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Enigmas

Rosa Montero

De todos es sabido que el vivir consiste en plantearse infinitas preguntas sin respuesta. Pues bien, entre los múltiples enigmas que rodean esta azarosa vida humana hay uno que últimamente está martilleando mi cabeza: ¿por qué hay tantos varones españoles que se dedican a mear en las vías públicas?Es un misterio proceloso y evidentemente muy antiguo. Confesaré que no he caído en ello hasta hace poco. Es natural: desde chiquitina me he acostumbrado a la humedad de ese paisaje urbano y he contemplado ese panorama de hombres arrimados a los muros con la actitud que la buena educación me prescribía, o sea, ignorándoles, haciendo como que no existían y mirando discretamente hacia otro lado.

Pero existir, existen. Me he dado cuenta de ello tras pasar varios meses viviendo en otras tierras, en países que tienen más disciplinados los riñones. Y, claro, con el tiempo me he desacostumbrado a esas escenas, y al regresar a España les he visto. Ora contra una pared, ora contra un seto o un arbolito, ora resguardados tras un coche: cuánta espalda masculina he contemplado, es verdaderamente portentoso. Les sugiero que se fijen, que los cuenten: no pasará semana sin que pillen a dos o tres señores enfrascados en tales menesteres. Las próstatas nacionales funcionan por lo que se ve estupendamente.

¿Será que padecen una cruel incontinencia? ¿Será que sufren claustrofobia y no soportan la usual estrechez de los servicios? Convendrán conmigo en que es un inquietante rasgo patrio. Creo que fue una escritora extranjera quien definió al hombre español como "un extraño ser capaz de perder media hora ante una puerta cediendo la prioridad del paso a una mujer, pero incapaz de emplear medio minuto en abrocharse del todo la bragueta antes de salir de los retretes".

Se diría que tras tanto mear y tanto abrocharse los bajos frente al público se oculta un afán de ostentación muy primitivo, un exhibicionismo torpe y macho. Qué puerilidad: habrá que empezar a decirles que lo suyo no es ni mucho menos para tanto.

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