Negociar,
Sea o no cierto que el vicepresidente Guerra auspicia la negociación con ETA por encima de metafísicas irracionales al estilo de: "No se negocia con asesinos" etcéterá, etcétera, es importante que buena parte de la población de este país empiece a asumir, que es asimilar, la necesidad de esa negoclación. El estado es un mal menor y siempre hay que tratar de cambiarlo para mejor, pero hay que reconocerle algún derecho, aunque sea mínimo. Y uno de esos derechos es que no puede perder guerras interiores sin que peligre su propia existencia y con ello se desencadene el efecto mayor de una involución o una revolución. A ver quién se atreve hoy, aquí, a ponerle el collar al gato sin equivocarse de gato.La dialéctica Estado español-ETA puede durar por los siglos de los siglos sin otro resultado apreciable que el sufrimiento histórico de todo un pueblo, el vasco y el sufrimiento concreto, con nombres y apellidos, de las víctimas concretas y apellidadas de ese toma y daca. Todo Estado democrático estabilizado puede permitirse una Irlanda interior por el procedimiento de cargarla a los Presupuestos Generales del Estado: al presupuesto económico y al presupuesto ético-político. Luchar por un estado transformador desde las estructuras político-económicosociales de un país neocapitalista, debe hacerse sobre todo mediante la presión de una sociedad crítica, fiscalizadora, consciente, articulada. El terrorismo o la lucha armada aislable, acaba convirtiéndose en coartadas del inmovilismo defensivo del sistema. ¿Cómo se practica eso de la presión social desde una sociedad crítica articulada, con el grado de travestismo o disgregación política que padece la izquierda? Ese es el único quid válido de la cuestión y merece un adiós a las armas que matan y una entrega a las armas de la organización, de la articulación social.
Buena noticia la de la negociación, si es realmente negociación y no vana palabrería pre-electoral. Aunque supongo que en este caso, el maquiavelismo no se atrevería a tanto y si se atreviera peor para él, porque el cuento de Pedro y el lobo siempre ha sido verdad como la vida misma.
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