Terror y susto
Pesadilla en Elm Street es una rara e irregular película de Wes Craven, que está a punto de ser una singularísima obra dentro de un género como el llamado de terror, que, simplificado y manoseado hasta el abuso, ha ido perdiendo poco a poco en las cloacas seriadas del cine de sustos -un espectro degradado de la que un día fue hermoso brote de poesía del horror- los rastros de singularidad que fueron su fuente allá por los años treinta.La película de Wes Craven -un joven especialista norteamericano en este tipo de filmes- está casi a punto de romper las barreras de este deterioro del género, pero no llega a conseguirlo, y al final, como balance a vuela pluma de su frustrada pesadilla, quedan de ella sólo algunas imágenes poderosas, pero dispersas, de auténtico horror; otros tantos hilos desparramados de inquietante tensión; y queda, sobre todo, el inteligente y traicionado por su creador esquema mítico y onírico del filme, que en su desarrollo se deteriora lentamente a sí. mismo por sus continuas concesiones a la fácil espectacularidad de la mecánica del grito, que es la muerte de las silenciosas oquedades del género en su plenitud.
Pesadilla en Elm Street
Dirección y guión: Wes Craven. Música: Charles Bernstein. Fotografía: Jacques Haitkin. Efectos especiales: Jim Doyle. Producción: Robert Shaye. Norteamericana, 1984. Intérpretes: John Saxon, Ronee Blakley, Heather Langenkamp, Amanda Wyss, Nick Corri, Johnny Depp, Charles Fleischer, Joseph Whipp, Lin Shaye. Estreno en Madrid: Palacio de la Música, sala 2.
Galardonada con el Premio de la Crítica en el último festival internacional de cine de Avoriaz, los buenos especialistas en cine de terror que se reúnen anual mente en este certamen premiaron en Pesadilla en Elm Street más que su perfección y su coraje, que no los tiene, su valor indirecto como síntoma de la necesidad de romper con el tono medio estereotipado que hoy domina en este tipo de filmes, cuyas productoras que se han convertido en una fábrica en serie de golpes de efecto, de sobresaltos exteriores y no de elaboraciones poéticas sumergidas en las profundidades del temor humano.
El hombre del saco
Pesadilla en Elm Street se urde alrededor de algunos poderosos estímulos del terror específico de la infancia: las imágenes lúgubres y míticas del coco o del ogro cristalizadas en otra imagen más cercana, aún más lúgubre y que está indisolublemente enlazada con la vida cotidiana de la infancia en las sociedades y en los núcleos familiares represores: el mito disuasorio para la libertad del niño encarnado en el fetiche del hombre del saco, que es una derivación sombría de la luminosa leyenda del gran raptor: el flautista de Hamelin.Este esquema de mitos represores de la infancia es trasladado por Craven a una edad posterior, la adolescencia, con objeto de poder entremezclar con el entramado de esos mitos básicos infantiles un componente erótico, que le sería negado de argumentar la acción de la película únicamente con niños.
Es ésta la primera falacia y la primera autocorrupción del vigoroso esquema inicial del filme, pues Wes Craven no tiene ningún inconveniente, más bien todo lo contrario, en extrapolar la verdadera condición del arsenal mitológico que baraja en su filme con tal de que éste pueda albergar un par de bonitas adolescentes con las que conjugar horror y sexo, sangre y curvas femeninas. Dinero manda y, por supuesto, mancha.
Las uñas del fauno
Extrapolado el terrorífico mito de su verdadero marco, que es la infancia, toda ambición de poesía y, sobre todo, de indagación onírica auténtica se va al traste. Y esta última edición -recuérdese como penúltima su fugaz aparición en Ese oscuro objeto del deseo, de Buñuel- del hombre del saco se pierde como signo de represión universal de la edad inocente para convertirse en un fetiche de guardarropía, generador de sustos en cadena a rollizas adolescentes en edad culpable: una especie chirriante y feísima de fauno truculento y asesino, adornado, ya que no con las viejas patas de cabra, con aparatosas uñas mortíferas, que hacen rechinar los dientes -rebuscado elemento sensorial repelente para añadir al rosario de sustos- cuando arañan tubos oxidados en decorados desgajados de la cotidianeidad, increíbles de puro siniestros.De otra forma, la búsqueda de resultonería reduce y degrada, a una imagen de represión y horror psíquico auténtico, convirtiéndolo en un muñeco de onirismo de barraca. Por otra parte, y ahí está la definitiva falacia de este filme, dicho fetiche está indirectamente y sutilmente plagiado por Wes Craven de un notable y famoso filme, Planeta prohibido, que fue hace décadas un hito en el bautismo cinematográfico del género de ficción científica.
Todo esto reduce mucho, por no decir que anula, los alcances de un filme que, de haber sido planteado con rigor, podría haber alcanzado alguna esquina olvidada de esta fuente de fascinación que es el cine de terror, uno, de los capítulos esenciales del cine clásico, que no acaba de encontrar en el cine de hoy la plenitud de antaño, aunque a veces se aproxime a ella.
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