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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La mujer como objeto dentro de la justicia

Soy consciente de la existencia de la mujer objeto dentro de la sociedad. Yo, como tantas otras, tengo la fortuna de no sentirme como tal gracias a las personas y circunstancias que me rodean y que siempre me han hecho sentirme persona en toda la extensión de la palabra.Sin embargo, y paradójicamente, ha sido al requerir la protección de la justicia cuando por primera vez en mi vida he sentido la desagradable sensación de ser un objeto, una cosa sin importancia, sin honra, respeto, moral ni dignidad que defender.

El día 1 de octubre del presente año, a las once de la mañana, en Valencia, tras realizar la compra de alimentos para casa, penetré en el zaguán del inmueble donde habito, introduciéndose tras de mí, sin dar tiempo a que se cerrara la puerta (operación que tarda algo menos de tres segundos en realizarse), un joven desconocido por mí, de aspecto perfectamente normal, que no inducía ningún tipo de sospecha.

Dicho individuo recorrió, siguiendo mis pasos, los 10 metros aproximadamente que existen de distancia hasta llegar al lugar en que están situados los ascensores; esperó durante varios segundos a que bajara el que yo había llamado. Tras cederme el paso amablemente, preguntó a qué piso me dirigía, y al indicarle el quinto, él pulsó el tercero, como si se dirigiera a éste. De pronto pulsó el stop entre dos pisos y situó un destornillador o navaja (ya que la escasa luz del ascensor al hacer parada y la situación del instrumento punzante sólo me permitió ver aproximadamente el tamaño, pero no la forma plana o cilíndrica) junto a mi garganta.

Di un salto atrás, presa del pánico, pero el individuo, sujetándome amenazante, me hizo señas para que guardara silencio, diciéndome que me estuviera quieta.

Yo le supliqué que no me hiciera ningún daño, a lo que respondió que no me lo haría si me dejaba besar.

Desde luego, no se trató de un simple beso superficial, sino largo y profundo en la boca, teniendo que soportar la presión de su cuerpo restregando su zona sexual contra la mía y siempre bajo la amenaza del instrumento punzante junto a la yugular. Aquellos instantes se me hicieron eternos y repugnantes.

Es casi indescriptible la sensación de aquellos momentos: pánico, impotencia ante la indefensión, repugnancia, humillación...

Mostrándose el individuo satisfecho tras su cobarde hazaña, y siempre amenazante, me instó a que no gritara ni dijera nada, ya que pensaba bajar el ascensor y marcharse.

Fue entonces cuando en la puerta del ascensor coincidió con mi marido, que, ante mis gritos, inició su persecución, dándole por fin alcance, tras lo cual se requirió la presencia policial, siendo detenido.

Éste es el momento que me llena de perplejidad. Tras haber sido presentada la correspondiente denuncia policíal el día 4 de octubre en los tribunales de Valencia, todo ha quedado reducido a un simple juicio de faltas: coacción y vejación.

Esta clase de individuos puede actuar impunemente sin que siquiera lleguen a tener antecedentes delictivos por tal acción. Pueden repetirla hasta la saciedad. No importan los daños morales, psíquicos y secuelas que produzcan en la víctima (según el informe del neurólogo, yo padezco actualmente un síndrome depresivo curioso psicorreactivo, por lo que estoy recibiendo el pertinente tratamiento médico). No deja de ser paradójico que en estos tiempos, en que tanto se habla de derechos humanos, pueda llegar una mujer, en un caso como éste, a sentirse ante la justicia cualquier cosa, menos un ser humano.

Para concluir diré que soy estudiante de Derecho, carrera que amo profundamente, y que ojalá en un futuro logre ser capaz de aportar algún grano de arena en la mejora de la justicia, especialmente en los delitos sexuales contra la mujer (a los que, a mi juicio, se da escasa importancia, no aplicando todo el peso de las leyes previstas), y se consiga elevarla al rango de persona respetable a la, que no se pueda vulnerar en su integridad moral, física y psíquica sin recibir una penalización más coherente con los daños ocasionados.-

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