Ni la Unicef ni el lobo feroz
La campaña anti-OTAN pone especial empeño en convencernos de que la permanencia de España en la Alianza Atlántica tendría dramáticas consecuencias. Según el contradecálogo aireado por los organizadores de la campaña, se produciría nada menos que un "incremento del peligro de guerra". En cambio, la salida tendría efectos venturosos. Por ejemplo -se dice en otros documentos- constituiría un acto eficaz contra los bloques militares y contra la dinámica de los bloques.Vayamos por partes. Desde que España ingresó en la OTAN la situación internacional ha evolucionado, a partir de una aguda tensión, hacia un comienzo de nueva distensión, cuyo episodio más alentador ha sido la reciente cumbre Reagan-Gorbachov. Es notorio que durante este período la política exterior española ha tenido como objetivo contribuir a ese mejoramiento del clima internacional -recordemos, por ejemplo, su intervención mediadora en la Conferencia de Madrid de Seguridad y Cooperación en Europa-, y aunque sería pueril exagerar nuestro papel, parece evidente, en todo caso, que la permanencia de España en la Alianza Atlántica no ha contribuido a incrementar el peligro de guerra. Más bien le ha permitido desempeñar un papel positivo: sus "buenos oficios" cerca de los representantes del Este no podían ser sospechosos para sus colegas de la Alianza. En realidad, el aumento o disminución del peligro de guerra en Europa -no hablemos ya a escala planetaria- depende fundamentalmente del estado de las relaciones entre las dos superpotencias. Los movimientos pacifistas pueden influir en los Gobiernos en los de la Alianza Atlántica solamente, puesto que en el pacto de Varsovia están severamente prohibidos y reprimidos-, pero no pueden reemplazar las negociaciones entre las superpotencias. Ahora bien, los Estados europeos de la Alianza tienen la posibilidad de desempeñar un papel importante en propiciar esas negociaciones, en condicionar sus objetivos y resultados. Así ha ocurrido ya, sin ir más lejos, en el arduo proceso que ha desembocado en la cumbre de Ginebra. Y podrían citarse numerosos ejemplos anteriores. Por consiguiente, la permanencia de España en la Alianza le ofrece la oportunidad de sumar su esfuerzo al de otros países europeos para que las relaciones con el bloque soviético se encaminen por la vía de la distensión y la colaboración. Resumiendo: la afirmación tremendísta del contradecálogo carece de fundamento, tiene todas las apariencias de un recurso polémico demagógico para capitalizar políticamente nuestro justificado temor a la guerra.
Sobre los bloques. Si la salida de España de la OTAN representara un paso eficaz hacia la líquidación de los bloques y de la dinámica que aimenta su interacción, yo no vacilaría en secundar la campaña anti-OTAN. Pero es un supuesto falso, radicalmente falso. Si España sale de la Alianza es evidente que la debilita en mayor o menor grado, y si su ejemplo es seguido por otros países de Europa occidental se habría logrado, en efecto, liquidar uno de los bloques, pero no los bloques. Quedaría intacto el bloque soviético, en cuyo seno los pueblos no tienen posibilidad alguna de hacer elecciones o referendos democráticos. Desaparecería, sí, la dinámica interbloques, pero quedaría el campo libre para la dinámica del Pacto de Varsovia.
Seguramente no es esto lo que persigue la mayoría de los españoles que se pronuncian por la salida de la OTAN, pero no desagradaría a los comunistas de Ignacio Gallego y a otros nostálgicos de la división del mundo en dos campos, definidos así por Zdanov en 1947: "El campo imperialista y antidemocrático, cuya fuerza rectora fundamental son los Estados Unidos", y el "campo antiimperialista y democrático, en el que el papel rector corresponde a la Unión Soviética y a su política exterior". Este sector es muy minoritario, pero desempeña un activo papel en la
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Ni la Unicef ni el lobo feroz
Viene de la página 11campaña anti-OTAN, cosa muy lógica y justificada desde el punto de vista de su ideología.
