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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Gibraltar, el marco de la OTAN

ESPAÑA VA a iniciar una nueva ronda de conversaciones con el Reino Unido sobre el problema de Gibraltar. En esas conversaciones no se excluye ninguna cuestión, lo que significa que el Gobierno conservador de Margaret Thatcher no puede negarse a tratar sobre el fondo del asunto: la soberanía, como hace con Argentina en el contencioso de las Malvinas; pero tampoco significa que Londres vaya a ser en la práctica mucho más receptivo que lo es con Buenos Aires sobre el futuro inmediato de la Roca.¿Por qué entonces el Reino Unido está dispuesto a negociar las cuestiones de fondo con España, siquiera sea un tanto pro forma, y no con Argentina? Dejando aparte el hecho de la guerra austral y otras consideraciones de orden estratégico, psicológico y de orgullo nacional, la razón de que negocie con España al cabo de tantos años de solicitaciones del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas tiene dos nombres: CEE y OTAN. Y aun apurando, uno solo: Europa. El Reino Unido y España son socios en una empresa común, van a estar cada día más vinculados en un entramado de complejas relaciones económicas y militares, es decir, políticas, en virtud de las cuales ambas partes entienden, y no menos Londres que Madrid, que hay que encontrar una solución al problema de la colonia británica en el corazón de Andalucía. Una solución, sin embargo, no significa la pura y simple retrocesión de la soberanía sobre el Peñón, y menos con un calendario en la mano que no nos remonte a un futuro relativamente lejano. Hay razones para ello de orden político interno en lo que respecta al Reino Unido. Lo que los británicos considerarían una elemental decencia es no dejar colgados a los habitantes de la Roca en un acuerdo con España que no contemplara suficientemente sus intereses o que traicionara su actual voluntad de continuar siendo británicos. Por lo demás, los recientes acuerdos sobre Irlanda del Norte han provocado una no pequeña tormenta política en Londres, y no es éste el mejor momento, desde luego, para que el Gobierno de Thatcher haga concesiones en otros terrenos. Sin embargo, por encima de esas consideraciones hay otras que a medio plazo pueden tender a imponerse en un sentido más favorable a las pretensiones españolas. Consideraciones sobre las que, al mismo tiempo, planea una cierta oscuridad mientras exista pendiente el referéndum en torno a la permanencia de España en la Alianza.

En otras palabras, cabe ya poca duda de que el ingreso en la CEE y la permanencia en la Alianza Atlántica tienen mucho que ver entre sí. Y de la misma forma podríamos decir que la solución del problema de Gibraltar viaja dentro de ese paquete.

La visita del secretario del Foreign Office, Geoffrey Howe, a España y la reanudación de los contactos tienen un carácter más simbólico que inmediatamente ejecutivo. Lo que cabe esperar es una depuración de la atmósfera más que progresos concretos. Lo importante, por ello, de los contactos es que se celebren.

La solución del problema de Gibraltar no es probablemente una cuestión capital para el orgullo nacional español, como interesadamente se quería hacer creer en determinados momentos de la historia de la dictadura. La sociedad española puede vivir perfectamente, como lo ha hecho, sin estar presuntamente aquejada del trauma de la descolonización, pero una política exterior española plenamente soberana pasa por la recuperación de la capacidad de decisiones sobre el Peñón. Por eso, en el debate general sobre la integración de España en Europa la ecuación Gibraltar-OTAN merece algo más que una vaga referencia.

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