El hierro y el roble
"Vasca desde la raíz", la definió Blas de Otero. Cuando Dolores Ibárruri nace a fines de 1895 en un pueblo de la zona minera de Vizcaya, otro vasco, Miguel de Unamuno, fundamenta su adhesión al socialismo en la ruptura de los equilibrios de la sociedad vasca tradicional por causa de las transformaciones capitalistas ligadas a la minería del hierro. Ahora bien, la posición social de ambos es muy diferente y también lo será la perspectiva ideológica, aun cuando las notas autobiográficas de Dolores rezumen nostalgia por la armonía rural perdida. Para algo es hija de carlista. Pero antes que nada es hija, hermana y esposa de minero. Participa, pues, hasta el fondo de una durísima forma de vida, agudizada aún más por la subalternidad de la condición femenina. Casada a los 20 años, su destino parece reducirse, según su propia expresión, a "parir y llorar". No hay otra válvula de escape, para ella como para otras, que participar en la lucha social, apoyando al hombre y llegando muchas veces a donde él no puede llegar, por ejemplo en la acción directa contra los esquiroles. Tal es el sentido que asume la militancia socialista de Dolores Ibárruri desde su primera juventud, en la tradición del feminismo socialista de Vizcaya marcado por la aspereza de la lucha de clases.Así, antes que las lecturas teóricas, es la visión directa del capitalismo minero lo que le proporciona la imagen de una sociedad cortada en dos, de miseria enfrentada a opulencia. De ahí brotan primero la rebeldía y luego la lucha por el socialismo. También junto a las minas se forja su forma de hacer y de hablar, la característica conjunción de frescura y rudeza de su lenguaje. Y, en fin, allí nace el entusiasmo por la oratoria. Muy joven asiste a todos los mítines, sean socialistas o carlistas. Aunque para destaparse ella misma como excepcional oradora tenga que esperar a los años treinta.
De modo que las piezas del tablero están ya dispuestas cuando se intensifican los conflictos sociales a partir de 1917. Apuesta a fondo por la vía revolucionaria. Y con sus compañeros de agrupación de Somorrostro ingresa en el primer Partido Comunista Español, formado en abril de 1920.
El sol de octubre
La revolución rusa de 1917 surge como hecho decisivo. A un tiempo sirve de objetivo y de modelo: es el sol que disipa las nubes. Desde ahí quedará trazado el único camino. "Yo he nacido, he crecido y me he desarrollado políticamente al calor de la Revolución de Octubre", dirá medio siglo más tarde, "y he visto desde el momento de la Revolución de Octubre en ella el camino, la meta, todo lo que nosotros aspirábamos en nuestra vida de explotados, en nuestra vida de privaciones y sufrimientos". A partir de ese momento podrá hablarse de una fe sin límites en la experiencia de construcción del comunismo en la Unión Soviética, identificada a su vez con la causa del proletariado. Son cientos de citas las que avalan esta convicción.
Sus vivencias sirven para consolidarla con aún mayor fuerza. En el invierno de 1933-1934 visita por vez primera Moscú. Es el deslumbramiento. La visión de los obreros armados desfilando por la plaza Roja le parece un espectáculo capaz de resucitar a un muerto. Llora ante un acto que simboliza la fuerza del proletariado en el poder. Su concepción de la política revolucionaria es estrictamente militar: cuando habla en el congreso del PCUS lo hace ante "el estado mayor de la revolución". La "mujer del pobre minero de Somorrostro" ha visto la verdad, y ésta consiste en entregarse de cuerpo y alma a la reproducción para España del proceso revolucionario soviético. Unos años después, tras la derrota de 1939, las casi cuatro décadas de estancia confirmarán ese entusiasmo, haciendo de la URSS una segunda patria, opción sellada simbólicamente por la muerte de su único hijo varón en la batalla de Stalingrado.
El esquema ideológico queda fijado. La contradicción de clases en la sociedad capitalista desemboca en la urgente necesidad de una revolución socialista cuyo sujeto no puede ser otro que el partido comunista, representante del proletariado. La rigidez y la fuerza con que Dolores Ibárruri defiende estas ideas pueden apreciarse en los momentos de la guerra, cuando impera la consigna mucho más matizada del frente popular antifascista. Togliatti la criticará entonces por ese ímpetu que le conduce a menospreciar el papel de los aliados de la clase obrera en la defensa de la República. En otro escenario bien diferente, las mismas limitaciones -exaltación del obrerismo, de la lucha frente a la desmovilización- presiden su discurso en el debate que la opone en 1964 a las posiciones divergentes de Claudín y Semprún.
