La enseñanza del latín
Una nueva aportación al tema del latín en la enseñanza media, aparecida en el suplemento de Educación de fecha 5 de noviembre, me decide a intentar por segunda vez la publicación de una carta. No quiero volver al artículo del director general de Enseñanzas Medias, porque su calificación está en sí mismo: ¿o no se citan auctoritates tan conocidas por su ideología y conciencia histórica como Unamuno? Lo que me interesa es hacer notar que mi posición difiere de la de mis compañeros de docencia del latín. Quizá sea cierto el tópico del valor formativo de esta asignatura, pero eso puede ser un arma de dos filos; por un lado, la noción de que solamente es válido lo que sirve para algo, cuyo propio enunciado hace ver su vaciedad: ¿quién es capaz de decir lo que significa servir? Y, sobre todo, ¿servir para qué, para quién y cuándo? Evidentemente, el latín no sirve para construir centrales nucleares. Ni para estar en la OTAN. Ni siquiera para construir hornos crematorios: por ello los alemanes la incluyen en lo que llaman orchideen-fächer (asignaturas orquídeas). Y es notablemente contradictorio de la reforma de la enseñanza media, que consiste esencialmente en hacer perder el sentido crítico a los alumnos; cuando alguien está todo el día ante la pantalla de un ordenador, es fácil hacerle tragar la necesidad de la OTAN, de los fusilamientos en el código militar, etcétera; pero es mucho más difícil de convencer si ha tenido que enfrentarse a textos, a la historia, a situaciones que obligan a pensar. La diferencia de concepción no es en absoluto entre las mal llamadas ciencias y letras (las facultades de Matemáticas están quedándose vacías), sino entre la realidad -nosotros, nuestra historia, nuestras lenguas, nuestro cuerpo- y lo que ellos pretenden que sea la realidad futura.El segundo aspecto va totalmente en paralelo: el hecho de que haya o no latín es absolutamente secundario; firmo ahora mismo para que se sustituya el latín por el chino, por ejemplo; al fin y al cabo, sería mucho más práctico (según el criterio de ellos) y nos obligaría a dejar de mirar nuestro propio ombligo. Lo grave es que el latín va emparejado, desde el punto de vista docente, con las lenguas romances, y con la historia, y con muchas cosas más; y es posible que aquí esté la cuestión: después de haber conseguido que los estudiantes odien el español, hay que conseguir que odien las despectivamente llamadas lenguas de las comunidades autónomas (a saber lo que se estarán riendo los autores medievales que aprendían provenzal-catalán, gallego-portugués e italiano porque eran las lenguas internacionales de cultura). De esta manera, ni la Trilateral ni Reagan tendrán el menor problema para dirigirse a nosotros y que les entendamos las órdenes. Y aquí está mi diferencia de criterio: defiendo el latín como una opción para aquellos que no tienen deseo ni de entender a Reagan, ni de construir hornos crematorios, ni de aprender el inglés del Basic, sino que quieren decidir por su cuenta y con buena información qué aspecto de la realidad (de la nuestra, no de la de ellos) les interesa. Y afirmo que la futura reforma viene dada primordialmente por la necesidad que ellos tienen de generaciones que no puedan descubrir un día su secreto a voces: que trabajamos para los poderosos. El problema no se planteó mientras eran los poderosos vestidos de sotana los que enseñaban el latín. Pero un día llegó una generación que sabía que los ejércitos imperiales se rebelaban contra sus generales, y que el pueblo romano consiguió levantarse de la miseria cuando se rebeló contra, los patricios, y que en latín se expresó un pueblo que sabía de la libertad del cuerpo, y que ciertos discursos actuales están sacados literalmente de discursos de hace 2.000 años, y...- Vigo, Pontevedra.
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