Un niño de provincias
Efectivamente, lo que había venido no era la paz, sino la Victoria. La Victoria era Celia Gámez de menestrala cachonda y leandra, de estrella internacional y crispada en Yola (1), de novia ingenua en su matrimonio real, con Millán Astray de padrino, general demediado, con flexible, un solo brazo, agujeros de metralla en la cara, como la viruela de las fachadas, y botines blancos de piqué (2). La Victoria eran las charlas peripatéticas y españoleadoras de don Federico García Sanchiz, que se hacía la gacetilla de sus propias actuaciones y publicaba en el Madrid unos largos artículos hispanorretóricos, entre Ricardo León y Francisco Franco o sus amanuenses. La Victoria era el Aceyte Ynglés para las ladillas, el gasógeno, la moto Soriano, el primer Talgo (mucho más ciencia / ficción y Alex Raymond que los posteriores), los galeones dé Indias entrando como reinonas por el Manzanares, la Victoria era Lupe Sino, la novia cursi de Manolete, el Marca a 50 céntimos, Basora, el Atlético Aviación, Conchita Leonardo (3), Trudi Bora, de grandes muslos alemanes, don Ramón Serrano Súñer diseñándose un uniforme personal que estaba entre Goebbels y Caballero de la Mano al Pecho, los tranvías rectangulares, feos (luego vendrían otros esbeltos como góndolas), y La Codorniz como humor puro: la anterior dictadura había dado la poesía pura, pero en otra entrega estudiaremos esto. La Victoria era el plato único, el plazaorientalismo, el cardenal Segura, que volaba de farola en farola, cuando las grandes manifestaciones, el cardenal Gomá, que también volaba, pero en catalán, Tarancón con el Caudillo (que era otra manera de volar), y en este plan. La Victoria, para un niño de provincias, fue la prosa de García Serrano, la playa de Gijón (un término medio hortera e insostenible entre el monarquismo de San Sebastián y el cosmopolitismo -venidero- de Marbella). La Victoria fueron Amparito Rivelles y Alfredo Mayo: "Debajo de la capa de Alfredo Mayo / Amparito Rivelles monta a caballo". Y lo cantaban con música de "Luis Candelas". La Victoria fue Lola Flores, niña de fuego para don Manuel Caracó, y Aparicio y Litri, como los mellizos imposibles que había dejado Manolete tras su fecundación de la muerte, agosto/47.La Victoria era el chileno Bobby Deglané -Poppy Descaré-, con cuya calavera resignada almorcé por última vez en El Landó. La Victoria era Matías Prats, el padre de Uno que hay ahora, y Sautier Casaseca, militar retirado y folletinista a quien he tenido el honor de prologar póstumamente Ama Rosa, y la Victoria era, sobre todo (un silencio tipográfico, please), doña Concha Piquer, que lanzaba Tatuaje allá por el 41: Tatuaje es la Quinta Sinfonía callejera de la generación del piojo verde, ustedes disimulen, la voluntad y a mandar. La Victoria era Mercedes Vecino, con peinado churrigueresco sobre la frente, algo así como la portalada del Museo Municipal en la cabeza. La Victoria era Josita Hernán, cuando todas las viudas y huérfanas de guerra (nacionales) leían a don Rafael Pérez y Pérez. La Victoria fue Aurora Bautista con un ataúd vacío por unos peñascos de piedra pómez, cuando la verdad es que Doña Juana y su marido podían haber cambiado la Historia de España. Franco prefirió la versión sentimental, y no precisamente por razones sentimentales. La Victoria, para un niño de provincias, fue el Coyote, una especie de virrey literario y español en la California de Fray Junípero. Y (otro silencio tipográfico, por favor), la Victoria fue Angelitos negros, de Antonio Machín, así como todo el repertorio de este mulato / cuarterón de quien llegué a ser amigo y presentar algún disco. La Victoria fue la escolta mora de Franco, que ponía en torno a él como un enverjado movible de lanzas, en los desfiles. La Victoria fue el humor malo de Torrado, el ingenio redicho de Benavente, la delantera Stuka del Sevilla (todo se enfatizaba en alemán), las rancheras de Negrete, las putas de Chicote, el torero mejicano Arruza -"desde que ha venido Arruza ha subido la merluza"-, Conchita Cintrón, rejoneadora, los yanquis consagrando una dictadura, cuyo triunfo habrían podido evitar, Carmen de Lirio, Rita Hayworth, el Tenorio de Dalí, Evita Perón (plazaorientalismo, tía buena, maíz argentino para España).