Claro que lo que define la vida política de Dolores Ibárruri no es su rigor teórico, sino la capacidad para expresar y transmitir la
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El hierro y el roble
Viene de la página 11emoción y la entrega revolucionarios. Durante la guerra civil será una y otra vez la palabra y la imagen de la política defendida por el partido comunista de conjugar organización, disciplina y movilización unitaria frente al fascismo. "¡Los fascistas no pasarán!" es el inolvidable cierre de su llamamiento a la defensa de la República desde los micrófonos de Unión Radio, el 19 de julio de 1936. "El pueblo español prefiere morir de pie a vivir de rodillas", proclama en su discurso del mitin de solidaridad con España del Velódromo de Invierno de París, el 8 de septiembre. Desde entonces, Pasionaria encarnará para todos el espíritu de resistencia. Dentro y fuera de España.
Tras la derrota sobreviene el ascenso al número uno en la jerarquía del PCE. Había entrado en el Comité Central en 1930, y desde la crisis de 1932, en la que hubo de hacer autocrítica, formó parte del grupo dirigente del partido, en torno a José Díaz. La muerte de éste en 1942 la llevó a la secretaría general, que desempeña desde Moscú hasta la inesperada dimisión de 1960. Son años oscuros, marcados por un discurso uniforme basado en un doble eje: de un lado, las expectativas, anunciadas al parecer por múltiples signos, de una pronta caída del franquismo, y de otro, la confianza en el futuro que inspira el ensanchamiento del campo socialista. Y la articulación de la difícil vida del partido sobre el trípode Moscú-París-Interior dista de ser satisfactoria.
Los aspectos tradicionales de su figura, ligada al pasado de la Tercera Internacional, se acentúan. Al morir Stalin confiesa llevarle "en el sagrario del alma, como lo más querido, como lo más valioso". Pero, sorprendentemente, sabrá cambiar. Un momento decisivo es el XX Congreso del PCUS, que tira por tierra todo el edificio de seguridades de la mentalidad comunista. Dolores Ibárruri lo expresará con su peculiar desgarro: "Para mí fue caérseme los palos del sombrajo". En el mismo año 1956, en la pugna entre los veteranos encabezados por Uribe y los jóvenes, bajo el liderazgo de Carrillo, por la dirección efectiva del partido, respalda inesperadamente a los segundos. Y, sobre todo, asume sin reservas el viraje que representa la "política de reconciliación nacional", abandonando los enfoques nostálgicos de la República y la guerra civil. Enuncia en ese momento algo que pocos hubieran esperado de ela. La firmeza de las convicciones marxistas no sólo no excluye, sino que requiere sensibilidad histórica. El "sentido de lo nuevo", por encima de "las verdades inoperantes y ya sobrepasadas", constituye el núcleo de la política comunista.
No sería la última sorpresa. En 1968, al producirse la invasión de Praga por el Pacto de Varsovia, encabeza la delegación del pequeño partido clandestino que se atreve a desafiar al PCUS. "Al entrar en Checoslovaquia ustedes han hecho un gran daño a la Unión Soviética, a Checoslovaquia y a la causa del socialismo. ¿Por qué han intervenido ustedes allí?", le espeta a Suslov. Su rotundo no a la invasión es, por otra parte, compatible con la fe en la URSS como "principal apoyo" para el proceso revolucionario mundial. Pero no puede aceptar la intervención violenta que anula la índependencia nacional y destruye la gestión de un partido comunista que cuenta con el apoyo del pueblo checo. No en vano una de las cartas más entrañables que conserva su archivo tiene por autor, en los años setenta, a Alexander Dubcek. Por otra parte, los textos de sus intervenciones en órganos de dirección del partido en esos años reflejan bien la intensidad del desgarramiento provocado por la doble fidelidad, a la URSS y a una concepción autónoma de la política comunista.
Desgarramiento que había de tener un epílogo en la reciente crisis del PCE. La edad no perdona y en los últimos tiempos la intervención directa de la presidenta del partido es escasa. Pero sobre su posición no caben dudas. En un breve y patético artículo, Salvar al PCE, evoca de cara al congreso de diciembre de 1983 la exigencia de mantener a un tiempo la unidad y el sentido del cambio. Y a los 88 años, visiblemente agotada, resiste los interminables debates y desde la mesa levanta en las votaciones una tarjeta de voto que produjo efectos tal vez decisivos en favor de la nueva dirección.
Ahora Dolores Ibárruri alcanza los 90 años de edad. Con Sandro Pertini, en Italia, es la última superviviente de la generación de dirígentes obreros que lucharon contra el fascismo antes de 1939. No es inútil recordarlo en un tiempo de pragmatismo neoconservador, cuando en nombre de la ética de la responsabilidad se proclaman conjuntamente el fin de las ideologías y la muerte de la utopía. Mientras tanto, la lógica de la dominación capitalista sigue su curso. Habrá, pues, que revisar muchas cosas, y las luces y sombras de la vida de Dolores Ibárruri son una buena invitación para ello. Pero no por eso ha de olvidarse que de esa prolongada lucha antifascista, donde el peso principal recae sobre la clase obrera, emerge también y en primer término la recuperación de la democracia en España.
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