_
_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La batalla de Pablo Serrano

PABLO SERRANO murió ayer en Madrid, a los 75 años, tras dejar una obra que sin duda permanecerá entre las más altas de la historia de la escultura española. Justamente, en estas fechas, acaba de celebrarse en el Museo Guggenheim, de Nueva York, una muestra antológica de este artista, que ha honrado el proceso de creación y ha defendido hasta la contumacia los derechos de los creadores. Dos hechos -éste del homenaje que le ha tributado uno de los más prestigiosos museos del mundo y un pleito a propósito de la decisión de un hotelero de Torremolinos de destruir una obra suya tras haberla adquirido e instalado- quedan sonando cuando ha sobrevenido su muerte. Si el primer acontecimiento es una rúbrica al reconocido valor de su trabajo, el otro hace referencia a una lucha por los derechos del artista, que mantuvo siempre en solidaridad con sus colegas y en defensa del arte. Apenas cinco días antes de su muerte, acudió Pablo Serrano a la Audiencia Nacional con motivo de ese contencioso que le atormentó durante los últimos 20 años. Con la insensibilidad y menosprecio que algunas instituciones muestran respecto al vínculo entre el autor y su obra, la Administración de justicia, en algunas instancias, había negado a Pablo Serrano el fondo de su reclamación: el derecho que un creador conserva sobre su obra. Sólo el pasado 21 de noviembre recibió en el Tribunal Supremo el respaldo sorprendente -la fiscalía siempre mantuvo un criterio opuesto- del fiscal Francisco Hernández Gil, quien, con contundencia, alegó que quien adquiere una obra de arte no tiene un poder omnímodo sobre ella. Ésta era la tesis repetida durante 23 años por Serrano en un episodio que afectaba no sólo a su autor, sino a los derechos que corresponden a todo creador sobre su trabajo. Dentro de unos días se conocerá la sentencia de este fatigoso juicio.Quizá ésta fue la más larga, pero no la única, brega en la que se mostró la tenaz personalidad de este aragonés cordial y apasionado. Su obra es consecuencia de su capacidad para estar cerca de los hombres. Se creció en las fatigas de un país atormentado -como los personajes principales de sus esculturas: Machado, Unamuno, Aranguren- y esperó con ansiedad la llegada de las libertades democráticas. Ese deseo, cumplido al final de su vida, se iba a coronar dentro de unos días con la exhibición pública de un monumento que preparaba en homenaje al Rey y a la Constitución. En esa obra y en su legado personal al pueblo que le vio nacer, y en toda la que hay por todos los museos del mundo, se encuentra el ejemplo moral de un hombre que hizo del arte una forma de comunicación, además de una irrenunciable aventura de investigación y conocimiento.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_