, cuyo significado como monarca se enraíza directamente con esta fecha constitucional, que debería ser declarada fiesta nacional de los españoles.Con el establecimiento de la Monarquía parlamentaria que la Constitución determina se cierra una larga disputa presente en España durante decenios y aún sostenida en los años siguientes a la muerte de Franco. Al amplio disenso sobre el modelo de Estado que existía hasta 1978 siguió desde entonces un acuerdo global sobre la futilidad de la forma de Estado, y la imperiosidad, en cambio, de que éste fuera democrático. El dilema, se dijo reiteradamente, no se encontraba entre un sistema republicano y otro monárquico, sino entre la dictadura y la democracia. Siete años transcurridos desde 1978, y jalonados por la valiente decisión real de la noche del 23-F, son el mejor exponente de cuál ha sido el papel -modernizador y moderno, frente al escepticismo de algunos y la babosa cortesanía de otros- de esta Monarquía de nuestro tiempo.

La Monarquía constitucional y parlamentaria ha ido ganando gradualmente la admiración de esos escépticos y el respeto de los republicanos tradicionales. En torno a la Corona se ha simbolizado un proyecto de convivencia que configura a este país con los elementos de solidaridad y estabilidad suficientes para permitir hablar de una histórica reconciliación entre españoles. Torcuato Fernández Miranda, uno de los decisivos protagonistas de la transición política, declaró privadamente en una ocasión que "la Monarquía sólo se consolidará definitivamente cuando Su Majestad reine con un Gobierno de izquierdas". Esa prueba de resistencia que no pudo ver Fernández Miranda ha tenido ya su ocasión de ser experimentada.

Cuando desde diversos sectores de la vida política se alzan voces reclamando una reforma de la Constitución española -quién para incluir la pena de muerte, quién para estrechar o ensanchar el Estado de las autonomías-, merece la pena una reflexión sobre la estabilidad política que esta Constitución de consenso ha generado y sobre la defensa que ha recibido en las ocasiones más difíciles por parte de la Corona. Por supuesto que la Constitución es reformable, y ella misma prevé los mecanismos para hacerlo; pero la historia demuestra que, pese a todos sus defectos, esta de 1978 es una Constitución válida para la convivencia de los españoles, capaz de garantizar sus derechos y sus libertades.

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En unos momentos en los que la adulación al poder por parte de algunos sectores de opinión se ha hecho visible en determinados recordatorios del comienzo de la transición, bien merece ser puesta de relieve la vinculación, institucional y personal, del Monarca al propio hecho constitucional que nuclea la democracia española. En su condición de Rey de todos los españoles, don Juan Carlos simboliza y representa esos valores constitucionales. Pero también en su aportación individual y valerosa a que la propia Constitución naciera y echara a andar en el tiempo.

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