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Franco

Manuel Vicent

Realmente, la tabarra que nos están dando con Franco estos días resulta excesiva. Al parecer, el décimo aniversario de su muerte se ha convertido en un festival para analistas, sociólogos, historiadores y fabricantes de fascículos que buscan la forma de sacar unas perras con el recuerdo de aquel señor. Antes se armaban calientes jolgorios en la plaza de Oriente, ahora se montan frías encuestas, pero la murga es la misma, sólo que enci~ ma hoy se nos exige una opinión serena. A mí no me apetece nada criticar, ensalzar, insultar o elogiar a Franco ni tampoco hacer un balance imparcial de su paso por esta tierra. Cuando algún joven, que no lo conoció, me pregunta por él siempre contesto i gual: era un tipo gordíto y goloso al que le gustaban mucho los pasteles. Por lo demás, remedando a no sé quién, puedo añadir: Dios ha muerto, Nietszche ha muerto, Franco ha muerto, yo mismo no me encuentro muy bien de salud. En este momento de la Historia, bastante esfuerzo tengo que hacer para estar a la altura de una crema de afeitar. ¿Se puede ser maravilloso un martes cualquiera? Los anuncios de belleza, las vallas publicitarias lo están poniendo cada vez más difícil.Prefiero ir a la sauna, darme un masaje o comprarme una fláccida chaqueta sin hombreras que recordar a Franco. Porque de eso se trata. Con la excusa del juicio distanciado acerca de su figura, con las imágenes de una época en la que todavía no éramos calvos, canosos ni fondones, los quiosqueros intentan vendernos la memoria de nuestra juventud. Ese es el mensaje subliminal: pegar la silueta de aquel sujeto en nuestro rostro sin arrugas, transformar su nueva presencia en una bufanda de moda. Pero Franco nunca será tan mórbido como el salpicadero de un buen coche, ni tendrá la suavidad de unos calzoncillos de seda, ni su voz resbalará jamás en nuestro pasado con la elegancia de la ginebra en una copa con hielo. Una generación de españoles ignora ya que él existió. Otra va por la vida exhibiendo la crueldad de la indiferencia. Y a nosotros intentan hacernos ahora una limpieza de cutis con su recuerdo. Sinceramente, para estar guapo cambiaría a Franco por una simple camisa de popelín.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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