La verdad es que leyendo y viendo las cosas de ese sector, incluso ampliándolo un tanto, me parece recorrer un álbum de familia. Ahí tenemos, por ejemplo, otra afirmación del contradecálogo: "La OTAN no es el mundo libre". Ya lo decía Zdanov: el mundo libre es el que se extiende del Elba al Pacífico. Afortunadamente, la mayoría de los españoles no comparte esa doctrina y prefiere este imperfecto mundo de la democracia política, en el que al menos podemos desahogarnos criticando a los gobernantes, votando contra ellos, vilependiándoles si nos place; en el que existen cauces legales para luchar pacífica y democráticamente por una mayor libertad y justicia social, en el que podemos manifestarnos contra Reagan o contra quien nos venga en gana. Muchos creemos -algunos después de haber comulgado con los Zdanov- que vale la pena defender este imperfecto mundo libre y para eso nació la Alianza Atlántica en momentos particularmente angustiosos, cuando el golpe de Praga, la ofensiva de Stalin contra Yugoslavia, la instauración simultánea de la dictadura comunista en los países de Europa central, el bloqueo de Berlín y otros actos del Kremlin aparecían como una clara amenaza para la renaciente democracia europea. Los tiempos han cambiado, pero esa amenaza potencial no ha desaparecido, aunque tal vez sea menor que entonces por diversas razones que sería largo detallar, siendo la fundamental, probablemente, el llamado equilibrio estratégico entre los dos bloques. ¿Qué pasaría si este equilibrio se rompiera sensiblemente?
Creada a demanda de los europeos, era inevitale que en el seno de la Alianza Atlántica se afirmase la hegemonía de Estados Unidos, puesto que sólo su potencia económica y militar representaba una salvaguardia suficiente frente al bloque soviético. Es indudable que Europa debe proponerse -y de hecho actúa cada vez más en ese sentido, a medida que. avanza en su integración económica y política- reducir la hegemonía estadounidense dentro de la Alianza y potenciar su propio papel. Es una perspectiva compleja, difícil, pero posible. La izquierda española puede contribuir a esta transformación interna de la Alianza si no se aísla, si actúa conjuntamente con la gran mayoría de la izquierda europea, desde la socialdemocracia alemana hasta el comunismo italiano. Esta izquierda sabe muy bien que la democracia europea debe reformar, pero no romper, so pena de suicidarse, las bases y mecanismos de su alianza con la democracia norteamericana. Pienso que el sistema soviético puede evolucionar favorablemente, pero de momento es sólo una posibilidad, ni siquiera una probabilidad. Entre tanto, la más elemental prudencia aconseja no secundar la estrategia internacional de Gorbachov, orientada, como buen leninista, a explotar las contradicciones entre Estados Unidos y sus aliados europeos.
En realidad, ninguno de los bloques puede desaparecer unilateralmente. La superación de los bloques no es concebible más que en el horizonte de un proceso de creciente distensión, de mayor colaboración económica y cultural, de desarme progresivo y, también, de cambios internos en cada bloque. Con una política exterior imaginativa la España democrática puede hacer una contribución nada desdeñable a ese proceso permaneciendo en la Alianza.
Sería muy deseable que el debate sobre este problema, tan fundamental para la situación y el papel de nuestra democracia en el mundo, se despojara de reacciones pasionales. La OTAN no es la Unicef, pero tampoco el lobo feroz de los cuentos infantiles. Es una alianza política y militar de los países democráticos que se hace necesaria para la actual situación mundial. Su funcionamiento y su política dependen de los países que la componen.
También sería conveniente que cada uno de los que intervienen en este debate definiera claramente sus objetivos. Al PCE -el de Gerardo- hay que reconocerle el mérito de no andarse con circunloquios. En un reciente editorial de Mundo Obrero se dice que en la batalla del referéndum "Felipe González se juega, no un aspecto parcial de su política, de las relaciones exteriores, sino la globalidad de la orientación ideológica-económica-política de su Gabinete. Y puede perder. Y va a perder". "Los demás pecés y otros grupos procedentes del mismo tronco marxista-leninista se proponen parecido objetivo. Nos parece lógico y legítimo, pero es conveniente que los militantes socialistas, los electores socialistas, todos los que, discrepando de aspectos parciales de la política socialista, apoyan, justamente, su globalidad, sean conscientes del envite. El PCE tiene razón al señalar que hay una correspondencia, una vinculación entre esa globalidad y la opción de permanecer en la Alianza Atlántica. La explicación clara, razonada, sin estridencias, de tal coherencia sería entendida por la mayoría de los electores socialistas y por la mayoría de la sociedad. El referéndum -que en rigor no es el procedimiento más idóneo para un asunto tan complejo, pero que debe celebrarse al ser un compromiso reafirmado reiteradamente- podría convertirse así en un ejemplo para Europa de la madurez política del pueblo español y comunicar a nuestra política exterior una mayor autoridad, que redundaría en beneficio de nuestros esfuerzos por la paz.
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