Para un niño de provincias, la Victoria era / fue el boxeador Luis Romero, la película Raza, con guión de Jaime de Andrade, que era Franco (vaya una mierda de guionista), el NODO, la revista Cámara, que traía más besos porque era más cara y en couché (la censura se ejercía en función de los precios), qué bichito será, qué bichito, Arturito Pomar (con el que me jugué una simultánea en el Casino de Valladolid, sin saber yo ajedrez: sólo iba a desconcertarle), la boda de Carmencita Franco con un cirujano, Ava Gardner, que, siglos más tarde, me contaba en Commodore sus romances españoles: Mario Cabré, Luis Miguel Dominguín y un enjambre de guitarristas y camareros. La Victoria fue el Congreso Eucarístico de Barcelona, las revistas Flechas y Pelayos y Vértice, Solís, los "falangistas liberales", de que en otro lugar nos ocupamos, Carmen Amaya, Rosario y Antonio, Sección Femenina, la Santa Sede. y el fraude o gran bromazo cruel e histórico a que nos sometieron los curas, los intelectuales, los políticos y sus santas madres a los niños de Postguerra. Hombres hechos y deshechos, todavía les vemos por ahí, zascandiles de oro, poniendo sus manazas honradotas en esto como las metieron en aquello. Y es que en España, o sea, siempre mandan los mismos, porque ellos son el gozne en que gira la Historia: catedráticos, profesores, dignatarios. Los demás sólo somos el grano que la Historia muele. Y encima nos juzgan, porque son cristianos, y misión de cristiano es el juzgar. Efectivamente, como mucho después dijera Fernán Gómez, lo que había venido no era la paz'(la paz no ha venido todavía), sino la Victoria. La Victoria, sí, era Celia Gámez, y por eso, cada vez que vuelve esta señora, desde su Buenos Aires querido, parece como que la Historia se nos sube a la garganta y nos asusta, a algunos, el que todo va a volver a empezar. El tipo Millán Astray dejó de llevarse pronto, pero hubo un tiempo en que las españolas de mantilla veían un legionario y se les saltaban las lágrimas de cachondas que se ponían. García Sanchiz fue la última escurridura de la oratoria y la retórica, artes que tanto y tan inútil prestigio habían tenido antes de la guerra.
Franco no era orador, y a eso le debemos el que su interminable mandato, del tamaño de nuestras vidas, no fuese una tormenta continua de oratoria, que podía haberlo sido. Como él no era fácil de palabra, le molestaban quienes lo eran, y sólo a Girón (el único ministro con personalidad de los 90 o 100 que tuvo) le permitió aquellos largos discursos, precursores a la inversa de los de Fidel Castro, que eran como el lirismo aprendido de Primo de Rivera, pero embastado por el vino vallisoletano de Cigales. A Manolete le mató el toro Islero, en Linares, agosto 47, ya está dicho, y, cinco minutos antes de la cogida, la afición le gritaba:
-¡Asesino, cabrón, arrímate, mamonazo!
España es así, la España taurina. Y toda España es una tauromaquia. Aquí, el precio de una entrada de sol o de sombra sólo se amortiza con el fallecimiento de un hombre. Aldoux Huxley, comentando lúcidamente la Tauromaquia de Goya, se distancia exquisitamente de los temas. A cualquier crítico español, lo que le apasiona de Goya son los temas. También a Federico García Lorca le llamaban señorito, maricón y cobarde, sobre todo cuando empezó a triunfar en el teatro. Tuvo que arrimarse un poco más y asimismo le pilló el toro. Ahora, las derechas le acogen en sus libros / libelos y papeles con tanto o más fervor que las izquierdas. Aquí, o se es de Balmes o se es mártir. La heterodoxia se paga con la vida, si quiere uno que algún don Marcelino se ocupe de él. Esta es la España a que se asomaba un niño de provincias. Las vicetiples y los cardenales dieron mucho juego porque teman detrás a, los nazis y al Papa, indiscriminadamente. Trudi Bora, alemana que vino con Los Vieneses, tenía unos muslazos arios y racistas que parecían bendecidos por el propio Pío XII, según la dispensa de que disfrutaban contra la censura. Los cardenales o lo que fuesen, de Segura a Gomá, pasando por Tarancón, tenían detrás a Hitler, sin duda, porque las vicetiples y los obispos gozaron en los 40 de una holgura que nadie más disfrutaba.
Lo de la playa de Gijón fue un voluntarismo del Régimen, que quena crearse su propia geografía, acotar su terreno: Gijón no tenía tradición monárquica, como San Sebastián. (Aún no se había definido España como un Reino.) Y en cuanto al sol y sus costas, Fraga Iribarne, confinado en el Instituto de Estudios Políticos, aún no había inventado un buen póster, con ayuda del genial y apolítico Julián Santamaría. El turismo sueco lo descubrieron las suecas, como su nombre indica, y con el turismo y el sol descubrieron el macró (al que pedían el reloj en prenda, antes de acostarse con él, por si además era chorizo), el burro / taxi y el desnudo en Ibiza. Las divisas alemanas de los obreros españoles absolvían con su sudor las divisas pecaminosas de las suecas de toda Europa, de modo que Franco, bien aconsejado por su ministro de la Modernidad, hizo borrón y cuenta nueva. En la católica España de Segura / Gomá / Tarancón se fornifallaba más que en ningún país del mundo. Así llegamos a los 25 Años de Paz, pues que, el fallar ya se sabe que deja mucha paz.
1. A Yola pertenece el famosísimo cantable "Si me quieres matar, mírame".
2. Millán Astray llevaba consigo variadas fotos personales, y se las ofrecía a la gente como un actor, poniéndoles aquellas dedicatorias diagonales de la época.
3. Concha Velasco realiza el modelo de Conchita Leonardo (calcetines blancos y cortos, de punto, sobre las medidas, para los sabañones de la época), en Pim, Pam, Pum, Fuego, de Olea.
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