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LOS VIEJOS MAESTROS DE LA TAUROMAQUIA

El arte del toreo lleva el nombre de Pepe Luis Vázquez

Su interpretación del toreo pasa por el arte y sólo por el arte. Es una convicción. Pepe Luis, líder de la dinastía sevillana de los Vázquez, ha dado nombre al arte del toreo. Basta decir Pepe Luis y todo el mundo taurino identifica la tauromaquia de la suavidad y del gusto. Y es una forma de ser. Pepe Luis Vázquez, 63 años, cuyo rostro convirtió en prisma una cornada brutal, intenta excluir de la vida toda violencia; primero la ética, con la estética. Es, naturalmente, una forma sevillana de vivir el sino de la vida. Pero Pepe Luis le añade la torería, que es otra forma mística de vivir.Hablar de toros es su pasión, y de su propio toreo, menos. Le recordamos, faltaría más, faenas cumbre como aquella de Valladolid cuando regresaba a la barrera traspuesto y ni oía el clamor del público, las felicitaciones que le gritaban desde el callejón. "Sí, ésa estuvo bien, y otras tampoco estuvieron mal". Pepe Luis, prefiere no glosar los monumentos del toreo que él mismo creó. Hay que insistir para que relate las históricas verónicas de la corrida del centenario de la Maestranza. "Fue a la salida del toro, que venia con mucho carbón. Le eché el capote y vi que rebosaba. Yo me dije: éste va a rebosar. Y le di unas verónicas que gustaron". ¿Cómo que gustaron, maestro -le, replicamos-, si la gente daba saltos en el tendido y le tiraron una lluvia de sombreros? "Bueno, sí, tiraron 15 o 16".

El padre de los Vázquez (cinco varones toreros, y dos chicas) trabajaba en el matadero, y allí el mayor, Pepe Luis, se familiarizó con el ganado y fomentó su afición. Cuando no quedaba nadie en el recinto les daba capa a las reses. Un día supo, que iban a ponerle unas becerras en El Quintillo a un chico que estaba muy recomendado, porque era hijo de policía. Allá se fue, junto al padre de Diego Puerta, que era arreador de ganado, y desde la tapia pedía que le dejaran pegar unos pases. No lo dejaban, y cuando ya habían soltado tres reses saltó abajo y se puso a torear. Al día siguiente todo el mundo hablaba de cómo había hecho el toreo en El Quintillo el Chico del matarife del barrio de San Bernardo.

Aquel 1937 toreó de luces, alternando con Antonio Bienvenida; nocturnas en la Maestranza, con Paquito Casado, y empezaba a ser "el rubio de San Bernardo", un novillero de personalidad definida y calidad excepcional que inmediatamente ganó fama. Debutó en Las Ventas en junio de 1939, precisamente la tarde que Félix Almagro sufrió la cornada mortal. El 15 de agosto de 1940 Pepe Bienvenida le dio la alternativa en Sevilla, en presencia de Gitanillo de Triana, y programó la confirmación para el mes de mayo siguiente.

"Pero no pudo ser", recuerda el Rubio de San Bernardo. "Eran aquellos años de amistad con los nazis. En Zaragoza, donde había toreado, nos enteramos de que el Gobierno organizaba una corrida de homenaje a Himmler, que iba a visitar Madrid, y querían que participara yo. De manera que salimos escapados para Sevilla, por carretera, pero al llegar a Alcolea nos paró la Guardia Civil, y a pesar de nos fingimos viajantes, me identificaron y comunicaron la orden de que me presentara en el Ministerio de la Gobernación.

Así que no hubo remedio", explica el torero, "y Marcial Lalanda me confirmó la alternativa a finales de octubre, con el ganado que pudieron encontrar. Diluvió y se suspendió la corrida en el tercer toro. Afortunadamente, pues los tres de Escudero Calvo dieron juego, mientras los de Arranz, que quedaron dentro, tenían una melena que, les llegaba hasta el rabo".

Un tío con monóculo

¿Y habló usted con Himmler?, le preguntamos, por si habló con Himmler, pues una conversación Himmler-Pepeluí habría de ser la maravilla que no conocieron los siglos. "¡Qué va! ¿Él en alemán y yo en andaluz? Además, era un tío con monóculo, muy estirado. Sólo le dí la mano, y me regaló una pitillera con su firma. Con Franco hablé unas palabras. Posteriormente toreé bastantes corridas a las que asistía Franco, al terminar subíamos al palco. A aquel hombre la fiesta no le interesaba y, ni la entendía. La verdad es que cuando el Caudillo iba a los toros, para los toreros era muy desagradable, pues los organizadores se ponían nerviosísimos, y había mucha tensión."El año 1943 ocurrió la terrible cornada de Santander. El toro le partió a Pepe Luis la cara, literalmente se la partió, y le dejó una fisonomía cambiante, igual que un prisma, con tantas expresiones como ángulos desde donde se le mire.

Una tarde en Las Ventas antes del paseíllo, el compositor Jacinto Guerrero saludaba a Pepe Luis: "¡Suerte, maestro!".Y el tórero respondía: "No, maestro, usted". "Tuve gran amistad con él", evoca, y en la evocación entra la intelectualidad de la posguerra. "Me gustaba asistir a la tertulia del café Lyon. Magnífica gente era aquélla, tan culta, tan amena, y además tan conocedora del toreo. Hablé, mucho con Ortega y Gasset, Eulenio D'Ors, Joaquín Rodrigo, José María Cossio, Marañón... También iban Domingo Ortega, Cañabate, Ignacio Zuloaga. Zuloaga, que fue novillero, me enseñó en su casa de Zumayá un cartel de toros en el que estaba anunciado. Pero mi sorpresa fue ver en la lista de cuadrillas al banderillero Vázquez Chico, que era mi abuelo".

La intelectualidad compartía su admiración entre la maestría filosófica de Domingo Ortega y la genialidad artística de Pepe Luis, y lo mismo la afición. El toreo de Pepe Luis, una pincelada púrpura en cada lance, caligrafía primorosa en cada pase, fue irrepetible. Hoy su hijo mayor, también Pepe Luis Vázquez en el oficio, torea profundo y tiene la escuela del padre, a quien, sin embargo, no imita, para su fortuna.

El oficio del primogénito acentúa la prudencia del maestro, que no tiene crítica para ningún torero: "Todos hacen sus cosas".. Y cuando le planteamos cómo contemplaba desde su estética y su técnica a los diestros de inferior capacidad con quienes alternaba, responde que no los contemplaba de ninguna manera. "No hacía falta. El público exige a cada cual en función de sus posibilidades. Pero a veces exige demasiado, ¡ozú!.

Y cambia el tercio para referir ejemplos: "Una tarde de 1942 me salió en Barcelona un Atanasio toreado que tenía mucho carbón". ¿Rebosaba, maestro? "¿Rebosá? ¡Ése qué iba a rebosá! Lo que quería. era cogerme. Así que ni salí del burladero. Se hicieron presentes mis peones y tuvieron que tomar el olivo. La gente estaba enfurecida. Tocaron a picar y no me arrimaba. ¿Cómo iba a hacerlo si el toro me quería coger? Al fin metí el capote a la desesperada, con la muleta aliñé y pegué el espadazo. El presidente me hizo subir al palco para echarme la bronca, y con grandes aspavientos decía que me sancionaría, Por inhibirme. Le contesté: 'Oiga usté. Er carté dise que los toros serán muertos a estoque, y así lo he hecho. ¿O es que los he matado con un fusil?'. En aquella época se estilaba que los presidentes te llamaran al palco por esas cosas. A mí me llamaron unas pocas de veces".

La dignidad del oficio

Pepe Luis exagera, pero sólo para estos atrancos. A las tardes de gloria les quita importancia únicamente pone énfasis en aquello que subraye la dignidad del oficio de torero, ese sacerdocio que sienten los que llevan el toreo en el corazón. En 1953 fue la cornada gravísima de su hermano Antonio. "Yo toreé aquel día en Toledo", comenta Pepe Luis, "y al terminar la corrida pensé que debía compensar a mi pobre madre de tanto sufrimiento como pasaba con sus hijos toreros, y me retiré. Lógicamente cambió mi vida. Me dediqué a llevar la finca que había comprado, a criar ganado bravo. Me casé, llegaron los cinco chicos y la niña; en fin, todo eso".Su esposa es Mercedes Silva, una sevillana bellísima cuyos ojos repiten el fulgor azul que se abre sobre la Maestranza en las mañanas de abril. "Es una gran mujer, esposa y madre ejemplar", nos dice Pepe Luis, "y además sigue igual de guapa".

Aún volvería a los ruedos, por una sola temporada, el año 1959, y de nuevo sentó cátedra. En Las Ventas, junto a Bienvenida y Aparicio, estuvo cumbre. Vistió de luces por última vez el 29 de septiembre, alternando con su hermano Manolo y Curro Romero.

Con la muletilla recogida -er cartucho pescao, que dicen en Sevilla- daba la estampa de su sevillanía, pero Pepe Luis era más hondo: la brillante cadencia de la verónica; adelante la muleta, para traer la embestida en un natural de terciopelo; el de pecho, cargada la suerte y alegre el remate...

El día de la despedida de Marcial, con quien alternó, había asombrado a la afición madrileña el estilo personalísimo del Rubio de San Bernardo, y esa concepción genial del arte de torear ya tenía nombre para la eternidad. Basta decir Pepe Luis y todo él mundo taurino identifica la tauromáquia mágica de la suavidad y del gusto.

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